editorial
La movilización fue impactante y sacudió las entrañas del oficialismo más allá de algunas exteriorizaciones del sector que pretendieron minimizarla. Lo cierto es que pegó en el blanco, quizá porque este último mes ha sido uno de los más angustiosos para el gobierno de Cristina Kirchner.
Crónica política
A veces es necesario decir lo obvio: la protesta del 18A fue contra el gobierno. Las multitudes no salieron a la calle a protestar contra la oposición sino contra un régimen político que muy bien merece calificarse de “falaz y descreído”. La aclaración es pertinente porque según las versiones de algunos voceros del oficialismo todo esto ocurre porque la oposición no cumple con su tarea de representar a los opositores. Y no es así. La gente sale a la calle porque se siente ultrajada por un gobierno ensimismado en su soberbia y en sus vicios. Sale a la calle no porque no haya oposición sino porque el régimen no la escucha. Sale a la calle con cánticos, cacerolas y consignas para que el estruendo le informe al gobierno sobre lo que está pasando con el pueblo que dice representar y al que, con sus desplantes y prepotencia, humilla todos los días.
Llegué a Almería, procedente de Vera, donde pasé mi niñez, a los nueve años y cuando los coletazos de la guerra fratricida (1936-1939) que arrojaron un millón de muertos, título por otra parte de una celebrada novela del catalán Gironella, aún se sufrían en la bella urbe que baña el Mediterráneo, domina desde un cerro la Alcazaba, fortaleza árabe y ha sido la cuna de figuras de renombre internacional. Todavía seguían los bombardeos de la aviación alemana —las “pavas”— y hacía poco que el “acorazado de bolsillo” Graef Spee le había ocasionado serios destrozos. Mi padre era el encargado de suministrar energía eléctrica a la capital, entre otros, desde una subestación en las afueras, cortándola durante los ataques que, en el campo, veía junto a mi madre.
al mArgen de la crónica
Los muros de una antigua vivienda del casco histórico de la ciudad española de Toledo han escondido durante trescientos años una carta de amor, al parecer prohibido, que escribió con pluma de ave un enamorado caballero a una mujer.