editorial
Secuelas del 18A
La movilización fue impactante y sacudió las entrañas del oficialismo más allá de algunas exteriorizaciones del sector que pretendieron minimizarla. Lo cierto es que pegó en el blanco, quizá porque este último mes ha sido uno de los más angustiosos para el gobierno de Cristina Kirchner.
La muerte de Hugo Chávez, la elección del Papa Francisco, la inundación de la ciudad de La Plata, la persistente suba del dólar con el consiguiente desajuste cambiario, la pérdida de reservas, la denuncia contra Lázaro Báez -tan cercano a los Kirchner-, la extensión de la protesta social, han sido, entre otras, malas noticias para el oficialismo.
Podría agregarse la profunda caída de la inversión interna y externa, la pérdida de credibilidad en la política y la economía, la persistente inflación que come los bolsillos de la población, la ineficacia del congelamiento de precios instrumentado por Guillermo Moreno en un escenario donde la máquina de imprimir billetes funcionaja a destajo, confluyen en la composición de una situación compleja y muy preocupante.
Con los años, como enseña la historia a través de muchísimos casos similares, las políticas populistas terminan pagando el costo que les plantea su falta de consistencia. Al final, la fiesta sale cara. Es que procesos de redistribución del ingreso sólo son sostenibles en el tiempo cuando son acompañados por condiciones favorables para la inversión y políticas integrales de desarrollo. La seguridad jurídica -que en la Argentina está hecha pedazos- es la que crea horizontes previsibles para la inversión, en tanto que la política bien entendida genera los estímulos necesarios para atraer el interés de propios y extraños. En el mundo sobran capitales, y también en la Argentina; pero hoy, los de afuera no vienen, y los locales se fugan.
Luego de la proclama presidencial del “vamos por todo” las cosas empezaron a complicarse. Esa declaración -que tuvo la virtud de hacer pública la visión presidencial de la democracia- encendió el alerta en muchos que hasta ese momento estaban distraídos por la mejora de sus ingresos en el contexto de una economía que crecía traccionada principalmente por su productivo sector rural.
Pero en los últimos años la economía se frenó por la suma de errores y parches que terminaron por desguazar la fórmula virtuosa que rescató al país del abismo y que políticamente respaldó el entonces presidente Kirchner: el logro de un importante superávit fiscal y comercial, con la consiguiente acumulación de reservas y la reducción de la dependencia del crédito externo. Hoy de eso no queda nada, y la invocación del “modelo” se convirtió en una cáscara vacía. Ya en 2007, para ganar las elecciones, el kirchnerismo multiplicó el gasto público de manera ostensible, y en 2010 rompió el chanchito al arrasar con todas las cajas, empezando por la del Banco Central, para lograr un efecto de bonanza momentánea que le permitió a Cristina obtener el 54 por ciento de los votos en la última elección presidencial.
Sin embargo, fue una victoria pírrica, porque se heredó a sí misma sin beneficio de inventario. Por lo tanto, ahora tiene que hacer frente a todos los desaguisados que dislocaron la macroeconomía e iniciaron la reversión de la ascendente curva redistributiva. En consecuencia, el empeoramiento objetivo de las condiciones sociales explica la creciente sensibilización ciudadana ante peligros institucionales que antes pasaban desapercibidos.