En el primer tiempo, el dominio sabalero fue absoluto ante un rival mezquino y limitado. En el segundo, Colón lo dejó agrandar y, con muy poco, Peñarol lo empató. Era injusto por dónde se lo mire. Pero apareció el pibe y facturó. Como alguna vez pasaba con Tito Ramírez, con el Loco Sandoval y tantos chicos surgidos de abajo, autores de goles agónicos.