Es la primera vez que los vecinos de un barrio esquivan el micrófono de Crónicas de Barrio para referir los problemas de la jurisdicción. Viven con miedo, y esa dura realidad les hizo perder lo más preciado que tiene una persona libre: la posibilidad de expresarse.
El sector más visible. La avenida Perón es el límite este del barrio. Crédito: Flavio Raina
Mónica Ritacca / María Víttori / Soledad Vittori
Cámara: Juan Manuel Víttori
Chofer: Mario Hereñú
Barranquitas Sur es una de las cartas de presentación de la ciudad para quienes ingresan por la autopista. Está a metros de Perón e Iturraspe, una intersección de calles más que conocida por diferentes motivos. Accidentes, robos y asaltos, limpiavidrios, piedrazos a un destacamento policial que derivaron en su traslado...
El barrio es uno de los que conforman el postergado oeste de la ciudad. Linda con Villa del Parque al sur, con Barranquitas Oeste al norte, con Unión, Progreso y Libertad de Barranquitas al este, y con el Salado al oeste. Es una jurisdicción donde el miedo se apoderó de las calles al extremo de quitarle a los vecinos lo más preciado: la palabra, la posibilidad de expresarse libremente por más necesidades que se tengan.
Crónicas de Barrio llegó a Barranquitas Sur a las 9.30 de la mañana. Hacía frío, sí; pero ésa no era la razón principal de las calles vacías. En el reconocimiento del barrio —lo primero que hace cuando ingresa a una jurisdicción para tener una idea general y luego ir a las particularidades— la gente salía de su casa a espiar qué era ese ruido de vehículo grande. Es que por allí no pasa ninguna línea de colectivo, y entonces llama la atención cualquier sonido de motor. Cuando veían que era el móvil de El Litoral decían por dentro qué habrá pasado o a quién habrán lastimado o matado esta vez, pero cuando el vehículo paraba para que el equipo bajara y así entablar un diálogo, inmediatamente ingresaban a su hogar. Era evidente que no querían hablar.
Mientras tanto, el movimiento en las calles empezaba a incrementarse. Y no precisamente por vecinas con la bolsa de los mandados dispuestas a ir al almacén o a comprar los bizcochos para el mate sino por jóvenes a los que apenas se le veían los ojos de lo tapado que estaban y empezaban, en grupitos de dos y de a tres, a ocupar las esquinas.
En los casi tres años de Crónicas de Barrio, es la primera vez que no hay registros con un grabador. Es la primera vez que ningún vecino levanta su voz para reclamar por mejoras o servicios. Y el motivo es uno solo: viven con miedo, con temor a represalias.
“Apagá el grabador”
Una mujer fue la única que se animó a contar cómo está hoy Barranquitas Sur y cómo viven los vecinos. Por razones obvias, pidió no revelar su identidad ni lugar de residencia, ni tampoco permitió el registro con el grabador.
Admitió que en el barrio la gente vive con miedo porque no hay hora para los tiroteos. El sólo hecho de toparse con alguien que no le cae bien al otro ya es motivo para el comienzo de balaceras. Hay muchas bandas antagónicas, por ser hinchas de Unión o de Colón o por ser de Villa del Parque o Barranquitas Sur. La cuestión es dejar en claro quién manda, y en esa disputa los vecinos que tienen que salir a procurarse el pan todos los días, son los que pierden.
Sobre el accionar de la policía dijo que no existe allí, que Barranquitas Sur es tierra de nadie. Aseguró que no hay proveedor o preventista que no haya sido víctima de un robo o asalto y que muchos, para que no le roben la moto otra vez, ahora ingresan caminando y sin nada de dinero. Van con miedo, lógicamente; y recién sienten alivio cuando se retiran.
Por último, hizo referencia al rol de las familias. Dijo que la juventud del barrio es la que está perdida y eso es porque sus antecesores no fueron buenos educadores.
42 años
Las primeras casas se hicieron durante la intendencia de Lofeudo, en el marco de un loteo municipal. Aquella gestión decidió ordenar el barrio entregándole una casita en la misma zona a quienes residían en los ranchos con la condición de que dejaran la precaria vivienda. En el marco de ese plan también llegaron nuevas familias y el barrio se consolidó como tal.
En 1990, el 30 % de la población del barrio era habitada por numerosas familias de albañiles, empleadas domésticas y barrenderos; el 70 % estaba desocupada y vivía de changas.