Apuntes de economía política
Fragilidad, recesión y el factor Villavicencio

La Reserva Natural Privada Villavicencio queda a 55 km. de Uspallata, en la provincia de Mendoza. Foto: Archivo El Litoral
Mauricio Yennerich
Nos une el amor y el espanto y despotricar contra el ajuste. Desde el primer momento, desde el minuto 0, posterior al triunfo electoral de la alianza Cambiemos, los voceros de la opinión pública oficialista, asumieron, como un hecho, que la continuidad de la gestión nacional, en manos de una fuerza liberal y su idílico cumplimiento de un mandato completo, quedaba en manos de la principal fuerza política opositora. En estos días, esa idea fue adoptada y explícitamente expresada por el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, quien dijo “queremos un acuerdo con el peronismo que supere el presupuesto”.
Por vos yo bajaría el sol
Te prometo que voy a cambiar. Desde su última versión reciclada, la del “volvimos” montonero, que destronó tanto al menemato como al Duhaldismo, siempre parece haber un peronismo bueno, recóndito, que no se parece en absoluto ni al último que gobernaba, ni a ningún otro anterior. Es el factor Villavicencio, una mansión oculta llena de pureza. Hace setenta años, aproximadamente, la Marina de Guerra, la jerarquía ortodoxa del catolicismo y vastos sectores medios, enfrentaron al populismo y sus variantes, para recuperar las instituciones. Luchar contra la tiranía y la demagogia, por un lado, y por otro, hacerlo por la patria liberada, implicó destrozar todos los mecanismos de la democracia participativa y terminar con la vida de personas inocentes. Esa dialéctica atroz nos persigue como un karma. En sintonía con una posible transición pacífica, sustentada en la industria del reciclado opositor, la administración Central, quiere aceitar la vaina de la recesión y el ajuste, con un acuerdo entre los gobernadores y el pejota. Esas voluntades no son baratas.
Gobernar es invertir
Hace mucho tiempo que nadie se funde, en el sentido de caer en bancarrota, ni acá, ni en la China, ni en los Estados Unidos de Norteamérica. El capitalismo se ha vuelto un poco zombie, terminaron las épocas del empresario que arriesga, ejerciendo su libertad y la libre empresa y gana, o pierde, porque le va mal y se la banca y recomienza, o no. Eso no va más, es una antigüedad, un relicto. Desde fines de los 80’s, todos estamos salvados. Vivimos en una misma aldea. El rescate de la gestión de Obama a los banqueros de su país, así lo demuestra. Amigos son los amigos. Nadie se funde, nadie arriesga, nadie invierte, no obstante, siempre hay quienes pierden, éstos últimos, por regla, son los trabajadores-asalariados y empresarios pyme, pero pyme de verdad, ya que, para recibir los beneficios de esta categoría, últimamente parece que son todos pequeños y medianos. En esos sectores, asalariados y pyme, el aumento del precio de los productos de consumo corriente y los insumos, erosiona la calidad de vida y la competitividad, respectivamente. La economía venía creciendo a full, a 3,8%, en el primer trimestre y con un salto en la inversión interanual del 22%, pero la feroz devaluación complicó el panorama. Sea como fuere, a nadie se le ocurriría dudar de que a esta Argentina, el mundo la mira con buenos ojos.
Si la convocatoria al consenso hecha por Frigerio para el presupuesto y la gobernabilidad, es una primera concesión de verdad a la tropa propia, mediática, la otra es el hecho de asumir la recesión, que la tropa opositora pronosticó antes del triunfo de la alianza electoral en funciones, de la que forma parte. Y no escuché a nadie decir, con humildad y sensatez: tenían razón.
El empresariado es, por estas horas, en general, pesimista respecto de un rebote del crecimiento y no tanto en torno al control del precio del dólar. No obstante, sigue habiendo gente muy optimista, sobre todo los financistas. Aun así, hay que rescatar la intención de la Administración Central, por contrarrestar, al menos en parte, la gravitación total que las gerencias de los fondos financieros informales tendrían, si no se estarían trabando acuerdos y produciendo reuniones políticas, con los dueños de los bancos oficiales más importantes que operan en nuestro país y que quieren hacerlo según las normas y los plazos que impone la inversión productiva, o algo más o menos parecido.
Dígame licenciado
Hay dos hipótesis, mejor, dos intuiciones periodísticas, que quisiera compartir: la primera es que el discurso económico, que hasta hace un par de años era la reserva moral de lo verificable, está siendo cautivado por el delirio. Hace unos días, aparecieron palabras como “fundamentals”, que parecen sacadas de una serie de ciencia ficción millenial, antes que de los textos acacémicos. Esto es un síntoma alarmante, porque, si bien la política violentó la intuición lógica del lenguaje, hasta vaciarlo completamente de su componente de verificación y verosimilitud, y eso está mal, muy mal, la economía, todavía hacía gala de ser más racional.
La otra lectura de cambio de época que se puede intuir y me llama la atención, es un desplazamiento de significantes. Si nos habíamos hartado de “lo territorial” y lo “estratégico”, ahora, al parecer, es el turno de “la logística” y “lo logístico”. Todos vocablos capaces de conjurar prácticas, habitualmente asociadas a la infraestructura o, al menos, a una gestión “activa”, que también sirven para legitimar acciones de gobierno y justifican los robustos salarios de las segundas y terceras líneas. Aunque son bien diferentes en términos conceptuales, el territorio, lo estratégico y, ahora, la logística, duermen el sueño de los justos, en materia de realización empírica. Al menos desde la perspectiva del desarrollo y de una disminución de las desigualdades a nivel global.