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Tribuna de opinión

¡Ay Sebreli!

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Gran cantidad de fieles celebra la llegada del Papa Francisco a la multitudinaria misa oficiada en Lobito Campos, Iquique. Foto: EFE

Antonio Camacho Gómez

Hay quienes creen que el Papa viene -como sugieren- a resolver los problemas domésticos argentinos -léase embrollos políticos y sus consecuencias- y limitan la recepción de personalidades o no, del país, según ideologías y parámetros personales, controlando la cantidad de veces que recibe a Fulano o Mengano y hasta si sonríe o está mustio. Todos olvidan o no quieren aceptar que Francisco, seguramente la figura más prominente en el concierto o desconcierto de las vocaciones, admirado y aplaudido por ambas Cámaras del Congreso estadounidense, es el vicario de Cristo en la Tierra y jefe de una Iglesia con alrededor de mil trescientos millones de católicos. Con enemigos dentro y fuera de ella -no podrá ser de otra manera por los delicados asuntos que encara- y de tal coraje que ha visitado países en África Central, Myanmar, Bangladesh, Oriente Medio -entre otros-, donde los conflictos bélicos son moneda constante. Extraordinario, buscador incesante del diálogo interreligioso y de la paz, su misión como pastor supremo es difundir el mensaje de Cristo en todos los continentes. ¿Se cumplirá su deseo de visitar a Rusia, con una iglesia ortodoxa preponderante, y a China, con otra, dependiente del Estado? El tiempo lo dirá. Mientras, millones de jóvenes lo siguen en las famosas Jornadas y nadie convoca a tantos adultos en ciertas naciones de Occidente.

Este introito viene a cuento de la nota que con el título “El intelectual que pone en jaque a Bergoglio” -un verdadero disparate- publicó en La Nación el periodista y escritor de “La herida” -que está en el tope de ventas-, Jorge Fernández Díaz. En la que no sin criticar a Borges -con el que conversé largamente en diversas ocasiones y aceptaba el cambio de opinión naturalmente-, plasma su opinión sobre las religiones y explora lo que sobre éstas piensa el ensayista Juan José Sebreli y, en especial, sus cuestionamientos al Papa defendiéndose en lo que denomina “La teología de la pobreza” que, dice, Francisco ha convertido en una celebrada política oficial. Por lo visto, ignora Sebreli, que la Doctrina Social de la Iglesia arranca en el siglo XIX y que la defensa de los pobres estuvo presente en las homilías a través de los siglos -aunque no constantemente se practicara- y tuvo, a partir de León XIII y posteriores Papas, en mayor medida, particular impulso. Es decir, Sebreli, que Francisco no inventó nada que imponga su impronta, es cierto. Siempre fue un ejemplo cuando era cardenal caminando por las calles de Buenos Aires, visitando villas, criticando los poderes que no atendían a los más desfavorecidos. E incluso ayudando con su peculio.

Etiqueta a Bergoglio como un “conservador popular” y sostiene que sus apóstoles no encuentran en la pobreza una carencia sino una virtud. Es todo lo contrario a lo que aquél pregona. Que no se opone a que los villeros accedan a la gran ciudad, pero ¿están las condiciones dadas? El Padre Santo quiere que las condiciones en que viven se transformen radicalmente, y que cuenten con una urbanización adecuada y todos los servicios indispensables. Sebreli, dejémonos de utopías. Y menos en la Argentina. Tampoco, como afirma, el Pontífice sospecha del progreso, antes bien quiere que si es económico se derrame sobre los que menos tienen y si es científico puedan todos beneficiarse en él. Que es un “político habilísimo y astuto”. Gracias por la observación. Y agrega: “es el maquiavélico Ignacio de Loyola travestido en el dulce Francisco de Asís”, dualidad que reconoce en éste al que Chesterton -que era católico- llamaba “el divino demagogo”. Calificar al padre de los jesuitas de “maquiavélico” -que significa actuar para conseguir un fin con astucia y malignidad-, es desconocer la trayectoria de un santo que bregó por la salud espiritual del hombre y dejó unos ejercicios modélicos que hasta hoy se practican. En cuanto al joven que se despojó de todos los bienes materiales y hasta de su ropaje ante el obispo y vivió en la suma pobreza, considerando hermanos hasta a los lobos, encabezando una orden, la de los franciscanos, de ejemplar desempeño hasta en la conquista de América, es de una arbitrariedad sospechosa. Y qué decir de un enfoque sobre un Papa que reconoce astuto y después lo presenta como un ingenuo que supone que los narcos van a dejar el crimen a riesgo de ir al infierno. Esto no se le ocurre ni al que asó la manteca. Pero qué es el infierno. Según la Escritura, Sheol o Hades es adonde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Jesús bajó para liberar a los justos que le habían precedido.

Otro aspecto de esta espinosa cuestión, es que el autor de “Dios en su laberinto” pretenda que el Papa, que siempre tiene la palabra misericordia en sus labios, se aparte de la Biblia -el libro más editado en el mundo- y de la tradición, aceptando como bueno lo que es malo; no obstante, su apertura para la comprensión caritativa de aquellos casos de familias en situación de divorcio o de igualdad de sexos, a los cuales no les cierra la puerta de la Iglesia. Pero lo que no se debe pretender es que el Sumo Pontífice otorgue dispensas que le están prohibidas y que, desgraciadamente, muchos se niegan a reconocer, seguramente por ignorancia. En este sentido resulta extraño que una personalidad como Sebreli, sociólogo, critique al Papa Bergoglio que pide una justa salida de Bolivia al mar para concluir con un viejo conflicto entre naciones hermanas, porque se mantiene fiel -dejando de lado a liberales y conservadores- a los principios que el propio jesuita estableció.



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Viernes 19 de enero de 2018
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