Edición del Martes 14 de junio de 2016

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A TREINTA AÑOS DE LA MUERTE DE BORGES

EL GRAN MAR

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El 14 de junio, Borges moría en Suiza y su literatura comenzaba un camino de crecimiento universal desconocido por cualquier escritor argentino a lo largo de la historia. ilustración Lucas Cejas

 

Santiago De Luca

Treinta años de la muerte de Borges en Ginebra. Utilizando un eco de sus palabras, podríamos decir que es una superstición del sistema decimal, una excesiva confianza en un ordenamiento numérico que podría ser reemplazado por cualquier otro. Sin embargo, vivimos en ese ordenamiento y, a veces, las fechas nos permiten pensar en perspectiva los hechos.

El 14 de junio Borges moría en Suiza y su literatura comenzaba un camino de crecimiento universal desconocido por cualquier escritor argentino a lo largo de la historia. Se cuenta que días antes de morir recitaba versos en anglosajón. Ese 14 de junio llegó al centro de su laberinto, vio la Rosa que hay detrás del Zahir y para lo que se había preparado toda su vida. La rasgadura del velo cedió y Almotásim coincidió con su propia claridad. Borges entró en el gran Mar (expresión metafórica para aludir a la muerte) y su literatura se volvió infinita. El tiempo, que suele erosionar los falsos mitos y las construcciones más sofisticadas, enriqueció los textos de Borges. Hoy no existe universidad de letras en el mundo que no estudie su obra. No sólo forma parte del canon literario de Occidente, sino también de Oriente donde sus textos son indagados una y otra vez por estudiantes que sólo conocen de nuestro país lo que escribió Borges. No sólo de Maradona vive “nuestra” fama.

La tumba de Borges, que es una fina obra de arte, se encuentra en el cementerio Plainpalais. Tuve la agradable experiencia de visitarla con la filóloga española Carmen Martínez, que comentaba sobre los ilustres que acompañan allí a Borges como Calvino o Piaget. La lápida parece simple, pero contiene una secreta complejidad que va surgiendo lentamente a medida que uno se detiene a observar la piedra. En el anverso hay un grabado de siete guerreros, enmarcados en un círculo, que avanzan con sus armas apuntando al cielo. Las espadas están rotas y caminan hacia la batalla que los llevará a la muerte. Abajo hay una inscripción en anglosajón, “And ne forthedon na”, que se traduce por “Y que no temieran”. Este anverso simboliza el valor. Y el verso pertenece al texto sajón “La balada de Maldon”, en el momento en que una invasión vikinga está por derrotar a los sajones y su líder los arenga para que sean valientes: “Cuanto menor sea nuestra fuerza, más animoso debe ser nuestro corazón”.

Ser dignos de Borges

El estudio del sajón, que no es el inglés de Shakespeare sino otra lengua, anterior, lo llevó a Borges al estudio del escandinavo antiguo o antiguo nórdico, lengua en las que se escribieron las sagas de Islandia y donde pervivió la mitología del dios Odín y de Thor, dios del trueno. En estas lenguas Borges buscó un lenguaje de hierro, adecuado para cantar el coraje. Y, aunque parezca contradictorio, también la pasión. Tal vez por esta razón, el reverso de la tumba tiene una inscripción en antiguo escandinavo que simboliza el amor y que se traduce como “Él toma la espada Gram y la coloca entre ellos desenvainada”.

Esta escena, que Borges había utilizado como epígrafe en el cuento Ulrica (el único cuento de amor que escribió) y que leyó en la Völsunga Saga o Saga de los volsungos, corresponde al momento en que el guerrero Sigurd (matador de dragones) atraviesa el círculo de fuego que rodeaba a la valquiria Brunilda para yacer con ella tres días. Esta parte de la Saga prefigura lo que con los años sería el cuento “La bella durmiente”. Entre los dos amantes, Sigurd colocó la espada que había forjado con las astillas de la espada rota de su padre. Junto a esta inscripción, si se tiene la paciencia de seguir observando la piedra, se puede distinguir una nave vikinga, un drakkar, que evoca el viaje final, ya que los vikingos lanzaban al mar, el gran Mar de los florentinos, al guerrero caído. Por su simpleza en la superficie y su profundidad que hay que descubrir gradualmente, la tumba es un verdadero objeto borgeano.

Es tanto lo que le debemos a Borges, la sofisticación de la duda, las travesuras de la gramática, el tono de la ironía, la perfección de las tramas, el cosmos de sus enumeraciones, la música de los poemas, que una y otra vez se ha intentado matarlo. Pero no se mata a Mozart, no muere Shakespeare. El “antiborges” no funcionó, sólo mostró las miserias, las befas, que no alcanzan al escritor.

¿Qué hay después de Borges? Esta es una pregunta que se hacen todas las literaturas contemporáneas. Sin embargo, para abrir la literatura argentina a otras puertas hay que ser primero dignos de Borges. Después de treinta años, el gran Mar nos devuelve sus textos purificados y esculpidos por el tiempo. Tenemos la belleza muy cerca, sólo hay que extender la mano. A Borges no hay que adorarlo, sino que hay que leerlo. Si se perdieran nuestras bibliotecas, su sola obra permitiría restituir gran parte de nuestra tradición. Un grato destino es tratar de ser dignos de Borges, que al fin y al cabo fue producto de nuestro país y escribió en el idioma de los argentinos.



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Martes 14 de junio de 2016
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