CRONICAS DE LA HISTORIA
Las elecciones en la ciudad de Buenos Aires

ROGELIO ALANIZ
Empecemos por las formalidades: las elecciones en la ciudad de Buenos Aires (Caba) las ganó el PRO y su candidato fue Horacio Rodríguez Larreta. Conviene insistir en lo obvio: ganó por tres puntos, pero ganó. Lo demás, como le gustaba decir a mi tío, es jarabe de pico. Dentro de unos años, si es que alguna vez alguien recuerda estas elecciones, se dirá más o menos lo mismo. Básicamente se insistirá en recordar que el que gana nunca pierde y el que pierde a lo sumo gana el título de campeón moral, una distinción que a los argentinos nos fascina. Si algún agregado corresponde hacer a esta suma de obviedades es que, por primera vez desde su nacimiento, el peronismo no fue el protagonista principal.
Scioli, De la Sota, Massa tienen el derecho de decir lo que mejor les parezca, pero ningún recurso retórico puede desentenderse del dato contundente de que la decisión política en la ciudad más importante de la Argentina se dirimió entre dos fuerzas no peronistas. Recalde salió tercero, el candidato de Massa no figuró ni a placé y el de Rodríguez Saá merecería el descenso.
¿Hizo una buena elección el PRO? El que gana siempre hace una buena elección. Ni sobresaliente ni distinguida, buena, lo cual no es poca cosa. El partido de Macri protagonizó, en primer lugar, una interna novedosa, y luego Rodríguez Larreta se impuso a Lousteau por más de veinte puntos de ventaja, una diferencia que en cualquier elección normal sería calificada de paliza. Veinte puntos y ganó en todas las comunas donde efectivamente se disputaban candidaturas comunales.
Se le imputa al PRO haberse negado a un acuerdo con Eco en su momento. Cada uno puede tener su opinión, pero está claro que el PRO está en su derecho a establecer la táctica electoral que crea más conveniente. Personalmente hubiera observado que ir a una segunda vuelta en plenas vacaciones de invierno, significaba “regalar” a su rival los votos de un sector de la sociedad que mayoritariamente se identifica con Macri.
También se dice que Rodríguez Larreta fue un mal candidato. Todo depende del punto de vista con que se mire. Sin dudas que el muchacho no es el más simpático del barrio y tiene menos carisma que un corcho. A su favor puede decirse que es un funcionario tenaz, ejecutivo y eficiente. Hasta sus rivales más enconados le reconocen estas virtudes. Digamos que el PRO fue con el candidato que podía ir. Seguramente Michetti dispone de más llegada a la gente, pero no estoy seguro de que, llegado el caso, sea mejor jefa de gobierno.
Es verdad que durante la campaña electoral los límites de Rodríguez Larreta fueron evidentes. Será un buen gestor, pero a la hora de explicarse no se le cae una idea original. Atendiendo a esos límites creo que hizo bien en no ir a un debate con Lousteau porque el joven economista se iba a hacer un picnic con el candidato del PRO. Conclusión: Rodríguez Larreta ganó y Lousteau hizo una excelente elección. Simpatía, inteligencia, buena pinta, el muchacho de los rizos al viento reúne todas las condiciones para ganar la adhesión del electorado porteño. A esos atributos, hay que sumarles talento e ingenio para colocar temas nuevos en el debate y, sobre todo, para situarse en un punto intermedio entre el macrismo y el kirchnerismo. Ese punto intermedio es fácil declamarlo, pero es muy difícil conquistarlo. Lousteau lo hizo y lo hizo muy bien.
En la segunda vuelta y con el kirchnerismo en la tabla de descenso, el debate se dio entre dos proyectos diferentes. Algunos hablan de un enfrentamiento entre liberales y socialdemócratas, o entre conservadores y progresistas, o entre derecha e izquierda. Yo no me apresuraría a hacer calificaciones tan rápidas. Dicho esto, corresponde señalar que algo quiere decir que en los barrios populares y de clase media Lousteau haya obtenido más votos, mientras que Rodríguez Larreta se impuso por amplio margen en Recoleta, Palermo, Belgrano y Núñez.
El otro aspecto a tener en cuenta es que Lousteau contó con los votos del peronismo decidido a apoyar el mal menor. Es verdad que los dirigentes kirchneristas llamaron a no apoyar a ninguno, pero a esas convocatorias las obedecen los militantes, es decir, una minoría. El resto hizo lo que le parecía mejor y, en este caso, lo mejor para un peronista era votar en contra de Macri.
Lousteau hoy es la “niña bonita” de la política porteña. Se lo merece. Si los votos que recibió fueron prestados o no, es algo que por el momento carece de importancia. Lo que interesa es que un candidato se presente como una opción convocante. Y esto fue lo que hizo el dirigente de Eco. Habría que recodarle, eso sí, que no se duerma en los laureles. La Reina del Plata es una ciudad muy acogedora políticamente, pero es también una máquina de picar carne.
Políticos estrellas en la ciudad de Buenos Aires hubo muchos y la mayoría de ellos hoy descansan en el cementerio de los muertos políticos. Pienso en Fernando de la Rúa, Carlos Grosso, Gustavo Beliz, Chacho Álvarez y Aníbal Ibarra. El electorado porteño es singular, y así como consagra, condena con la misma rapidez. A esta verdad amarga Lousteau debe conocerla. Una buena elección no es una propiedad, un cheque en blanco o un pasaje a la popularidad eterna. Es un buen punto de partida, pero luego viene lo más complicado: tejer redes de pertenencia, organizar voluntades, construir poder, tareas complejas sobre las que no hay recetas establecidas.
La ciudad de Buenos Aires fue siempre un distrito complicado, sobre todo para el populismo y los conservadores más rancios. En 1914, la primera elección con la Ley Sáenz Peña la ganó el socialista Del Valle Iberlucea. Después ganaron radicales y socialistas, constante que se mantuvo incluso durante el peronismo, motivo por el cual Perón ordenó que se modificaran las circunscripciones, para ver si a través de esa matufia podía revertir esa tendencia.
En 1961, Alfredo Palacios le ganó a conservadores, radicales y al propio Jauretche. En 1973, Fernando de la Rúa, muy jovencito entonces, le ganó a Marcelo Sánchez Sorondo, el candidato de Perón. En esa elección celebrada en plena euforia camporista, el voto de la juventud peronista fue para De la Rúa. No lo anunciaron oficialmente, pero muchos de ellos admitieron luego que el enemigo principal -como se decía entonces- era el nacionalista Sánchez Sorondo.
La “originalidad” de Buenos Aires, en realidad la presencia de un electorado decidido a votar desde su libertad y no desde la necesidad, despertó las furias de nacionalistas de derecha y de izquierda. Buenos Aires se transformó de pronto en la ciudad puerto, la factoría próspera, el ámbito de la oligarquía de la pampa húmeda, la ciudad cuyos habitantes miran a Europa y les dan la espalda al país real... y unos cuantos anacronismos parecidos.
En realidad, lo que molestó es que el voto porteño fuese más libre, menos prisionero de los demagogos y caudillejos de turno. Mejores niveles de vida, más integración, mayor calidad de los servicios modelan un tipo de sociedad que reclama otras exigencias a la hora de votar. A nuestros nacionalistas con ce y con zeta, con crucifijos y cruces esvásticas, esa realidad los subleva. Su imaginario, su arcadia ideal, son los ranchos y las villas miseria, las masas empobrecidas y dependientes. Unirse a nuestra América morena y tropical significa en términos prácticos hacer de la Argentina una enorme villa miseria con votantes dóciles, sometidos al capanga o al puntero o al líder. No es casualidad que Venezuela sea su modelo. O Cuba. Corrupción, inseguridad, miseria, masas manipuladas por el Líder, y en ese contexto, una elite económica cuyos distinguidos miembros se enriquecen como jeques árabes.
En realidad, el rechazo a la ciudad de Buenos Aires es el rechazo a la modernidad, al progreso, a la constitución de sociedades libres con individuos libres. El populismo no sólo es derrotado en la ciudad de Buenos Aires, es derrotado en todas las ciudades donde la modernidad avanza. Pienso en Rosario, Córdoba y Mendoza, por ejemplo, lugares donde el populismo no gana y para competir debe mimetizarse en dirigentes que están en las antípodas del modelo que ellos añoran.