Edición del Domingo 19 de abril de 2015

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Fastos imperiales y platos a la emperatriz - Edición Impresa - Opinión Opinión

ARTE Y COMIDA

Fastos imperiales y platos a la emperatriz

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Francois Gerard. Retrato de la emperatriz Josefina. Museo Hermitage.

Foto: Archivo El Litoral

 

POR GRACIELA AUDERO

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Intermedio artificial entre los refinamientos y audacias racionalistas del siglo XVIII y el romanticismo apenas anunciado hacia 1800 en Europa, el período napoleónico (1795 -1815) es la expresión de una voluntad de grandeza que, a través del arte y la arquitectura, pretende fundir el recuerdo de la recién abolida monarquía absoluta (1789) en los fastos y las glorias del nuevo régimen.

Napoleón, el emperador del gran imperio, se esfuerza por dejar el sello de su tiempo mediante un estilo imponente y majestuoso. Tributario del arte antiguo, casi sometido al despotismo del arte greco-romano, muchos se preguntan si reúne las condiciones para ser considerado un estilo o si se trata de un plagio. Los críticos dudan con respecto a la arquitectura. En cambio, afirman que en decoración interior, mobiliario y vajilla existe un verdadero estilo imperio. Alrededor de 1800, el reciente descubrimiento de las ruinas de Pompeya y Herculano, sólo pudo inspirar a los arquitectos, pero ni decoradores ni ebanistas tuvieron modelos a la vista. No obstante, el fastuoso decorado imperial, caracterizado por la simetría y unidad, la rigidez de las formas, los dorados brillantes, es una recreación a partir de elementos de la mitología greco-romana y la egipcia y alegorías militares: columnas enormes, cornisas, medallones, victorias aladas, coronas, palmas, estrellas, águilas, cisnes, esfinges, cariátides, espadas, flechas, lanzas y los emblemas de Napoleón: abejas y la mayúscula N. ¿Operación política? Sin dudas, la propaganda imperial se apoya en símbolos iconográficos muy antiguos y muy populares donde se mezclan eficazmente las referencias a la legitimidad. Más aún, el estilo imperio concentra signos de una legitimidad anterior a la dinastía de los Borbones como, por ejemplo, las abejas merovingias.

Obsesionada por su imagen, la emperatriz Josefina, primera esposa de Napoleón, figura entre las soberanas francesas más representada por los mejores artistas: David, Isabey, Gérard, Gros, Prud’ hon, Appiani, Bosio y otros. Retratista hábil, pintor oficial del Imperio (1804- 1815) y la Restauración borbónica (1815-1830 ), Francois Gérard, entre un lenguaje clásico y una sentimentalidad romántica, la retrata varias veces. En un cuadro de 1808, Gérard la representa sentada en un sillón a la antigua, hábilmente descentrada, donde la emperatriz surge imperiosamente produciendo en el espectador el efecto de una aparición, imponiéndose a la primera mirada. Visión estética que privilegia la recepción del observador. Y los detalles tratados con una minucia hiperrealista: suavidad de la piel de armiño con sus manchas, abejas bordadas con hilos de oro sobre el manto de terciopelo carmesí, brillo de la seda con bordados que entrelazan ramas de laurel, roble y olivo enmarcando la letra N, piedras preciosas y perlas de la diadema, el collar, los aros y la corona (sobre el almohadón) tienden a producir un ícono solemne. ¿Quién era esta figura imperial ? Una mujer de un destino excepcional. Oportunista, seductora y refinada, Josefina había nacido en la isla de la Martinica, hija de un rico colono que explotaba 300 hectáreas de caña de azúcar. Muy joven contrae matrimonio en París con el vizconde Alejandro de Beauharnais, guillotinado por el régimen del Terror. En 1796, viuda y madre de dos hijos, sin escrúpulos y sin amor se casa con Napoleón Bonaparte, general joven de gran futuro, seis años menor que ella. En 1804, su marido, luego de coronarse a sí mismo emperador, la corona emperatriz en la catedral Notre-Dame de París en presencia del Papa Pío VII. Durante cinco años, Josefina deslumbra con su gracia y elegancia a la corte imperial y asegura el éxito de sus hijos: Eugenio es virrey de Italia, Hortensia es la esposa del rey Luis de Holanda, hermano de Napoleón. Pero en 1809, sin herederos para consolidar una dinastía Bonaparte, Napoleón la repudia. Y al año siguiente, el emperador celebra un nuevo matrimonio con la princesa María Luisa de Austria. El único hijo varón de esta pareja imperial, proclamado rey de Roma en su nacimiento, reconocido como Napoleón II por las cámaras legislativas de los Cien Días, después de la derrota de Waterloo en 1815, vivirá con su abuelo materno Francisco I, emperador de Austria, bajo el nombre de duque de Reischstadt, y morirá de tuberculosis, a los 21 años, en Viena. Sus cenizas, trasladadas a Francia por Hitler en 1940, descansan junto a las de su padre en el Palacio Nacional de los Inválidos.

Repudiada, Josefina se retira a su castillo de la Malmaison donde sin abandonar su vida fastuosa muere, víctima de una neumonía, en 1814. Su descendencia representará una venganza póstuma: su hija Hortensia de Beauharnais será la abuela de Napoleón III. Su hijo Eugenio de Beauharnais, que se había casado con la hija del rey de Baviera, tendrá seis hijos, y todos integrarán las familias reales de Europa.

Josefina, no sólo legó herederos imperiales y reales sino también la expresión culinaria “a la emperatriz”, que Francia transmitió a la cocina internacional. Denominación propia de los platos servidos en su homenaje que se caracterizan por prepararse con ingredientes finos como las trufas y el foie-gras y, especialmente, un postre: el “arroz a la emperatriz”: un arroz con leche con trocitos de frutas abrillantadas mezclado con una crema inglesa y gelatina que, volcado en un molde de savarín, se enfría en la heladera, y se sirve con crema Chantilly.

Ciertos nombres de platos: “sopa a la reina”, “lomo a la mariscala”, “arroz a la emperatriz” nos remiten a una retórica de lo sublime. Son expresiones que rinden homenaje a personajes célebres, pero la anécdota de su nominación importa menos que las estrategias argumentativas de la retórica para significar aristocracia y sofisticación.

Napoleón no era ni comilón ni gourmet. Era un enfermo crónico del estómago, mal que se le agravaría al almorzar y cenar en 10 minutos. No degusta la comida, la traga. Las batallas no esperan... El lujo y protocolo, que él mismo impone en las mesas imperiales, lo incomoda. Sin embargo, el emperador, soldado de la Revolución burguesa en Europa que con su gran ejército logra abolir el Antiguo Régimen, merece un lugar en la historia de la cocina por interpósitas personas: sus ministros Talleyrand y Cambacéres, que se disputaron los servicios de un artista de la gastronomía: Antonin Careme.

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Josefina, no sólo legó herederos imperiales y reales sino también la expresión culinaria “a la emperatriz”, que Francia transmitió a la cocina internacional.

Ciertos nombres de platos: “sopa a la reina”, “lomo a la mariscala”, “arroz a la emperatriz” nos remiten a una retórica de lo sublime. Son expresiones que rinden homenaje a personajes célebres...



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