Domingo Faustino Sarmiento
“Parado al sol, no tengo sombra”

Cada 11 de septiembre
homenajeamos al gran “Maestro de América”.
MARÍA CLAUDIA PETTINARI (*)
Sin dudarlo, Sarmiento podría parafrasearse a sí mismo diciendo: “Parado frente a mi obra educativa, no tengo sombra”. Y esta verdad mantiene su vigencia en la figura de este hombre que “sentía la furia del saber, que mordió la manzana del saber con todos sus dientes. Y que quería enseñar lo que sabía, porque tenía la misericordia de enseñar”, según lo identifica Octavio Amadeo.
Tenía un norte irrevocable: “La educación ha de preparar a las naciones en masa para el uso de los derechos que hoy no pertenecen ya no a tal o cual sociedad, sino simplemente a la condición del hombre”. Pareciera esta afirmación una verdad de Perogrullo, pero año tras año el tema educativo es puesto en “el banquillo de los acusados” en nuestro país porque no encuentra su rumbo, más allá de pequeños atisbos aislados y de un presupuesto educativo favorable que no rinde los frutos esperados.
Si el 11 de septiembre homenajea al “Maestro de América” es porque la educación, base y punto de partida de la obsesión que signó su vida, nos interpela año tras año, desde su realidad, disemina sobre la superficie sus virtudes y miserias, nos insta a la polémica en ese terreno donde Sarmiento se encontraría “a sus anchas”. Es el Sarmiento educador, entonces, el que nos sigue acicateando, con sus ideas civilizadoras de progreso, su apertura a los avances tecnológicos, su imaginación desbordante de futuro, su pulsión por hacer, por conocer, por aprender.
Vivimos tiempos políticos. Tiempos de debate. Tiempos para que la educación salga de su laberinto y encuentre su cauce y, sobre todo, respuestas.
Somos la generación que transita el siglo XXI, que arrastra valiosas experiencias del siglo XX, ¿y por qué no?, del siglo XIX, pero a la que acechan situaciones nuevas, abrumadoras, desconocidas. Situaciones que exigen discusiones, compromisos, haceres y saberes. Ejercer otros roles que vayan más allá de ser espectadores, testigos, relatores, escenógrafos. El tiempo es el que urge, el que activa, el que se rebela. Salir de los papeles que hacen de la “obligatoriedad de la enseñanza” una mera expresión de deseo, un dato estadístico sin cuerpos reales. Es el sistema educativo el que está en jaque. El sistema que comienza a gestarse en cada madre embarazada, en ese niño que allí dentro ya escucha, ya sabe, ya está aprendiendo. Ese sistema que niños, niñas y jóvenes tienen que recorrer a pesar de la violencia instalada, del “no se puede”, del “nos excede”.
La educación ya es planetaria. Está acosada por el progreso imparable de la ciencia, la extensión de la vida, la infancia cada vez más corta, la indigencia, el hambre, la trata de personas, el terrorismo, las adicciones, la destrucción, las guerras. Es un planeta que se autoinvade por excesos. Y nos exige lecturas realistas, diálogos, búsquedas y cuidados fraternales.
La tecnología va tejiendo conocimientos más allá de las aulas, pero a favor de las aulas. Son pistas de despegue. Hay que tenerlas en cuenta a la hora de la convivencia educativa. Y buscar y mantener la pasión sarmientina, que no es sólo grito, sino acción. Llamar a las cosas por su nombre, desnudar la estupidez, controlar y custodiar la inversión para el quehacer de los establecimientos escolares, y sobre todo respetar los marcos institucionales y dar un voto de confianza a la escuela porque son el prerrequisito para el ejercicio pleno de la ciudadanía.
La indiferencia también destruye, al igual que el “no te metas”. Salir de la rutina. Poner en marcha los engranajes de la imaginación. La plataforma es el país que espera, la libertad que invade todos los rincones, porque sigue vigente el grito de Sarmiento: “Hagamos de toda la República una escuela”.
(*) Presidente de la Asociación Civil Instituto Sarmientino de Santa Fe.