Lo peor no es lo que imaginamos

Por María Luisa Miretti
“No corras que es peor”, de Marcelo Birmajer. Alfaguara. Buenos Aires, 2014.
Los seis cuentos que integran este libro de Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966) presuponen un receptor juvenil, pero son capaces de atrapar a cualquier lector.
Escrito en una prosa llana y precisa, si algo caracteriza a este puñado de relatos es el misterio y el suspenso que generan un clima impactante desde el comienzo, del que nadie puede sustraerse porque cada indicio amerita un seguimiento y cada efecto reclama la activa participación de quien está del otro lado, como si tuviera una lente o una cámara siguiendo los pasos de los distintos personajes.
Siempre estamos ante un protagonista que nos invita a participar desde una primera persona singular, para abrirnos paso a las distintas historias que entreteje.
En la primera -quizás la más fuerte, la que da título al libro- los perros de Buenos Aires recuperan su salvajismo natural y atacan a las personas. Esto permite recordar el consejo de la abuela (“No corras que es peor cuando pases al lado de un perro”), pero además deja al descubierto la aversión que experimenta por la raza el protagonista y que manifiesta de mil modos diferentes y la masacre de los canes en los diversos episodios que suceden en la ciudad.
No faltan, además, las cuotas de humor y fantasía -mientras vemos crecer el granizado de pus en la cara del adolescente y él se deleita ante las caderas de Jimena, que como un hada florecía, ante su nariz cada vez más gorda-. Por lo tanto ante situaciones límite, de extremo horror, vemos debatirse al protagonista por un amor adolescente que lo lleva a maltraer, mientras el mundo agoniza por los perros.
Buenas imágenes que impactan en esa especie de tragicomedia esperpéntica de una Buenos Aires arrasada por perros enfurecidos.
De igual modo, en el segundo relato, el protagonista adolescente se debate en la oscuridad de un cine, entre la vergüenza porque no lo dejan ir solo y/o tener que fraguar las entradas para poder ver lo que desea, a riesgo de encontrarse o soñar con un pasado que le niegan. Sueños, desvelos, ropa mojada, padres que guardan secretos incomprensibles y arrojan cierta cuota de misterio en este relato de claros visos juveniles.
En el tercero hay cierta manifestación de culpa, como si el protagonista se avergonzara de su identidad, deseando pertenecer a la familia poderosa de su amigo -en ocasiones quisiera ser adoptado por ellos-, hasta que el destino le revela una realidad amarga, de claros tintes mafiosos, que le hace comprobar los límites de cada cual.
En el próximo se observan las rencillas estudiantiles, las disputas con los celulares, cómo se hackean las cuentas, los altercados y las consecuencias.
En el quinto hay una especie de diario muy interesante en el que protagonista va volcando su admiración por “la nueva” del curso: Abril Mezcardi y el cambio que genera en su vida para soñar con ella, pensar estrategias de acercamiento y en la alteración de su metabolismo. Esas páginas son testigo de sus debilidades, sus fortalezas, los celos, las tramas de venganza, de furia y de horror.
Finalmente, el propio autor asume y mezcla la voz narrativa con la propia, para explicar su experiencia, en las respuestas que elabora ante las preguntas que le hacen cuando visita los colegios.