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Edición impresa del 25/05/2014 | Opinión Opinión

Dos instantáneas breves

Tener hambre o la peor de las tragedias

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Foto: Pablo Aguirre

 

Luciano Andreychuk

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“(...) Entonces serán los humildes, los pobres, los atrapados en las grietas del mundo, los que nos mirarán pidiendo socorro”. Megan McKenna, teóloga y escritora.

Puede sonar a cinismo escribir sobre qué es tener hambre cuando nunca se la tuvo. Puede que así sea. Pero hay aquí un honesto ejercicio por ponerse en los zapatos de quien tiene hambre. Y hay, además, una epifanía interior que es la revelación de un desgarro emocional.

Y una foto, la que acompaña esta nota. Una foto. The million dollar photo. Estas palabras serían imposibles sin esa foto. Y la foto, imposible sin la palabra, sin la instantánea de la vivencia del cronista relatada, sin el chasquido en el oído (“¡Reaccioná!”), o mejor, sin esa violenta cachetada de realidad que nos arranca del letargo de conformismo y abulia.

Lunes 7 de abril de 2014. Eran las 10. Cielo gris, frío y humedad. Norte de la ciudad, barrio Pompeya, pobre y algo olvidado. Calle Matheu es una cinta inmunda forrada en basura y barro por la tormenta de la noche anterior. Un perro negro se lame en un rincón la suciedad de meses. Mira con desconfianza. Es un perro con cara de pocos amigos, sin dueño, echado en la orgullosa soledad a la que se ha confinado.

El lugar es un comedor comunitario. Una mujer dice: “Mirá flaco, acá tenemos 300 personas del barrio que vienen a comer de lunes a viernes. Estamos con las reservas de provisiones al rojo. Si se suma más gente a almorzar, cagamos”.

El almuerzo en el comedor se sirve a las 12 en punto. Pero son las 10 de la mañana y ya llega una nena de unos 8 ó 9 años. La niña, que es la niña de la foto (cuyo rostro se pixeló para preservar la imagen de la menor), se sienta en un banco alejado de los tablones que harán de mesas, lejos de un farol que alumbra ese rincón. Es que busca la penumbra, quizás por vergüenza. Busca pasar desapercibida. Lleva en sus manos un bolsito. Está en ojotas. Hace frío.

“Mirala. Ya vino a esperar la comida del mediodía -susurra la mujer al oído-, dos horas antes de que se sirva. Tiene hambre, pobrecita criatura de Dios”, se compadece.

La niña tiene una cara dulce y bella, pero con una tristeza que desgarra. Literalmente. El desgarro no es materia exclusiva de músculos intercostales o isquiotibiales o de tendones o de cartílagos. Hay emociones que pueden desgarrarse adentro de uno.

Llega dos horas antes al comedor comunitario para asegurarse un plato. La empujó hasta ahí el hambre, la maldita hambre. La empujó hasta allí la pulsión psicológica de engañar como sea (esperando más cerca de su plato que llegará, llegará...) ese tronar indigno de su estómago vacío. La maldita hambre, y encima, el frío. Pulsión psicológica de autoengaño. El hambre sólo duele, no sabe de horarios.

Eso es tener hambre. Y no hay nada peor que tener hambre, nada. Tener hambre no es sólo la confirmación fisiológica de la ausencia de una necesidad humana elemental. Es, sobre todo, la reafirmación de la condición de parias sin dignidad a la que se está condenando a los sectores más vulnerables de la sociedad.

La relación entre el hambre y el hambriento es similar a la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana. Hay una lucha mortal (mortal, porque el hambre mata) antes de uno esclavizar al otro. El amo termina siendo casi siempre el primero.

Y el hambre en la infancia es la gran tragedia del siglo XXI. Siglo cuyos Voceros de oro, de bronce o de plomo, sentados en sus sillones de seda, se jactan de los siderales avances tecnológicos, de la carrera armamentista, de las bondades de la sociedad hipercomunicada, de la producción en masa de materias primas.

La niña de la foto sigue atrapada en una de las tantas grietas del mundo. Y nos sigue mirando, pidiendo socorro.

. En el Aglomerado Santa Fe, la tasa de pobreza al segundo semestre de 2012 es de 3,3 %. En el período 2009-2012, el Gran Santa Fe tuvo una tasa de pobreza superior a la de su región de referencia (Región Pampeana) y al promedio nacional. Según el Censo 2010, hay 33.630 personas con necesidades básicas insatisfechas (NBI) en la ciudad capital. (Informe Santa Fe Cómo Vamos 2012, publicación anual de la Municipalidad local y de la Bolsa de Comercio de Santa Fe. Son los últimos datos vigentes.)



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Domingo 25 de mayo de 2014
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