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Edición impresa del 25/05/2014 | Opinión Opinión

Digo yo

Como dos extraños

Como dos extraños
 

Natalia Pandolfo

Ella le pidió que la llevara al fin del mundo,

Él puso a su nombre todas las olas del mar.

Se miraron un segundo como dos desconocidos.

(Joaquín Sabina)

Él desespera y ella desespera: ellos ya no existe. Se buscan, se reprochan, levantan los índices y se disparan la ira a través de los ojos rojos; se destruyen y arman sus retazos para seguir luchando, encarnizados, endiabladamente dolidos.

Adivinan, como quien escucha un secreto, que el amor se fue, pero se dicen que no: una y otra vez dicen que no, que eso no, que a ellos no.

Se repliegan en el dolor propio. Desean dormirse y desean que la pesadilla se evapore. Hacer pie: sobrevivir cada segundo. Como criaturas desesperadas intentan volver a unir las piezas esparcidas en el espacio. Sienten que la impotencia les explota en las entrañas. Gritan, se gritan cada vez más fuerte, porque es el otro el que no entiende. Sus ombligos se extienden por la superficie del cuerpo con cada palabra lanzada al aire rancio.

Saben que no tienen opción: que la única opción es sonreír nuevamente para la foto y congelar esa sonrisa en una postal apócrifa que les sirva para sostener la vida entera. Pero no pueden: no son de esa clase. Ojalá fueran. No son de los que se juegan por tan poquita cosa.

Se juran que será la última vez que pelean pero vos me dijiste que será la última vez que pelean pero vos me mentiste que será la última vez que pelean pero ya no sos la misma que será la última vez que pelean. Un gris plomizo cubre las calles y los autos y las gentes y las flores.

Buscan las palabras enloquecidos, perdidos en el abismo, tirando manotazos ciegos entre las vendas desparramadas por el piso. Heridos, con las alas rotas, escarban en el barro los insultos más crueles.

Se dicen perdón y se dicen nunca y se dicen para siempre y se dicen que si no me mato y se dicen que sin vos no podría. Se buscan en las sombras, hacen movimientos fallidos, creen adivinarse pero no se ven. Desgarrados, presienten que ya nunca se verán.

¿Quién les devolverá la ilusión, la insana aventura de cerrar los ojos y dejarse ir? ¿Dónde van a parar los restos del amor cuando termina?

La amargura los trasciende: los toca con su varita y los convierte en monstruos. El espejo les devuelve reflejos deformados de lo que alguna vez fueron. La canilla de las agresiones es poderosa, atroz: emana culpa a borbotones.

Consultan oráculos y rezan a dioses implacables y ofrecen sus más arriesgadas promesas al altar del destino. La situación los inunda y allí van, aterrorizados, a la deriva, tratando de volver a rozar la punta de sus dedos en medio del mar embravecido. Hace un tiempo se comían el mundo: ahora el mundo los devoró y expuso sus despojos al sol, triunfal.

Las cicatrices demostrarán cómo cambian las cosas los años. Es el amor: tendrán que ocultarse o que huir.



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Domingo 25 de mayo de 2014
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