Edición del Sábado 05 de abril de 2014

Edición completa del día

Volver a empezar - Edición Impresa - Revista Nosotros Nosotros

Volver a empezar

Cosa complicada el retorno a las prácticas, al trote, a la actividad física, en sacrificados cuerpos post cuarenta... A uno le quedan ciertos reflejos, recuerdos, vagos movimientos de un pasado quizás no remoto pero a la vez remotísimo en que andaba por las canchas de dios haciendo tropelías. Ahora no llegamos ni a estar cerca de una tropelía. A esta nota la hago caminando.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 
Volver a empezar

Puede ocurrir que un médico (por lo general uno panzón, que fuma y chupa de lo lindo: es amigo tuyo de alguna peña) te conmine por fin a hacer actividad física, puede que los vagos se cambiaran por fin a una liga de veteranos (y vos que estabas autoexcluido, de pronto calificás) o que quieras porque sí tener una pátina de vida sana. Ustedes ya saben cómo funciona la vida sana: no suele ser compatible con la buena vida.

No importan los motivos, pero ahí estás con tus nuevos kilos de más (lo bueno es que uno trae los viejos, los intermedios y los nuevos kilos de más en el mismo envase) intentando hacer actividad física, porque decir trotar me parece una osadía, un acto de soberbia o una inconsciencia.

En mi caso, elegí para tal acontecimiento el Parque Federal. Y no espero ningún canchero comentario respecto de que mi necesidad de moverme ya era un tema federal, como la coparticipación. Este problema es unitario ciento por ciento: mío todo.

El circuito completo, dicen los carteles, tiene dos mil metros, dos kilómetros; cuatro ida y vuelta. Para un viejo tiburón de las pretemporadas, al que le tiraban diez para empezar a hablar, cuatro kilómetros no debería ser nada, ni siquiera en este estado, calamitoso. Pero a poco de andar, te das cuenta que o cambiaste mucho vos o cambiaron las mediciones métricas. De lo segundo, no tengo ninguna noticia: parece que los metros son metros (y el modelo está guardado en París, creo), y los kilómetros kilómetros. Con lo cual, debemos ir a la primera opción: vos no sos el mismo.

Lo primero que hacés mal o distinto es que llegás al lugar en auto. Eso predispone mal. Es como llegar a internarte en una clínica para dejar de fumar y bajar unos kilos y el encargado te recibe pucho en mano y con un sánguche (porque seguro que no es un delicado sandwich) de milanga descomunal. Es como el dicho de la esposa del zar: hay que parecer, también, carajo. En otro momento ibas en bici o ya corriendo como para llegar calentito y listo para lo que gusten...

Otro “tip” (vean que moderno que estoy) es que le refalás (y no le resbalás) seiscientos metros al circuito, estacionando “cerca” del comienzo, con el comienzo a la vista, pero no en el comienzo. Esa actitud solapada (en caso de que vayas con una prenda con solapa) ya te pinta de cuerpo entero y ya sabemos que en este caso, se gasta mucha pintura para eso... Porque trescientos menos de arranque y trescientos menos cuando regresás, son seiscientos metros. Ya no son cuatro kilómetros, sino poco más de tres y medio: estás canchereando.

La otra cosa que hago (me lo hizo notar una persona perspicaz y con un toque maligno) es estacionar en la dársena que está a la altura de Agustín Delgado. ¿Delgado, vos? me dijeron con sorna. Y bueno, es semántico. Estacionar ahí es un aliciente, es como tener a la vista el objetivo principal. Y si no puedo ser como Delgado, por lo menos acercarme a Agustín, que es apenas gordito...

Colocado ya en posición te das cuenta que demorás más de la cuenta en elongar, estirar, flexionar y todas esas recomendables cosas a las que antes no le dabas nada de pelota. Ahora sí: son minutos de descanso o minutos en los que no trotás.

Y encarás nomás con una fe inconmovible el circuito y vos creés además que es a buen ritmo. El viejo y mítico pique corto que dejaba rivales en el camino y te ponía de cara al arco. Es eso nomás: no hay rivales aquí excepto tu devaluada (o sobrevaluada, para ser más exacto) silueta, no hay arco enfrente y ni siquiera te motiva pasar con ritmo ganador a la piba que corre mucho más suelta y con mejor estilo que vos. Es un pique corto, uno solo. Y ya lo hiciste. Duró sesenta y tres metros con cuarenta y siete centímetros (en esta etapa mirás reloj y cotejás distancias a cada rato) y te quedan todavía los tres kilómetros y medio por delante.

Empezás a caminar, corrés otro poquito, te decís a vos mismo que en la cancha también es así, te seguís mintiendo, caminás, saludás, te quedás tomando mate con el “Rifle”, cuánto hace que no lo veía, saludás, caminás, saludás, parás, ya no trotás... De vuelta al auto, te subís rápido y ojeás la hora otra vez. La sesión duró cuarenta minutos, estás cansado pero ni alcanzaste a transpirar. Pispeás que tenés el tiempo justo para llegar al almacén de la Susi y pedirte un porrón bien frío. Hay que volver a empezar.



Imprimir:
Imprimir
Sábado 05 de abril de 2014
tapa
Necrológicas Anteriores