Edición del Sábado 29 de marzo de 2014

Edición completa del día

Néstor Marconi - Edición Impresa - Escenarios & Sociedad Escenarios & Sociedad

Preludio de tango

Néstor Marconi

tango.jpg

 

 

Manuel Adet

La última noticia que tuve de él fue que los ladrones entraron en su casa de Vicente López y le robaron dos bandoneones, dos negros nacarados de 1938 y 1939. Unos meses antes tuve el placer de verlo en un local nocturno de Belgrano acompañado de Rafael Gintoli en violín y Juan Pablo Navarro en contrabajo. Creo que resulta innecesario decir que la pasé muy bien.

Es que Néstor Marconi es uno de los grandes herederos de aquellos bandoneonistas que hicieron escuela en el tango. Si, como dicen los entendidos, a un bandoneonista se lo debe juzgar por su capacidad para digitar y sincronizar, Marconi aprueba el examen con las mejores calificaciones. Así lo entendido José Basso cuando lo descubrió en Rosario y así lo entendieron en general los grandes maestros de aquellos años.

El hombre nació en nuestra provincia, en la localidad de Álvarez, el 15 de junio de 1942. Su padre era obrero del Swift, pero la condición proletaria no le impedía cultivar su afición a la buena música, motivo por el cual su hijo se inició en el piano cuando todavía usaba pantalones cortos. ¿Por qué en cierto momento su padre le regaló un bandoneón? No lo sé. Estudiar el manejo de este instrumento es complicado, muy complicado, entre otras cosas porque los maestros en el fueye no sobran. Sin embargo, esto no fue un impedimento para Néstor, quien se valió de sus conocimientos de piano para hacer los primeros palotes con el bandoneón.

El otro sustituto del maestro ausente fue la radio y en particular los célebres programas de tango, oportunidad en la que paraba la oreja para disfrutar de los acordes de Troilo, Piazzolla, Laurenz o Federico. “Escuchar también forma parte del aprendizaje”, dirá muchos años después en una entrevista televisiva. Y escuchar era lo que sabía hacer muy bien este muchacho. Escuchar, aprender y respetar a los maestros. “Leopoldo Federico -por ejemplo- nos abrió a todos los bandoneonistas los ojos para mostrar las grandes posibilidades que tiene el instrumento”, dijo.

Algunas condiciones debe de haber tenido el pibe y algo debe de haber aprendido como autodidacta, para que antes de los veinte años debute en Rosario en la radio LT3. Poco tiempo después integra Los cuatro señores del tango, formación musical que animará los recitales en Tango Club Rosario y las reuniones musicales que se celebran en las diferentes facultades de la universidad. Lo acompañan Clemente Vega en violín, Francisco Tejedor en piano y Nito Daniel en contrabajo.

Muchos años después, Marconi recordará la noche en que en el club Central Córdoba pudo escuchar en vivo y en directo a la orquesta de Aníbal Troilo, acompañado por dos cantantes de antología: Ángel Cárdenas y Roberto Goyeneche. Allí se inició su devoción por Pichuco, de quien dirá algunos años más tarde: “Escuchar y verlo tocar a Troilo sobre el palquito de Caño 14 era como ver toda la noche de Buenos Aires”. Hermosa imagen en homenaje a un grande.

Se sabe que en la carrera de un artista, como en cualquier otra actividad en la vida, la suerte o la casualidad juegan un rol importante. Este toque de fortuna lo tuvo Marconi cuando la orquesta de José Basso se hizo presente en Rosario y se enfermó el primer bandoneonista. Fue allí cuando el locutor de la orquesta le comenta a don Pepe que conoce a un pibe en Rosario que puede sacarlo del apuro. El “pibe” por supuesto es Marconi y quienes le tomaron las pruebas para verificar si estaba a la altura de la orquesta, fueron el bandoneonista Carlos Berro y el Tata Floreal Ruiz. Demás está decir que al examen lo aprobó con las notas más altas. Y a partir de ese momento se inicia, con los mejores auspicios, la carrera profesional de Marconi en una de las calificadas orquestas de su tiempo.

Contratado por Basso, los Marconi se trasladan a Buenos Aires. Allí el muchacho se da el lujo de tocar en el Marabú, el mismo local donde se inició Troilo en los años treinta, y también en el famoso Teatro Maipo. Alrededor de tres años está Marconi con Basso, porque luego se “larga” solo como bandoneonista. Son los años en que lo acompañan Osvaldo Manzi o Lito Scarso. También para ese tiempo se suma al ballet de Juan Carlos Copes en su gira por Centroamérica y, en algún momento, adquiere sus credenciales definitivas de tanguero al ingresar al mítico Caño 14, donde será uno de los nombres estelares de esas memorables noche de dos por cuatro.

En Caño 14, Marconi comparte escenario con Héctor y Atilio Stampone y Roberto Goyeneche, con quien sostendrá una cálida amistad. Para esa misma época -estamos hablando de los años setenta-, luego de una breve temporada con el sexteto de Enrique Mario Francini, funda el “Vanguatrío”, junto a Héctor Console y Horacio Valente. En 1973 participa con Francini y Pontier en una gira por Japón. Capítulo al margen merece su incursión tanguera en Suecia, donde funda un cuarteto con Chocho Ruiz en guitarra, Oscar Palermo al piano y Fernando Romano en contrabajo.

La década del ochenta la inicia como músico estable del Café Homero. Allí están Osvaldo Tarantino, Osvaldo Trípodi y Ángel Ridolfi en el contrabajo. Los cantantes se presentan con sus apellidos que eximen de cualquier otro comentario: Rubén Juárez y Roberto Goyeneche. En 1988 funda un octeto para actuar exclusivamente en Japón. Se suman al proyecto Reynaldo Michelli, Daniel Binelli, Osvaldo Trípodi, Mauricio Marcelli y los cantantes Nelly Vázquez y Roberto Goyeneche.

Ya para entonces es una de las figuras consagradas en la noche ciudadana. Horacio Salgán lo convoca para el Nuevo Quinteto Real; Pino Solanas lo contrata para musicalizar su película Sur, mientras que el director de cine español, Carlos Saura, lo llama para su película “Tango”. Prestigiado por su talento y experiencia, respetado por críticos y público, integra la Orquesta de Tango de la ciudad de Buenos Aires y en algún momento está con Luis Milici en la Escuela Superior de Música de Rosario. Sus interpretaciones se transforman en verdaderos clásicos que se deben disfrutar en silencio. Es el caso de “Adiós Nonino”, “Libertango”, “Taconeando”, “Gallo ciego”, “Los mareados”, “Negro y nacarado” o esa extraña versión de “Tomo y obligo”, junto con Cigala.



Imprimir:
Imprimir
Sábado 29 de marzo de 2014
tapa
Necrológicas Anteriores