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“El manto de la infamia”

Ante el insostenible auge de la violencia, y tras largos debates y discusiones políticas, doctrinarias y parlamentarias, un gobierno de derecha instaura la pena de muerte. Llega el momento en que debe aplicarse la primera ejecución. La sala dispuesta para tal fin es una vieja biblioteca del Penal de Ezeiza, readaptada para tal fin, teniendo como modelo el Centro Penitenciario de Texas, Estados Unidos. Se ha decidido finalmente que el método a aplicarse sea el de una “inyección letal”, compuesta por tres fármacos.
Centenares de manifestantes se encuentran en las inmediaciones de la cárcel: están los integrantes de tribus urbanas y piqueteros vinculados con la extrema derecha, conducidos por líderes barriales y dirigentes sindicales afines al gobierno, y están también los opositores a la pena de muerte, miembros de organizaciones sociales y religiosas, partidos políticos de centro y centroizquierda y ciudadanos independientes.
Sobre este punto de partida, Alejandro Tizón escribió El manto de la infamia, que acaba de publicar la editorial rosarina Ciudad Gótica, novela de una Argentina imaginaria pero no imposible de hacerse verosímil, una creíble derivación para una crisis social y una ruptura de la convivencia ciudadana que el presente desnuda con una violencia imposible de sortear. De allí que el eje narrativo sobre el que se asiente la trama, la implantación de la pena capital, resulte plausible y apropiado de tratamiento y de una especulación con tesis, incluso para una obra de ficción.
La problemática filosófica y legal que implica la pena de muerte está entrelazada en El manto de la infamia con una galería vivaz de personajes y de sucesos que de alguna manera confluyen en la misma raíz narrativa, en un ritmo sostenido y una tensión que se mantiene a lo largo de la novela.
Leemos en un pasaje: “El convicto pensaba para sí, que ya no valía la pena seguir sosteniendo su inocencia. Que como le decían ‘Mili’ y los otros miembros del MCD (Movimiento de la Concertación Democrática) el gobierno quería llevar adelante una ejecución, para distraer a la población. La necesitaban, para hacerle creer a la gente que estaban actuando contra la inseguridad. Además, se acercaban las elecciones y precisaban mostrar resultados concretos. Reflexionaba por última vez, ya casi convencido, de que su aspecto, sus orígenes, su humildad, hasta su apellido, habían conspirado contra su declamación de inocencia. Mucho más, incluso, que las pruebas colectadas en el juicio”.
Alejandro Tizón (Rosario, 1957) es autor de una novela anterior, Síndrome de Estocolmo (Ciudad Gótica, 2005) y de diversos ensayos de índole jurídica. Es actualmente juez de Ejecución Penal y profesor de Derecho Constitucional y Criminología en la UNL.