Editorial
El cepo mental es el más grave
- Para Cristina, cualquier revisión de una medida cuestionada por un opositor es una muestra de debilidad.
Cristina Fernández de Kirchner está atrapada en el cepo mental que ella misma creó. En su concepción política, cualquier revisión de una medida cuestionada por un opositor o criticada por un periodista sería una muestra de debilidad. En consecuencia, está obligada a atalonarse en sus decisiones aunque los hechos demuestren que están equivocadas.
En su caso no hay lugar para las dialécticas superadoras, la discusión fecunda y exigente; los desafíos del diálogo genuino, que obligan a estudiar, razonar, argumentar, contrastar opiniones. Es el drama del círculo vicioso en el que no entra una brizna de aire externo porque puede contaminar el pensamiento propio, sin advertir que lo realmente peligroso es el monóxido de carbono producido por el encierro, ese gas tóxico que pone en riesgo a la vida misma.
En el terreno de la acción política las convicciones son importantes, lo contraproducente es la cerrazón mental frente a las evidencias del error. Es que como enseñara Heráclito con el ejemplo del río que es a cada momento el mismo y sin embargo diferente, las cosas no permanecen inmutables. El río, por caso, puede ser el mismo como referencia geográfica e histórica; pero es siempre distinto porque su dinámica lo modifica a cada instante en términos de caudales, morfología y caminos hídricos.
Otro tanto ocurre con las personas. Sus cambios corporales son continuos. En nuestros organismos todo el tiempo mueren y nacen células. Y en un mundo que cambia como nunca antes, las percepciones mudan y las interpretaciones se renuevan al ritmo de los fenómenos sociales y los acontecimientos de cada día. En semejante escenario, pretender blindarse dentro de la armadura de una concepción rígida es ilusorio. Al cabo, ese recurso autodefensivo se resquebraja.
Es cierto que la apertura mental es tan estimulante como angustiante, porque está abierta a todas las búsquedas y esa actitud suele crear una sensación “oceánica” asociada con el miedo a lo inconmensurable, a lo que no se puede manejar. Y es comprensible que tales magnitudes -físicas o sociales- produzcan temor y activen reacciones de protección. Pero hay que entender que nuestras limitaciones para lidiar con fenómenos sociales complejos -y las consiguientes respuestas reduccionistas para intentar “poner en caja” lo que nos desborda-, no modifican la realidad de fondo, sólo dejan expuesta una ilusoria voluntad de manipulación.
La adulteración de las estadísticas básicas de la Argentina y su efecto en cadena sobre todas las series que miden el comportamiento de la economía produce efectos temporarios, como lo han demostrado los sucesivos gobiernos de los Kirchner, pero no cambian la realidad, sólo ralentizan su percepción. No se puede mentir a todos todo el tiempo, ni ignorar la ley de la gravedad, ni vulnerar sin consecuencias la lógica matemática. No se puede tapar el cielo con un harnero, ni sostener fábulas para niños en un mundo de adultos. Antes o después las vendas caen, aun de los ojos de quienes hasta aquí han gozado de las anestesiantes gratificaciones de un gobierno faccionalizado, amable con sus prosélitos y feroz con “los otros”.
La presidenta, abastecida por papers que en formato ejecutivo recuerdan al “diario de Yrigoyen”, se ha solazado en las tribunas, convencida de los logros de su gobierno y sin advertir que la información provista por sus amanuenses tenía el sesgo que su ego reclamaba. Hoy, cuando su tiempo gubernamental se agota, y su cuerpo paga los costos de un control político receloso, obsesivo y excesivo sobre todos y todas, parece tarde para cambiar. El cepo creado por un modo de pensar y hacer la política la tiene atrapada. Por eso no hay reacción.
No se puede mentir a todos todo el tiempo, ni ignorar la ley de la gravedad, ni vulnerar sin consecuencias la lógica matemática.