Edición del Sábado 21 de diciembre de 2013

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Calorías navideñas - Edición Impresa - Revista Nosotros Nosotros

Calorías navideñas

Con estas temperaturas de horno, nosotros insistimos en “comprar” y comprar sin comillas toda la cocina navideña de los países del norte, que tienen en esta época temperaturas bajo cero, y a quienes les va bárbaro con los pavos rellenos (acá estamos re llenos de pavos, que es otra cosa), los chocolates y las comidas compuestas, con las que por aquí terminamos todos descompuestos...

TEXTOS. Néstor Fenoglio ([email protected]).

DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

Yo sé que hay gente sensata que, a fuerza de repetir comilonas y empachos navideños memorables (y en su origen religioso, la celebración era de suma austeridad, y no las bacanales que ahora son), hoy opta por comidas frescas, ligeras, sin grandes complicaciones. Es gente que entiende que la mesa común es la excusa para reunirse todos. Y no para morir atragantado con lechón.

Pero pasa que además de la tradición nórdica que se nos metió por los ojos a través de infinitas películas (el cuento navideño es un género literario en sí mismo para los sajones, convenientemente trasladado al cine y a la televisión), tenemos la de los ancestros, tipos jodones para las fiestas y tipos que traían el frío exterior y el recuerdo de cocinas y comidas calientes y bien polentas (y sí, por ahí el nono quería polenta con choricitos colorados para Navidad y para cualquier día) y que luego reprodujeron esos “climas” en nuestra clima de miércoles...

A eso debe sumársele la pulsión nacional por la cantidad, por la mesa grande, por el exceso de comida, que viene de la época en que un gaucho guacho carneaba una vaca para comer un pedazo. O la todavía conservada idea campestre y del interior de que “no falte comida” o aquello de que “mejor que sobre y no que falte” y entonces no tienen problemas en liquidar tres gallinas, un pavo, un cordero, tirar media res y un lechón para que los comensales elijan y “piquen algo”. País de abundancia, aunque en muchas mesas falte...

Y a eso, a todo eso (una mezcla en sí misma, muchas calorías para repartir), hay que agregarle las recetas de allá arriba: rica comida alemana, polaca, húngara, tana, francesa, bávara, rusa: todo para levantar muertos, entonar cuerpos con frío, hacernos estirar la mano imprudentemente hacia la cuñada o la vecina, y por ahí hacernos estirar la pata (el pavo estira la pata) también...

Y a todo ese mejunje hay que agregarle la extensión horaria, la desregulación. Esto consiste en disponer de todas esas comidas híper calóricas, en una amplísima ventana de tiempo. Como si se tratara de comercios con horarios extendidos para aprovechar la demanda, tenemos que recibir a tanta gente que no alcanza con la concentración que la mesa navideña nocturna propone.

Así que todo empieza temprano, porque para las diez de la mañana alguien destapa algo y pellizca aquí y allá para “ir picando”. Y al mediodía vino el primo del campo y uno no lo va a largar así nomás con las manos peladas, para que después la yegua de su mujer critique el resto del año. Y después estirar la sobremesa (hay tipos que ya para entonces están tirados sobre la mesa), abrir panes dulces (con avellanas, nueces, pasas, higos: a seguir sumando), dulces vinos, espumantes (hasta que te salga espuma por la boca), sidras, tetras, pentas, heptas y decas brik, drink, hic y todas las onomatopeyas atropellando juntas.

Para la noche, ya estamos como el chancho: adobados, al horno, abierto de patas, tirados, liquidados...

Pero no contentos con lo hecho hasta allí, al otro día hay que aprovechar todo lo que sobró (sobró para dos semanas más, hay que aclararlo...) y seguir dándole, por las dudas, por si viene el fin del mundo. No viene el fin del mundo, pero vienen a saludar todos los que no cenaron la noche anterior y que eligieron nuevas opciones. Y como no vienen con las manos vacías, suman piononos (a esa altura el nono hace pío pío, como los pajaritos) y matambres (como si hubiera a esa altura que matarle el hambre a alguien), garrapiñadas y turrones (en toda familia hay por lo menos un turrón, y no diré más), y la mesa sigue chorreando colesteroles malos, buenos e intermedios, calorías para exportar a Groenlandia.

Hay para esta altura fermentaciones varias. Y encima es una semana corta que empalma con el último fin de semana del año y por fin con la fiesta misma de finde...

Es una lucha, un sacrificio, casi un laburo encarar esta etapa (¡pero alguien tiene que hacerlo y yo fui casi siempre un tipo responsable y de asumir compromisos!), no decirle que no a nada ni a nadie y por fin ya en otro año, jurar que vamos a comer lechuguita y yogures descremados hasta el 2020. ¡Feliz Navidad para todos! Y ni inviten: no hay más lugar ni en la agenda ni en el cuerpo.

Calorías navideñas


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Sábado 21 de diciembre de 2013
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