Crónica política
De Menem a Cristina

Que la señora se mire en el espejo de Menem. La lección es visual, pero también histórica. Cuando el poder personalizado se pierde, quienes ayer se inclinaban a su paso se transforman en sus enemigos más despiadados.
Rogelio Alaniz
“Si Cristina no cambia no termina el mandato”. Jorge Yoma
Personalizar el poder permite atribuirse todas las victorias, pero el precio a pagar es ser el exclusivo responsable de la derrota. Esta verdad elemental la está aprendiendo la señora en estos días. O tal vez, atendiendo a la furia de sus reacciones, la estén empezando a aprender sus seguidores. O, para ser más precisos, sus sirvientes, porque los líderes por la gracia de Dios no tienen compañeros ni amigos ni iguales, tienen incondicionales, lacayos o alcahuetes.
El domingo pasado casi cinco millones de personas decidieron cambiar el voto de hace dos años. Enojados o arrepentidos, lo cierto es que a través del voto expresaron su hartazgo con un gobierno, un estilo de conducción y un relato agobiantes. Si alguien tuvo dudas al respecto, las respuestas de la señora terminaron de disiparlas. Todos la vimos y la escuchamos. Primero intentó transformar una derrota concluyente en victoria, después exhibió ejemplos, y no se le ocurrió nada mejor que hablar de la Antártida. Como para reforzar el estilo, acto seguido la emprendió contra los partidos opositores y los medios de comunicación. Cero de reflexión, cero de autocrítica, cero de modestia. La señora está enojada porque los súbditos no le responden. A la señora la exaspera saber que el relato ha empezado a escribirse en otra parte, mientras que el suyo se degrada en balbuceos cargados de sonidos y de furias.
La señora exhibió a la Antártida como modelo de comportamiento electoral. Si estuviéramos dispuestos a creerle, deberíamos concluir que el “relato” es popular entre el personal militar, lo cual no dejaría de ser una glacial paradoja. Recurrir a la Antártida como ejemplo, no es muy diferente de lo que hizo Menem en circunstancias parecidas invocando a Perico, una apacible y bucólica aldea jujeña. No es el único punto en que la señora se parece al caudillo riojano. Hoy, la señora dispone de los mismos votos que él exhibía en 2003. Y también el mismo rechazo social.
Hay otras sugestivas coincidencias, pero la decisiva, la que los instala ambos en el mismo friso, es el concepto de poder. A las palabras las lleva el viento, de los discursos lo único que se sabe es que pueden cambiar, pero lo que recorre como un exclusivo y consistente hilo conductor la gestión de Menem y los Kirchner es el concepto del poder, tributario directo de la tradición populista criolla.
Sobre este tema no hay ambigüedades. Para el populismo, el poder se personaliza y se ejerce a perpetuidad. Los controles institucionales no existen, la única prensa posible es la incondicional y la oposición política es un error, no existe o se reduce a una jauría de vendepatrias. Así piensan, así sienten y así actúan. No son ellos los que engañan; nosotros nos engañamos con ellos.
No hay populista criollo que no crea con mayor o menor devoción en estas verdades que pueden ser quince o veinte, pero que a la hora de lo importante se reducen a una sola: el poder soy yo. Sobre esta práctica política, que se corresponde con una obsesiva pulsión que ahora los médicos llaman “síndrome de Hubris”, se levanta un andamiaje de hábitos, ruindades y miserias que transforman en virtud o necesidad histórica lo que no es más que un abominable vicio de la democracia y una despreciable tradición bananera, tradición que afirma que en esta parte del planeta, los pueblos sólo pueden ser gobernados por caudillos surgidos por la gracia de Dios o por la gracia de la revolución.
Acerca de estos temas, la señora durante la semana ha deshojado los pétalos de todas las rosas. Decir que los opositores son suplentes y que ella quiere hablar con sus empleadores, es una joyita del populismo criollo, una suerte de confesión respecto del ejercicio del poder. Dicho con otras palabras, desde los tiempos de Uriburu -el dictador que derrocó a Yrigoyen en 1930-, no había aparecido un gobernante que confesara con tanto descaro o tanta ingenuidad sus aficiones corporativas. Ni Onganía ni Videla se animaron a tanto. Que en nuestro populismo criollo las pulsiones fascistas están siempre latentes, no es novedad; pero hacía muchos años que no escuchaba una confesión tan descarnada y, si se quiere, candorosa. Para la señora, los partidos políticos no existen, no sirven o molestan. Sus únicos interlocutores son las corporaciones. Nada nuevo bajo el sol. Bajo el sol del fascismo se entiende. Aconsejo a Ignacio Copani y Fito Páez que se jueguen en serio e incorporen a su repertorio -por la misma plata, claro está- “Cara al sol”. Harán feliz a su platea y ellos se van a sentir muy cómodos.
Convengamos que a la señora la personalización del poder le ha dado muchas satisfacciones y, sobre todo, múltiples beneficios. Ahora, se aproxima el tiempo de rendir cuentas. También en este caso el ejemplo de Menem es aleccionador. Como Ella, la “Comadreja de Anillaco” disfrutó y gozó de las mieles del poder; como Ella dispuso de sirvientes y lacayos, como Ella, consideró enemigos a los periodistas; y como Ella, los únicos jueces que aceptaba eran los que fallaban a su favor.
Es curioso. Los Menem y los Kirchner llegaron desde provincias marginales cuya población no excede a un barrio de Buenos Aires. Veinte años de la política transcurrieron bajo liderazgos que se presentaron como antagónicos, pero que son coincidentes en lo fundamental. De ambos, se dijo que eran imbatibles en su terruño, hasta que perdieron el poder o se alejaron de él y fueron derrotados sin misericordia. Hoy, Menem sólo puede refugiarse en su edad para rehuir a los reclamos de la Justicia. En su edad, y en la protección política efectiva que el kirchnerismo le provee al detestado neoliberal de los noventa.
Los Menem y los Kirchner se pelearon en su momento por el poder. La pelea fue real, pero no es una causa noble lo que explica esa riña de gallos y gallitos. Como dijera el señor Corach, si Kirchner hubiera subido al poder en 1989 habría hecho lo mismo que Menem, verdad extensiva a un Menem trepando al poder en 2003. Los discursos o los relatos son relativos. Lo que importa siempre es el ejercicio efectivo del poder. Lo demás es cháchara, pasto para la gilada. No hay populismo sin farsa, como no hay populismo sin estafa moral.
Que la señora se mire en el espejo de Menem. La lección es visual, pero también histórica. Cuando el poder personalizado se pierde, quienes ayer se inclinaban a su paso se transforman en sus enemigos más despiadados. La ruinosa y humillante soledad de Menem anticipa el destino de quienes se creyeron dioses o diosas. Sin los atributos del poder, Menem es nada y nadie. Lo mismo podrá decirse de la señora cuando descienda al llano.
Se dirá que ése es el destino de todos. Sí, de todos, de todos los autoritarios, porque los presidentes democráticos no transitan fatalmente desde la Casa Rosada a los Tribunales. Alfonsín es un ejemplo. Y los ejemplos pueden extenderse a Sanguinetti en Uruguay, Lagos en Chile y Cardozo en Brasil. Hombres dignos y respetables, caminando dignos por la calle.
El gobierno de Ella ha sido derrotado en estos comicios. No es aconsejable profetizar sobre los números de octubre, pero sí es posible detectar tendencias y orientaciones de la sociedad. En agosto de 2011, en elecciones parecidas, la señora ganó por paliza. Las elecciones posteriores no hicieron otra cosa que ratificar lo que ya era un dato de la realidad. No hay motivos para creer que ahora vaya a ser diferente. El kirchnerismo está siendo barrido por los votos y la propia historia. Uno de los rostros más exasperantes y anacrónicos del populismo está llegando a su fin. El interrogante a resolver es si estamos dispuestos a hacernos cargo de que la Argentina se encuentra postrada por la cultura del populismo en cualquiera de sus variantes. El kirchnerismo es un forúnculo, su erupción juvenil, pero en estos temas también hay que tener en cuenta que de lo que se trata no es de cambiar de collar, sino de perro.