Edición del Martes 30 de julio de 2013

Edición completa del día

El Papa en Brasil - Edición Impresa - Opinión Opinión

La vuelta al mundo

El Papa en Brasil

1785681.jpg

Comunicación. Eso fue lo que logró Francisco con la juventud reunida en el vecino país, la que respondió con una vitalidad que le infunde nuevas fuerzas a una Iglesia que parecía agotada.foto:efe

 

Rogelio Alaniz

[email protected]

Brasil fue el escenario donde el Papa desplegó todo su talento y su gracia. Allí están los problemas y las virtudes más sensibles de la Iglesia Católica: la comunidad más numerosa de América Latina, pero también la comunidad en la que se registran más deserciones; allí convive la opulencia del crecimiento económico, la pujante modernización de los grandes centros urbanos con la miseria de las favelas y la indigencia del campo. Brasil fue uno de los países donde la teología de la liberación tuvo más predicamento y, por lo tanto, donde hay más sacerdotes sancionados por haber comprometido al Evangelio con el marxismo y las luchas sociales de su tiempo. En Brasil estuvo presente el entonces cardenal Bergoglio, cuando se celebró la reunión del Celam en la localidad de Aparecida, reunión donde se aprobó el documento que las malas lenguas dicen que está escrito por él, al punto que, según los entendidos, quien quiera conocer el pensamiento religioso y social del flamante Papa, deberá leerlo. Brasil, en definitiva, es el territorio de la crisis, el lugar propicio para comenzar a dar las respuestas necesarias y posibles a un mundo complicado.

Francisco se ha propuesto instalar a la Iglesia Católica en el siglo XXI. Es fácil decirlo pero no es tan fácil hacerlo. Los cambios son una exigencia de los tiempos, pero no sólo hay que decidir qué es lo que cambia, sino también qué es lo que permanece. Los tiempos de la Iglesia no suelen coincidir con la cronología habitual, responden a otras necesidades y a otra relación con la realidad. A la Iglesia Católica no le gusta correr detrás de las modas o someterse a las presiones de las coyunturas. Uno de sus tesoros espirituales es la tradición, su propia tradición y a ella hay que preservarla de las acechanzas de los tiempos. ¿Conservadora? Puede ser, sobre todo si por conservador se entiende, como dice Michael Oakeshott, preferir lo efectivo a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo suficiente a lo excesivo, lo conveniente a lo perfecto, la risa presente a la felicidad utópica, los cambios pequeños y lentos a los grandes y repentinos.

Francisco, bueno es entenderlo, es un Papa conservador, como lo fue, si se quiere, Roncalli y, por supuesto, Wojtyla y Ratzinger. Sus diferencias provienen del temperamento, de los rasgos intransferibles de cada personalidad, pero sobre todo de las tareas históricas que a cada uno le tocó asumir. No hay Papas revolucionarios, no lo hubo en el pasado y sospecho que no sería bueno ni deseable para la Iglesia que los haya en el futuro. Puede haber Papas que abran las puertas a cambios profundos, pero no es la palabra “revolucionario” la que mejor interpreta ese rumbo.

Si el ciclo de Wojtyla y Ratzinger fue conservador, el de Bergoglio estará tensionado por las exigencias de las reformas, pero éstas se harán, como le gustaba decir a ese político criollo que él suele tener en consideración, en su medida y armoniosamente, luchando contra los retardatarios, pero poniéndoles límites a los apresurados. Dispone para ello de una coyuntura histórica que empuja en esa dirección. Pero también dispone de su talento y su carisma, ese don para comunicarse con la gente, transmitir afectos, emocionarla, encontrar para cada situación la palabra adecuada, el gesto preciso, la mirada requerida.

Bergoglio es el primer Papa de América, pero sin ánimo de caer en una suerte de chovinismo necio, nosotros sabemos muy bien que algunas de esas virtudes que hoy seducen al mundo son muy argentinas, expresan algunos de los rasgos más queribles de nuestra tradición nacional. Esa sonrisa luminosa, espontánea, afectiva y juguetona y, al mismo tiempo, arrebatadora y tierna, constituye desde Gardel a Perón uno de nuestros mitos nacionales más fuertes; esa espontaneidad para atender las exigencias del público, esos reflejos para improvisar sobre la marcha la respuesta adecuada, son virtudes muy nuestras, algo que nos distingue más allá de las fronteras y de nuestros visibles defectos.

Pero la influencia del Papa no se explica solamente por los símbolos de un carisma que hoy nadie pone en duda. Francisco es lo que es porque habla claro. Uno puede estar más o menos de acuerdo con sus palabras, pero lo innegable es que transmite la sensación de alguien que cree, y cree muy en serio, en lo que dice. El Papa habla claro y predica con el ejemplo. En un tiempo de consumismo alienado y frivolidad, de banalizaciones e indiferencia, él propone la austeridad, la decencia y la virtud evangélica de la pobreza. Lo dice y lo hace. A su manera y con los límites de su investidura, pero también con los alcances formidables que esa investidura dispone.

En un mundo con delirios militaristas, pondera la paz; y en un tiempo de fanatismos, alienta el ecumenismo. Habla para todos. En primer lugar para su Iglesia, pero también para quienes creen en otros dioses o en otros dogmas. Sus palabras alcanzan a creyentes y no creyentes, a jóvenes y viejos, a mujeres y hombres. No tiene tapujos en decir que la Iglesia es de todos, pero particularmente de los pobres.

Se puede ser o no creyente -yo no lo soy-, pero no se puede ser tonto o ciego y desconocer lo que la realidad coloca delante de nuestros ojos. Francisco habla de Dios y de Jesús, a sociedades escépticas e incrédulas, las llama a participar del misterio de la fe, pero esa convocatoria está muy lejos de ser conformista. La fe de Francisco no es la que alguna vez se confundió con el opio del pueblo, es una fe militante, solidaria, comprometida. El Papa convoca a los jóvenes a la rebeldía, a los viejos a no entregarse a la resignación de la edad, a los pobres a luchar por sus derechos, a los obispos a que no se parapeten detrás de sus privilegios y sus investiduras y a todos a vivir la fe con alegría, con los pies bien puestos sobre la tierra o, como diría Kant, con el cielo estrellado sobre los ojos y la ley moral en el corazón.

Un Papa no propone soluciones políticas prácticas, no ordena a quién hay que votar, en definitiva no interviene en la política de todos los días, pero sus orientaciones, sus prédicas, adquieren una inevitable dimensión política. A los argentinos en particular nos viene muy bien que Francisco insista en ponderar las virtudes del diálogo y la honradez y el compromiso con los más débiles. Durante mucho tiempo en el pasado los Papas estuvieron instalados debajo de la sombra del poder y sus oraciones iban dirigidas a los poderosos. Esa relación fue cambiando a lo largo del siglo veinte y hoy la Iglesia Católica, sin renunciar al ejercicio del poder que le compete, dirige su mensaje a la sociedad civil, convoca a la gente a movilizarse y esa convocatoria incluye en primer lugar a los pobres, a los mismos que ayer sólo eran tenidos en cuenta para predicarles la resignación en nombre de una promesa vacía de contenido y trascendencia.

Francisco propone poner límites a los excesos y corruptelas presentes en la Iglesia y lo hace con energía y decisiones prácticas, pero también propone límites para el capitalismo globalizado. No es el primer Papa que lo hace, pero tal vez sea el primero en enfatizar el rol que les corresponde a los pobres en el siglo XXI. De la teología de la liberación asume las exigencias del compromiso pero descarta las lecturas fundadas en la lucha de clases. No es revolucionario pero cree en las reformas, no es populista pero se propone ser popular. A la Iglesia la quiere instalada en el siglo XXI sin los vicios que la han sacudido, pero con las virtudes que supo atesorar a lo largo de la historia. El futuro dirá hasta dónde podrá realizar estos ideales, cuáles serán sus logros y cuáles las asignaturas que quedarán pendientes. Por lo pronto, a cuatro meses de haber sido elegido, logró despertar alegría donde había tristeza, entusiasmo donde había resignación, fe donde había escepticismo, confianza donde había recelo, esperanza donde había desolación. No es poca cosa.

En pocos meses logró despertar alegría donde había tristeza, entusiasmo donde había resignación, fe donde había escepticismo, confianza donde había recelo, esperanza donde había desolación. No es poca cosa.



Imprimir:
Imprimir
Martes 30 de julio de 2013
tapa
Necrológicas Anteriores