Tomá mate
Desde la asunción del nuevo Papa, la yerba y el mate pasan por un gran momento: globalizado, bendecido, reivindicado. No se trata de una nota caliente, ni fría: tiene la temperatura justa, me parece.
TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].
Lucho, un fino observador de la realidad (dos cosas debo agregar al respecto: muchas veces la realidad es la que te observa a vos; y, dos, lo único fino que le quedó a Lucho después de un verano pródigo en porrones, es la capacidad de observar la realidad) acotó que en un puñado de días, el Papa argentino apareció con mates en la mano en varias fotos. Un mate le regaló Cristina, mate toma todos los días el hombre, a pura chupada destemplada en vez de la tacita de alguna infusión clásica. El mate es humano, desde luego, pero también divino. Y las empresas yerbateras deben estar frotándose las manos porque en breve esas imágenes, con alguien que despierta tantos sentimientos positivos en todo el mundo, generarán primero curiosidad y luego demanda.
Zanjada esa cuestión enojosa y parapolicial respecto de la legalidad del producto -un producto sudaca que tiene el sospechoso nombre de “yerba”-, la gente va a pedir eso que bebe el Papa. Los últimos antecedentes más o menos permitidos son los norteamericanos “Hojas de hierba” del viejo Walt Whitman, y “Esplendor en la hierba”, emblemática película de Kazan, que no debe confundirse con nuestra Casán... Y el pluritérmino “mate” también tiene lo suyo, desde la jugada final del ajedrez -jaque mate- hasta el apelativo violento de matar.
Pero volvamos al mate y a la yerba, que es más interesante. Cuando me crié y más valen ni pregunten (estamos llenos de cancheros, somos un país recanchero) la yerba era yerba y punto: qué saborizada, ni fuerte, ni suave, ni con hierbas, pomelo, aguavivas o uñas de lagarto: yerba, a secas (húmeda es intomable).
Ahora, la desregulación yerbatera, las tendencias a generar múltiples derivados, han metido una confusión (una infusión) temeraria y uno no sabe dónde cornos está parado. El estante o los estantes de la yerba son enormes y hay, realmente, para todos los gustos.
Antes, la nona le agregaba a lo sumo cascaritas de naranja seca de su propio patio; jugo de limón de su patio o menta, burro, peperina o algo... de su patio. Ahora vienen mezclas que incluso incluyen (incluida la redundancia inclusiva) yerba. ¡De todo tienen! ¡Eso ya no es un mate, canejo! ¡Se burla el ser nacional más autóctono (el que va en auto), con estos brebajes innobles que nada tienen que ver con el amargo original que el gaucho saboreaba por esas soledades o junto a su china!
Y por último, tenés la irrupción prepotente de los tererés. En épocas o zonas muy calurosas, a alguien se le ocurrió que el mate podía tomarse con agua fría. Pero los argentinos somos chanchos, desordenados, originales, desprolijos y a otro alguien se le ocurrió meterle jugo. Y entramos en consecuencia en otra industria, diferente, con sus propios dimes y diretes, con sus productos. Y entonces el mate recibió posmodernos sopapos con jugos especialmente formulados para tereré: una desgracia con sabor a uva de Italia, higos de no sé dónde, dátiles de Esmirna, zapallitos de tronco de Monte Vera y otras variaciones que rozan lo delictivo, además de redireccionarte y relanzarte en veloces corridas hacia el baño: esas cosas dan cagueta, con el perdón de la expresión.
Así que la elección del Papa, nuestro Papa encima (ya somos agrandados y jactanciosos normalmente, imaginen con Papa propio...), aporta condimentos interesantes para una vuelta al mate original, un regreso a las fuentes (o a las pavas, al menos), un freno a tanta loca expansión apócrifa... Así que a darle al mate, amargo si es posible, bien cebado. Y a recordar con un temblor que ese acto íntimo del mate bien cebado, ahora es un hecho global. Y terminamos. Esta nota fue una papa. Caliente.
