Edición del Sábado 24 de noviembre de 2012

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Toledo, entre el acero y la piedra - Edición Impresa - Revista Nosotros Nosotros

Toledo, entre el acero y la piedra

Toledo, entre el acero y la piedra

Con el privilegio de haber sido la antigua capital de la España monárquica, Toledo, además de mágicos escenarios, ofrece historia, arte e industria. Una tierra que conmueve.

TEXTOS. LUCAS CEJAS. FOTOS. L. CEJAS Y “Catedral de Toledo. Su historia y su arte”.

 

Ubicado a 71.km. de Madrid, Toledo pertenece a la comunidad autónoma de Castilla La Mancha -donde residía el ingenioso hidalgo- y por conveniencias arquitectónicas y políticas este lugar está construido en el punto más alto de la comarca. Cien metros más abajo se puede divisar el río Tajo, serpenteando la colina sobre la cual se cierne dicha ciudad.

La paleta de colores terrosos que abundan en cada vivienda o comercio contrasta a la perfección con la irregularidad que presenta el suelo Manchego, de un agradable tono verdoso. Sólo Iglesias y Catedrales desentonan cromáticamente. Pero imponen su magnitud.

DE OFICIOS Y ARMAS

El visitante recibe, a su llegada, información constante, pero no aquella de catálogos y folletos, sino la que contiene aromas, sabores y texturas, de colores y formas variadas.

No hay otra manera de conocer mejor Toledo que haciéndolo de a pie. Aunque esto no constituye una revelación, es sabido -por sentido común- que el ascenso hasta la ciudad debe realizarse con algún tipo de transporte, luego es tracción a sangre y sudor. Turistas de distintos credos, razas y nacionalidades confluyen en tierras toledanas y le confieren al lugar un aspecto de hormiguero babilónico, mientras que cantidades de tiendas ofrecen los mismos suvenires a idénticos precios. Aquí, Don Quijote ha dejado de ser el ingenioso hidalgo de la literatura hispana para transformarse en un “ muñequito de colección”. A su lado, Sancho Panza corre la misma suerte.

No es una exageración decir que en cada cuadra -si es correcta esta denominación para las manzanas que se ríen de la geometría actual- hay tantos negocios de damasquinado y venta de espadas toledanas como habitantes en la ciudad. Ambos, viejos oficios, suelen convocar a los curiosos extranjeros que, ante la presencia de un caballero con armadura custodiando el frente de cualquier local, toman valor e ingresan para gastar unos euros y, claro está, quedar bien con alguien. Blandir una espada toledana no es un juego de niños, por eso es que para ellos hay réplicas en madera .Y todos contentos.

El damasquinado consiste en la realización de figuras -de variados diseños- en forma de finos hilos de oro, siendo embutidos en distintos objetos de acero y de hierro previamente “pavonados” (ennegrecidos en un preparado de soda cáustica o, también, de aceite mineral). Este oficio artesanal encuentra aquí su máxima expresión, pero se ha realizado desde épocas muy antiguas y en diversos lugares como el Antiguo Egipto, Grecia y Roma. Los árabes introdujeron el damasquinado en la península Ibérica. Es posible ver platos, anillos y relojes decorados y embellecidos con este noble oficio.

La confección y, sobre todo, la venta de espadas en acero es otro de los puntos fuertes aquí. Las hay de distintos tamaños y diseños, varían en peso y en alcance. Los cuchillos también esperan pacientes para ser empuñados por algún turista con alma de aventurero.

Entre los siglos XV y XVII, Toledo fue símbolo de calidad en la confección de espadas y cuchillos. Además, es bueno recordar que en el año 711 la ciudad fue ocupada y dominada por los musulmanes, pero también muchos años después convivieron tres culturas-religiones diferentes: cristianos, judíos y los ya mencionados musulmanes.

GIGANTES DE LA FE

Cuando parece que es imposible asombrarse un poco más, aparece una calle, una esquina o una mole de piedra y oro capaz de refutar esa sensación. Es un milagro, aunque a veces pasa, transitar un callejón en soledad. Sin ningún indicio de tiempos modernos (cartelería, motitos vespa, cámaras o filmadoras) es posible dudar en qué época se está viviendo; es una sensación gratificante y extraña. Y, por caso, pareciera posible encontrarse con un caballero de espada toledana a la cintura o alguna dama misteriosa con pendientes damasquinados.

Caminando un poco más hacia el casco histórico se puede observar una escultura en bronce de Miguel Cervantes Saavedra (soldado, novelista y dramaturgo español que vivió entre 1547 y 1616) que conserva un porte atildado y, por cierto, ambas manos. La lluvia es un elemento escaso -más en esta zona- pero cada tanto se hace presente para calmar las altas temperaturas desprovistas de humedad. Cervantes ahora reluce entre ferrosos colores azules y esmeraldas.

Alimentar el alma es un placer, pero a cierta hora y luego de caminar por callecitas ascendentes y descendentes, el cuerpo reclama alguna atención. Y muchos turistas entran en la primera fonda que brinda gazpacho, paella y, por supuesto, aire acondicionado. La comida será regada con la infaltable cerveza helada y con la bebida cola imperialista por excelencia, con el agregado de una rodaja de limón.

Al continuar la travesía toledana es imposible no toparse con la Catedral de Santa Maria de Toledo, construida a partir de 1226 cuando Fernando III aún reinaba. Si semejante construcción impacta desde afuera -y hace que una persona parezca un punto en un planeta- desde su interior exuda opulencia, lujo y ostentación en una escala comparable a su tamaño arquitectónico.

Como espectador es difícil abstraerse de la belleza del gótico que predomina en este escenario de la fe. Se puede o no ser creyente, pero es innegable que algo así no genera indiferencia. Atiborrada de capillas, sacristías, salas capitulares y estatuas en mármol, esta catedral exhibe un aire de opresión que ni la escasa luz de los vitrales logra disipar.

Las cúpulas están allá arriba y bien lejos, casi como una alegoría del “cielo”. Una treintena de ángeles y santos revolotean un poco más abajo. Siguiendo la recorrida interna y visitando distintos compartimentos hay oro y plata, y lujosas vestimentas en lujosos atriles. Todos estos accesorios están dispuestos para dar testimonio de una época pasada en la que el común de la gente no se vestía con ropa dorada ni bebía vino del mejor, pero pagaba “religiosamente” los impuestos que iban a las arcas de instituciones poderosas y terrenales.

Saliendo en busca del aire perdido, y para no dejar de impresionarse, a unos cuantos metros se erige, por pedido de los Reyes Católicos, otra obra descomunal y, cuándo no, de estilo gótico isabelino: el Monasterio de San Juan de los Reyes, perteneciente a la Orden Franciscana. Fue construido entre 1477 y 1526 y es probable que unos cuantos hombres hayan encontrado, tempranamente, el reino de los cielos debido a los accidentes ocurridos en plena construcción y debido a la falta de medidas de seguridad.

De color marrón claro, este sitio cuenta con un templo (su construcción finalizó 1495) y un claustro, considerado una obra maestra del llamado “gótico de transición”, que fue restaurado enérgicamente. El lado sur conecta estos dos ambientes. Sin embargo lo que más impresiona no son los relieves con sus respectivos blasones reales o las estatuas que penden en una de las entradas, sino las cadenas y grilletes que albergan las paredes frontales y laterales, ya que en esas cadenas eran colgados judíos y musulmanes por “infieles e impuros” cuando se celebraba la misa y ante la mirada de los católicos de buena fe. Esto ocurría bajo el reinado de Fernando e Isabel I.

La escena, que no es ni más ni menos que una ejecución pública, eriza la piel de cualquier turista que imagina lo inhumano de esa instancia. Sórdidas, con el peso de la muerte en sus eslabones, las cadenas se mantienen intactas, inamovibles y casi eternas.

DE ENTIERROS Y DUCADOS

Pero Toledo tiene otras paradas históricas que contienen en su interior un patrimonio cultural notable y bello. Una de ellas es la Iglesia de Santo Tomé, ubicada en el centro histórico de la ciudad, que alberga la obra “El entierro del conde de Orgaz”, realizada por el Greco, eximio pintor establecido en Toledo a partir de 1577. La pintura da cuenta del entierro de Gonzalo de Ruiz de Toledo, “Señor de la villa de Orgaz”.

El artista firmó en marzo de 1586 un contrato con algunas condiciones para representar la composición del cuadro, y aceptando estos requerimientos realizó una obra maestra. El único de todos los retratados con un color mortecino es, lógicamente, el Conde. Como dato interesante cabe mencionar que hay un hombre mirando al espectador; se presume que era el autor del lienzo.

La tasación se hizo una vez finalizada la pintura en 1588. Los peritos tasadores fueron los pintores Luís de Velasco y Hernando de Anunciabay, quienes estipularon que el precio debía ser de 1.200 ducados (una cifra elevada para la época). El párroco consideró excesivo el precio y pidió una nueva tasación a cargo de Hernando de Ávila y Blas del Prado, que dio como resultado la cifra de 1.600 ducados. Ante la disconformidad de las partes (párroco y artista) finalmente acordaron el precio inicial (1.200 ducados, algo así como 30.000 euros).

No fue la única vez que el Greco tuvo que pelear por el precio de sus obras, pues a veces la pintura se consideraba, al menos para un párroco, un oficio menor.

Todo esto encierra Toledo; conquistas y bellos lienzos, aromas y sabores, entierros y exquisitas obras literarias. Lo que no es poco.

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“EL ENTIERRO DEL CONDE DE ORGAZ”, DE EL GRECO.

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FACHADA DE LA CATEDRAL SANTA MARÍA DE TOLEDO.

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VISTA LATERAL DEL MONATERIO DE SAN JUAN DE LOS REYES.

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INTERIOR DE LA CATEDRAL DE TOLEDO.

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UNA DE LAS ZONAS PRÓXIMAS A CASCO HISTÓRICO DE LA CIUDAD.

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FUENTE

Las imágenes de la Catedral de Toledo y de “El entierro del conde de Orgaz” fueron extraídas del libro “Catedral de Toledo. Su historia y su arte”, de D. Luis Alba González (Toledo, España).



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