Lengua viva
Comunicación versus comunicación
Evangelina Simón de Poggia
Estaba reflexionando sobre la comunicación actual. Si se plantea correctamente, si interesa saber lo que piensa o siente el otro, lo que dice el otro, el desaprovechamiento de la tecnología, pues, a pesar de ella, nunca estuvimos más incomunicados... Nos preguntamos, hoy, en este presente que transcurre, ¿Nos escuchamos, realmente, con intención de contactarnos, de enriquecernos del conocimiento de nuestros pares o miramos sin escuchar, sin ver en derredor? Cuántas veces preguntamos en un aparente diálogo “¿Qué dijiste?” “¿De qué se trata?” ¿Cuántas interrupciones llevamos a cabo entre dos personas que están conversando, metiéndonos en el medio y dirigiéndonos a uno de los participantes para expresar o preguntar algo que a nadie le interesa? ¿Cuántos actos de habla anulamos diariamente sin el menor respeto al contenido, a la forma o a los procedimientos?
Abundan los discursos a medias o vacíos de contenido estructurados con una retórica inútil y minimizadora de la inteligencia de los escuchas, que tenemos que soportar y que nos obligan a estar muy alertas, pues, muchas veces, la conclusión es mirarnos sorprendidos entre los participantes, interrogarnos con la mirada y, finalmente, un cabeceo dubitativo y la pregunta “... oye... en definitiva... ¿Qué entendiste?”
Ese hablar a medias, con múltiples errores, que requiere del destinatario una corrección mental del discurso, de la reposición de segmentos lingüísticos que le permitan darle un sentido; todo por falta de competencias lingüísticas o por un hábito de descuido expresivo, lo que connota una despreocupación por la palabra, así como también por los receptores y, en definitiva, por la comunicación y sus implicancias. Las consecuencias serán fatales para pensar nuestro futuro, para construirlo.
Si no podemos interaccionar con la ciencia, con la estética y la creatividad del rico y hermoso mundo literario, con el desarrollo de la armonía interna, la curiosidad y la duda que todo conocimiento propugna, estamos perdidos. Nuestro horizonte intelectual y experiencial se perfila difuso y comprometido.
Lo paradójico es que nos enorgullecemos de estar en la era de la comunicación y lo cierto es que nunca estuvimos más incomunicados.