Elizabeth Vernaci
Quinta a fondo hacia un pasado doloroso
El registro mordaz e insolente que Elizabeth Vernaci ya convirtió en marca registrada de sus ciclos radiales, se diluye por momentos en su flamante libro de relatos “Kilómetros de negra”, donde descompone fragmentos de su vida y demuestra que el humor funciona como antídoto de un pasado doloroso.

“Mi forma es shoqueante. Así me defendí en la vida de las ausencias: shoqueo antes de que me peguen”, define Vernaci. Foto: ARCHIVO EL LITORAL
Télam
La primera -y fatal- impresión del libro no recrea a la conductora libertina que calienta las tardes de la Rock and Pop con “Tarde negra”, sino a una nena que en la soledad de un garaje del barrio de Flores se inventa voces y personajes para tapar los ruidos de las peleas -y los golpes- que allá en el interior de la casa enfrentan a su madre y a su abuelo.
“Es un poco shoqueante escuchar en la radio a una mina con una voz divina que de repente se la pasa diciendo guarradas. Como también es shoqueante agarrar mi libro esperando que empiece hablando de penes y en cambio encontrarte con una pobre nena solitaria, abandonada... no esperás eso”, expresa Vernaci.
A partir de un registro vulnerable que luego muta hacia la irreverencia, Vernaci ofrece una biografía fragmentaria de cuando sus padres se separan y ella va a vivir con su hermano y su madre a la casa de los abuelos: las tensiones familiares, el despertar sexual y la crueldad involuntaria de un padre que le obsequia la peor Navidad de su vida cuando le regala a la hija de su nueva pareja la muñeca que ella tanto había deseado.
“Es fácil quedarse en los lugares dramáticos: te tenés pena y punto. Sí, cuando releía los capítulos donde cuento mi infancia sentí lástima, pero no me da regodearme con eso -explica-. Frente a esas cosas que no son las ideales, hay gente a la que la salva la fe, otra el amor... a mí me salvó el humor”, confiesa.
“Lo que yo quería es que se escuchara mi voz”, dice una de las voces más sugestivas de la radiofonía argentina, aunque en este caso no aluda a las singularidades de su registro vocal sino al deseo de que la escritura funcione como prolongación de los discursos en los que se pregona mujer independiente y absoluta soberana de su sexualidad.
La toalla
“Kilómetros de negra” (Planeta) respeta ese kit básico de ideas, aunque por momentos se desmarca del estereotipo fundado por Vernaci para ofrecer una faceta inédita que lejos de contradecirlo despliega los argumentos necesarios para comprender que detrás de ese carisma casi avasallante, moldeado a pura réplica verbal, sobrevive una mujer que detesta sentirse víctima, aún cuando su infancia esté lejos de haber resultado soñada.
“Si no tenés una cierta piedad sobre algunas cosas de tu vida te convertís en un resentido. Hay cosas que no te dejan más enseñanza que el dolor. Pero incluso una experiencia dolorosa puede hacer surgir el humor, o una mirada irónica. Hay gente que ante el dolor se queda encerrada en la melancolía. No es mi caso”, explica.
“¿Ves esta toalla con la que yo me seco las manos? Bueno, exactamente esto hago yo con las mujeres: las uso y las descarto, me seco las manos y me voy. ¿Vos querés ser eso? Te dije que te fijes... sos vos la que los tiene que usar de toalla a ellos”, evoca Vernaci las palabras de su padre tras sorprenderla en plena gimnasia amatoria con un chico del barrio.
Si algo aprendió la conductora del errático ideario paterno es que toda relación encubre una traición inminente... y nada mejor que estar prevenido: “¡Un horror el mandato! Yo esperaba el reto, y el reto fue una bajada de línea con un mensaje clarísimo: ‘Te van a cagar, o los vas a cagar vos, así que, mejor, cagalos vos’. Y los tuve que cagar, no me quedó otra”, apunta en el libro.
“Yo viví la cosa conspirativa de las relaciones por partida doble -asegura Vernaci ahora-. Por un lado mi papá, pero también de alguna manera mi mamá, que desde el lugar de la abandonada encarnaba aquello de ‘te van a cagar’, a pesar de que era estudiante y militante y no acentuaba esa condición de víctima”, indica.
“Dependía económicamente de mis abuelos y de su ex, así que en definitiva no dejaba de ser una mina dependiente. Por eso, me propuse ser lo contrario: una mina independiente y armada ante la posibilidad de que me vengan a cagar. Me hice dura”, admite.
Hacer agua
Abundan los relatos sobre las peripecias sexuales de la conductora, líneas y líneas en las que se describen afiebrados rituales amatorios que empiezan y terminan sin que se filtre ni una pátina de sentimiento: al lector le está permitido fisgonear la trastienda de su apetito sexual, pero casi nunca se enterará si la heroína en cuestión fue feliz, sufrió o amó profundamente.
“Después de pasar cosas densas, hay un lugar donde uno hace agua: yo hago agua en lo que tenga que ver con enamorarme. Cuando planteo una relación siempre lo hago desde el punto de vista de ‘vamos a coger’, pero no entablo una relación amorosa con el otro. Sólo la he tenido con el papá de mi hijo y hasta ahí”, confiesa.
Casi tan preponderante como el sexo, los autos ocupan un lugar importante en la vida de Vernaci, que durante años acompañó a su padre a las carreras de regularidad y hoy domina el argot fierrero: esta experiencia de asimilación de una disciplina monopolizada por el imaginario masculino le otorgó ventajas en su profesión -la radio fue por mucho tiempo un reducto dominado por el sexo opuesto- pero complicó sus relaciones personales.
“Yo juego con el doble sentido y el humor, por eso es muy difícil estar con alguien como yo. Pero cuando entrás un poco a rascar la superficie te encontrás con otra cosa. ¿Qué hombre me puede llevar a mí? Tiene que ser muy especial y que entienda mi soledad. En realidad, cuando uno es agresivo y se pone un escudo es porque está sufriendo. Y entonces se vuelve como natural querer alejar al otro”, concluye.