La vuelta al mundo
Ollanta Humala presidente

Triunfo: Humala saluda a sus seguidores luego de conocerse la tendencia comicial que lo depositó en el sillón de la presidenciaw. Foto:EFE.
Rogelio Alaniz
Ollanta Humala será el nuevo presidente de Perú. No ganó por mucha diferencia, pero ganó, y la primera en reconocer su triunfo fue su rival Keiko Fujimori. Ahora habrá que ver si gobierna de acuerdo con sus promesas de campaña electoral o, como dicen sus rivales, saca a relucir su verdadera personalidad política, aquella que pregonaba la supremacía de los incas y la revolución racial, que suponía que todo cambio que mereciera ese nombre debía nacer de la violencia y que no disimulaba su admiración por Hugo Chávez y Fidel Castro.
De todos modos, y tal vez a pesar de él mismo, desde el punto de vista objetivo o institucional, al flamante presidente electo no le queda otra alternativa que la concertación política. Su principal aliado en el Congreso será Alejandro Toledo, motivo por el cual todo hace pensar que el Humala que en otros tiempos prometía ser leal a los principios aprendidos al lado de su padre, hoy ha cedido a los imperativos de la realidad que reclaman diálogo, concertación y acuerdos.
Podría decirse que Humala se hizo cargo hace cinco años de que si quería ser presidente debía moderar el discurso y olvidarse de sus arrebatos militaristas. Esto ocurrió en la campaña electoral del 2006, cuando fue derrotado sin atenuantes por ese político hábil, audaz y sinuoso que se llama Alan García. Fue allí que entendió que entre el discurso de su padre y sus propias ambiciones de poder había un abismo infranqueable. Los resultados de este veloz aprendizaje están a la vista. Humala contó para esta segunda vuelta con el apoyo de intelectuales y políticos moderados y conservadores que prefirieron apoyarlo a él para impedir que llegara al poder la hija de Fujimori.
Ni Humala ni Vargas Llosa hubieran previsto hace apenas dos años que se defenderían mutuamente y por un instante histórico pelearían por la misma causa. Algo parecido le ocurrió a Alejandro Toledo, quien debió soportar un intento de golpe de Estado por parte de los hermanitos Humala. La política como se puede apreciar, es interesante precisamente porque tiene estos imprevistos.
El otro imponderable digno de ser tenido en cuenta, es que justamente han sido Humala y Fujimori los que confrontaron en esta segunda vuelta. Los antecedentes de los dos eran pésimos. Fujimori no pudo sacarse de encima el lastre de su padre. No lo pudo hacer y, a decir verdad, ella no lo intentó en ningún momento. Desarrolló la campaña electoral tratando de equilibrar su compromiso familiar con sus ambiciones políticas. No lo pudo hacer y, visto desde una perspectiva íntima, hasta hubiera sido injusto reclamarle que lo haga. Ninguna hija que respeta o ama a su padre -y Keiko lo respeta y seguramente lo ama- puede llegar a la presidencia de la Nación y ser indiferente a la condena de su padre.
Sus adversarios golpearon allí y tuvieron éxito. Lo máximo que llegó a decir Keiko al ser interpelada por los periodistas, fue que ella no se proponía ser presidente para firmar un indulto. Por supuesto que no convenció a nadie, ni siquiera a ella misma, y que nunca disimuló su admiración por si padre. No fueron estos los únicos problemas que debió afrontar Keiko. Al padre de su marido le recordaron que tenía una causa abierta por evasión de impuestos. Keiko tampoco era culpable de las trapisondas de su suegro, pero se las ingenió para quedar comprometida. José Trelles, uno de sus colaboradores más cercanos dijo en un programa de televisión una frase que le hizo perder una catarata de votos: “Nosotros matamos menos”, declaró en el intento de defender a Fujimori padre y diferenciarse de los seguidores de los ex presidentes Beláunde Terry y Alan García. La frase adquirió notoriedad pública y, para más de un observador, tuvo el mismo efecto que el cajón quemado por Herminio Iglesias en Buenos Aires.
Por último, en el debate televisivo con Humala, la señora Keiko no estuvo a la altura de las expectativas. No perdió por goleada, pero perdió, y otra vez el pasado de su padre fue el responsable de su derrota. De todos modos, con todas estas dificultades y errores Keiko sacó más del cuarenta y cinco por ciento de los votos. De aquí en adelante, su futuro político depende de ella. Tiene 35 años, ha demostrado que sabe llegar a la gente y que conoce las artimañas del poder. Convengamos que cargar con el prontuario del padre en una campaña electoral con rivales impiadosos, no es sencillo. Habrá que ver ahora si es capaz de liderar la oposición. No le va a ser fácil, pero ya se sabe que ganar la presidencia de la Nación nunca es una tarea simple.
Por su parte, Ollanta Humala también debió luchar contra el fantasma de su padre. Y de su hermano Antauro, que está detenido por haber intentado dar un golpe de estado en 2005. Su padre fue el teórico o creador del llamado “etnocacerismo”, una corriente ideológica que pregona la superioridad del Perú de los incas y propone una suerte de retorno a ese pasado mítico. Sus declaraciones públicas fueron incendiarias. Las últimas que se recuerdan expresaban que había que matar a los homosexuales y expulsar del territorio a todos los chilenos.
Humala se formó políticamente en ese ambiente y, además, fue un creyente entusiasta de esta suerte de ideología andina. Ingresó a las fuerzas armadas junto con su hermano porque consideraba que toda estrategia de poder político debía respaldarse en los militares. El actual enemigo de Fujimori, en los inicios de los años noventa participó con singular entusiasmo en los operativos militares destinados a exterminar a la guerrilla maoísta Sendero Luminoso. En 1991 las instituciones de derechos humanos lo denunciaron por haber torturado y asesinado a campesinos. La imputación nunca pudo probarse en los tribunales, pero todos los indicios señalan que era verdadera.
Para fines de la década del noventa, los Humala ya estaban volcados de lleno a la conspiración. En el 2001 y el 2005 protagonizaron dos intentos de golpe de Estado, el de Locumba y Andahuaylas. No les fue bien. Antauro Humala, su hermano, sigue en la cárcel. Ollanta, de hecho, se ha olvidado de sus atrevimientos juveniles y se esfuerza por presentarse como un político reformista, moderado y respetuoso de las instituciones. No son pocos los que desconfían de él, los que no creen en su pregonada conversión democrática. De todas maneras, con los recelos del caso, una mayoría decidió votarlo, aunque más de uno ingresó al cuarto oscuro tapándose la nariz.
Como se sabe, Perú, durante la gestión de Alan García, creció a muy buenas tasas, pero el crecimiento está muy lejos de satisfacer los grandes problemas sociales. En Perú los índices de pobreza comprenden al 35 por ciento de los habitantes. A ello se suma la debilidad de un Estado nacional cuyas instituciones han ido históricamente corrompidas.
Políticos y periodistas admiten que la nueva etapa del gobierno debe estar volcada a la resolución de los problemas sociales. Como suele ocurrir en estos casos, una cosa es decirlo y otra, muy diferente, hacerlo. En todos los casos, resulta imprescindible reconstruir el Estado nacional con instituciones que funcionen y un sistema político que controle. Hasta la fecha, los diversos gobiernos han puesto el sistema de corrupción y clientelismo a su servicio. Ha llegado la hora de que la corrupción sea combatida con eficacia por el Estado y que los sistemas de educación, salud y seguridad mejoren la prestación de sus servicios. Humala ha prometido que gobernará con consenso y que hará todo lo posible para que Perú salga de la charca de la pobreza. Al diagnóstico de la crisis todos lo conocen, pero hasta ahora no ha habido interés por parte de los gobiernos en corregir sus miserias.
Después de los festejos y las manifestaciones de alegría propia de los ganadores de los comicios, llegará la hora de afrontar las tareas de gobierno. La propuesta que las impulse habrá que conocerla, porque los países de América latina están pendientes de esa singular experiencia en la que un gobierno dirigido por nacionalistas no tuvo reparos en prometer la resolución de los reclamos sociales, admitiendo que el modelo económico de acumulación seguirá siendo liberal.
Hasta la fecha, los diversos gobiernos han puesto el sistema de corrupción y clientelismo a su servicio. Ha llegado la hora de empezar a combatirlos.
Podría decirse que Humala se hizo cargo hace cinco años de que si quería ser presidente debía moderar el discurso y olvidarse de sus arrebatos militaristas.