Edición del Domingo 21 de noviembre de 2010

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La lancha, el puente cultural del siglo XX

Los estudiantes que vienen y van

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Lancha de pasajeros La Sarita, que conectaba Santa Fe con Paraná. Salía del puerto local. Foto: Archivo El Litoral

 

Carlos Eduardo Pauli (*)

Así como en el siglo XIX las canoas eran el medio de transporte que unía ambas orillas, Paraná y Santa Fe estarán unidas hasta muy entrado el siglo XX por las emblemáticas lanchas y sus hermanas mayores, las balsas. El progreso que la técnica había dado a la navegación fluvial, se hacía sentir en estos lares. El transporte de automóviles, camiones, ómnibus se podía realizar en las balsas que el Ministerio de Obras Públicas afectaba para cubrir el trayecto entre el Club de Regatas y el Puerto Nuevo, en apenas tres o cuatro horas de confortable viaje. Pero para el grueso de la población, en especial los estudiantes universitarios, el transporte predilecto era “la lancha”. Razones de comodidad y ahorro de tiempo motivaban la preferencia. En apenas una hora y media, río arriba, y una hora y diez minutos aguas abajo, se podían unir ambas ciudades.

¿A qué obedecía este incesante intercambio entre las dos capitales? Cada una tenía lo suyo. Así como Paraná, con su Instituto Superior del Profesorado Secundario, ofrecía una amplia gama de opciones para quienes tenían vocación docente, Santa Fe con su Universidad Nacional del Litoral, era la meta para todos aquellos que deseaban iniciarse en el estudio del Derecho, las Ciencias Económicas o la Ingeniería Química.

Sin caer en enfoques sociologistas, podríamos decir que mayoritariamente “las chicas”, querían ir a estudiar a Paraná, (la docencia, como ahora, era preferentemente femenina), mientras que “los muchachos” optaban por Santa Fe, con su amplia oferta para las profesiones liberales.

¿Por qué nos detendremos en el papel que tuvieron las lanchas en este proceso de integración de ambas orillas? Hay varias razones a tener en cuenta. En primer lugar la lancha era un espacio democratizador por excelencia, allí viajaban el empresario exitoso, el viajante de comercio, el destacado profesor universitario, junto al novel estudiante, el empleado público, el músico de alguna de las orquestas sinfónicas, el turista curioso o el hombre común que iba o venía en busca de trabajo. Pero además, era un espacio socializador por excelencia, puesto que los pasajeros se sentaban, no uno tras otro como en los actuales ómnibus, sino frente a frente, motor por medio, a medida que iban accediendo al interior. Esta disposición favorecía los acercamientos, las miradas intencionadas, la conversación accidental, la cita galana posterior.

Dejemos que los actores de aquellos viajes nos lleven en un imaginario trayecto, que nos haga revivir aquellos dorados años de estudiante.

Las chicas que iban a Paraná

Entrevistamos a Ana María, estudiante del Profesorado de Matemática. “Las que vivíamos en el Sur -nos cuenta-, accedíamos al embarcadero de la lancha por calle Moreno, que en su último tramo era de tierra. Esa zona no era problema a la ida, la complicación se producía cuando regresábamos de noche. Entonces optábamos por la salida de Juan de Garay, mejor iluminada y toda asfaltada. (...). Como entrábamos a clase a las 14, tomábamos la lancha de las 12, a la que había que llegar con tiempo suficiente para sacar el abono con descuento para estudiantes”. Ante nuestra pregunta, en el sentido de qué recuerdos atesora, nos cuenta: “Era hermoso el clima que se vivía, charlábamos con todos, cantábamos, jugábamos a las cartas, intercambiábamos apuntes”. Como persona destacada, recuerda que solía viajar en ese horario don César Fernández Navarro, quien cumplía tareas docentes en Paraná. Otra estudiante, también del Profesorado de Matemática, nos cuenta que habían ideado un dispositivo para poder jugar a las cartas, consistente en una tabla que se colocaban en la falda. Sus recuerdos no son sólo académicos, ya que en la lancha de la vuelta viajaba Hugo, un apuesto paranaense que estudiaba Ciencias Económicas en Santa Fe y que, lancha va, lancha viene, hoy es su esposo.

La travesía tenía su sabor a aventura, uno podía estar tranquilamente en clase, y si se desataba un viento fuerte o tormentoso, el servicio de lanchas se interrumpía. Por eso, no quedaba otra que ir rápido a la balsa para tratar de conseguir cruzar en ómnibus, o haciendo dedo. Si la lancha había salido de Paraná y la sorprendía una tormenta en el río, el capitán enfilaba al riacho Santa Fe, y luego de 3 ó 4 horas de viaje aparecía por el Yatch Club.

Otro testimonio de una estudiante de Filosofía y Pedagogía coincide en la camaradería que se gestaba entre los habituales pasajeros de la lancha. Ella y sus amigas, juntaban los asientos y aprovechaban la hora y media de viaje para poner al día los aspectos más relevantes de los temas tratados, intercambiar bibliografía y llevar al día el desarrollo de las materias. Se trataba de chicas estudiosas que, no obstante, tenían bien caracterizados a los muchachos que en su mayoría cubrían el trayecto inverso, de Paraná a Santa Fe. Como dato curioso, rescatan el molinete que aún existe a la altura de la calle Juan de Garay. Llegando a ese punto, en más de una ocasión, cuando la lancha se aprestaba a salir, el capitán las esperaba para que pudieran embarcarse rumbo a Paraná unos minutos más tarde. Los días de tormenta, nos cuenta, “mi pobre madre me esperaba rezando el rosario”.

Los muchachos que venían a Santa Fe

Como hemos dicho, Santa Fe allá por los ‘50, era un polo de atracción para los que tenían inquietudes por seguir estudios universitarios. Como nos cuenta Hugo, “yo trabajaba en el Banco de Entre Ríos y por la tarde me trasladaba a Santa Fe, para seguir Ciencias Económicas. El problema era que a veces los horarios de la Facultad no me permitían regresar en la última lancha, pero siempre había una pensión de amigos que me daba cobijo”.

Otro recuerdo interesante es el referido a las orquestas sinfónicas. Hoy como ayer, ambas ciudades tenían la suya, con la particularidad de que en ambas hay músicos compartidos. Recuerda Hugo que en muchas ocasiones se veía cómo en los últimos movimientos de las obras que se ejecutaban en el Teatro 3 de Febrero de Paraná, los músicos comenzaban a guardar sus instrumentos antes de que el director bajara la batuta. Es que la última lancha de Paraná salía a las 23.

Pasajeros frecuentes eran el Dr. Raúl Uranga, profesor de la Facultad de Derecho y luego gobernador de Entre Ríos, gestor junto al Dr. Sylvestre Begnis, del túnel, esa obra emblemática que nos enorgullece. También, la Dra. en Historia Beatriz Bosch, y tantos otros que compartían actividades docentes en una y otra orilla.

Amable lector, ha visto usted cómo ambas ciudades, Santa Fe y Paraná, desde sus orígenes mantuvieron ese rico intercambio cultural, que hizo que cada una mantenga su identidad y se enriquezca con el aporte de la otra. El Túnel Subfluvial, inédita obra del federalismo provinciano, vino a coronar ese espíritu de comunicación que las une a través de una historia varias veces centenaria.

Agradecimientos

El autor manifiesta su gratitud a los entrevistados que posibilitaron esta reconstrucción histórica; el matrimonio Hanzon-Rodríguez Jáuregui, a la Prof. Ana María Passet y a la Prof. Ana D’Angelo de Haquin.

(*) Profesor de Historia. Miembro de Número de la Junta Provincial de Estudios Históricos de la Provincia.



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Domingo 21 de noviembre de 2010
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