“CRUZAR LA NOCHE”
Un libro nacido entre los ecos del horror
Sin conocer la historia que se escondía en su casa, Alicia Barberis escribió una novela sobre la dictadura en un lugar que, se supone, funcionaba como centro clandestino.
NATALIA PANDOLFO
Después de cruzar la noche, Alicia Barberis repasa su pasado reciente. Fue la noche oscura de los que un día decidieron animarse a mirar alrededor, y vieron el espanto.
“Yo era de esas personas que no sabían nada de lo que estaba pasando”, confiesa. Hasta que el destino la puso de narices contra el vidrio de la historia. Y ella consideró que su modo de romper el cerco era la escritura.
“Mis hijos en ese momento eran adolescentes y me demandaban explicaciones”, explica. Así, en esa casa bucólica, en esa Villa California donde los comercios eran aún una anomalía del paisaje, la escritora hizo su trabajo durante nueve meses, el tiempo que contemplaba la beca del Fondo Nacional de las Artes que había obtenido.
El parto de “Cruzar la noche” llegaría en 1994. El libro cuenta la historia de Mariana, una chica que vive temporalmente en Rincón y que, casi por casualidad, descubre que es una beba robada a una joven embarazada, secuestrada en la Esma.
Un puñado de años después, un mail en la bandeja de entrada de Alicia le daría al relato un giro inesperado.
CALLE DE LAS SOMBRAS
La escritora vivió en esa casa, ubicada sobre la Calle del Sol, entre 1993 y 1997, cuando se mudó a unas ocho cuadras de allí. Su vivienda actual es un refugio: un moderno loft desde donde se pueden ver los árboles mecerse al ritmo del viento, como quien resiste. Un gran retrato de Julio Cortázar domina el comedor.
En 2002 la escritora estaba en España, donde vivió un año. Un día recibió el correo de una amiga que había entrevistado para el libro, que le contaba que la casa en la que había escrito “Cruzar la noche” habría sido un centro de detención, un “chupadero”.
Los recuerdos se agolparon caóticamente. La seguridad exagerada, con candados y trancas de hierro. El portamacetas de madera que era un cepo de torturas, que tantas preguntas había generado entre sus visitas. Las sensaciones de un amigo que entraba y le decía que, inexplicablemente, se sentía oprimido en ese lugar.
“Se me vinieron todas las imágenes encima. Fue muy fuerte haber escrito ese texto ahí, sin tener noción de lo que significaba ese lugar”, asume.
La segunda parte de la novela rebasaba los límites del libro: la historia real se colaba como agua.
EL DESENLACE
La mujer, de 52 años, fue citada a declarar como testigo en el juicio a los represores santafesinos, en 2009. En ese marco, dos querellantes de la causa dijeron haber estado secuestrados en esa casa cinco meses, desde diciembre de 1977 hasta mayo de 1978.
“Lo que me llamó la atención es que el dueño afirmaba que la casa nunca había sido refaccionada. Y que recién se hicieron dos baños en 2003, cuando la arreglaron. Eso no es cierto: había dos baños cuando yo viví ahí”, afirma la escritora.
“Una de las testigos me contó que a ella la dejaban limpiar el baño, a cambio de ducharse alguna vez. Habrán sido tres veces en cinco meses. Ella entonces se quitaba la capucha, se paraba sobre el inodoro y veía, por un ojo de buey, el arco del Club Viales. Ella me decía: me podrán poner un edificio de veinte pisos delante, que si yo me paro en ese mismo punto, voy a saber si era o no el lugar donde estuve”, dice.
“No hubo pruebas suficientes”, se lamenta Alicia. Y dice que hay muchas puntas que quedaron sin desovillar.
“En 2006, cuando empiezo a investigar para escribir “La Casa M’ (libro en el que vuelve a abordar la temática), me llega el dato de un albañil que dice haber visto restos humanos cuando trabajaba en esa casa. Lo busqué, pero no pude encontrarlo. Obviamente, si llegaba a comprobar algo de todo esto, debía hacer la denuncia. Pero yo estaba escribiendo ficción. Aporté estos elementos en el juicio, y creo que son hipótesis que deberían haberse investigado. Hay gente que tiene información y no fue citada”, asegura.

“La verdad tiene que saberse. Hay muchas puntas que no se investigaron”, afirma la escritora.
Foto: LUIS CETRARO