Edición del Lunes 22 de marzo de 2010

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Monumento a la ineficiencia - Edición Impresa - Buzón

Monumento a la ineficiencia

Ariel Giacardi.

DNI. 20.465.937.

Señores directores: En nuestra ciudad se ha inaugurado un monumento a la ineficiencia. Eso sí, sin bombos ni platillos, sin cámaras televisivas ni corte de cintas. Y digo “un” monumento, puesto que fuentes bien informadas aseguran que no es el único. A mediados del mes de diciembre de 2009, vecinos de Guadalupe Oeste (en particular, en la intersección de calles Rivadavia y Larrea) suscribimos un petitorio ante el Sr. Raúl Gamboa, titular del área de Control y Abastecimiento de la EPE, mediante el cual solicitábamos la instalación de un transformador que proveyese, a las inmediaciones, de un flujo de energía eléctrica que nos permitiera utilizar nuestros electrodomésticos, si no con normalidad al menos sin el riesgo de que se deterioren de manera irreparable (lo cual, finalmente, sucedió). Puntualmente siete días después de presentado dicho petitorio, una cuadrilla se apersonó en la citada intersección de calles y apuntaló, en pocos días, una soberbia estructura de hormigón (imponentes columnas y travesaños) con una celeridad inconcebible, tratándose de una empresa que presta un servicio público, y que prometía una inusitada respuesta inmediata y favorable a una demanda ciudadana. Sin embargo, el tiempo transcurrió y el menhir posmoderno exhibía, ni orgulloso ni ornamental, su absoluta inconducencia. El día 3 de marzo pasado me apersoné en las instalaciones de la EPE de calle Urquiza al 2400, con el propósito de develar el oscuro designio de la totémica iniciativa. Se me respondió que el gobierno provincial no ha comprado, hasta el momento, ni transformadores ni cables como para hacer que el monumento de marras pase a ser algo más que un estorbo para los transeúntes. Quien así me sorprendió fue un anónimo agente que de seguro no posee poder de decisión ninguno, pero que es, a pesar de ello, un engranaje de esa monstruosa maquinaria que elige expoliar de manera vergonzosa a los usuarios declarados para subvencionar a personas que se benefician del mismo servicio sin contraprestar un solo centavo. Ante tal planteo, otro empleado de la EPE, en cierta oportunidad, casi me movió a la compasión cuando me dijo literalmente: “En esos lugares, si nos ven el escudo que llevamos en el uniforme, nos sacan a balazos”. Volviendo a la nadería que, en el marco de este panorama, resulta nuestro reclamo, inquirí, ya con más resignación que expectativa: “¿Debemos, pues, esperar sentados?”. “Y... sí”, fue la lacónica, lamentable, ineficiente, inadmisible devolución.



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Lunes 22 de marzo de 2010
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