El Reino Unido debate sobre la eutanasia
EFE
El trato desigual dado por los tribunales británicos a dos madres que ayudaron a morir a sus respectivos hijos enfermos terminales ha reabierto el debate sobre la eutanasia en el Reino Unido.
La prensa británica participa de la controversia surgida después de que un jurado absolviese recientemente del cargo de intento de asesinato a Kathleen Gilderdale, de 55 años, que ayudó a morir a su hija Lynn, de 31 años, diecisiete de ellos postrada en cama.
La decisión tomada por un jurado popular contrasta con el veredicto de otro jurado, que condenó a cadena perpetua, con una pena mínima de nueve años, a Francis Inglis, de 57 años, por matar con una inyección letal de heroína a su hijo Thomas, también paralizado en una cama desde julio de 2008, cuando se tiró de la ambulancia que lo trasladaba a un hospital tras una pelea.
En el caso resuelto satisfactoriamente para la madre, ésta administró a su hija, Lynn Dale, que padecía una encefalomielitis miálgica incurable, un cóctel de fármacos y le inyectó en vena tres jeringas de aire para provocarle la muerte después de que la joven intentase, sin éxito, quitarse la vida con una sobredosis de morfina y pidiera a aquélla expresamente que la ayudara a morir.
La autopsia de Lynn, que había estado alimentada por sonda y se comunicaba sólo mediante signos, estableció que el fallecimiento se debió a la morfina, pese a lo cual la fiscalía insistió en llevar el caso a juicio.
El juez encargado del caso criticó a la fiscalía por insistir en el procesamiento de la madre mientras que alabó la labor del jurado: “Nunca hago declaraciones sobre las decisiones de los jurados pero esta vez debo decir que demuestra sentido común, decencia y humanidad”.
Muy distinta fue la reacción que suscitó el veredicto del jurado que declaró culpable a la otra madre, Francis Inglis, por un hecho similar: el público asistente al juicio abucheó a los miembros del jurado con gritos de “vergüenza” tras escuchar la sentencia condenatoria.
En esta última decisión debió de pesar el hecho de que Inglis, madre de tres hijos, estaba en libertad condicional por haber intentado antes poner fin “al infierno en vida” de su hijo en el momento de registrarse con un nombre falso en el centro donde ése estaba hospitalizado.
Desde su intento anterior, el personal del hospital tenía una foto de Inglis para impedirle la entrada, pero un día, tras tomarse un trago de whisky y armada con varias jeringas, logró finalmente su propósito.
La familia de Inglis, que sostiene que la mujer actuó sólo por amor, ha pedido la revisión de la condena.
La diferencia entre los dos casos es que mientras que Lynn había hecho público su deseo de morir en un diario on line dirigido a sus amigos más cercanos, Thomas, que sufría graves daños cerebrales, no tuvo oportunidad de pronunciarse sobre este tema y fue su madre la que, desconfiando de algunos pronósticos médicos optimistas, decidió acabar con la vida de su hijo.
La organización “Dignity in dying” (Dignidad para morir), que ha denunciado en numerosas ocasiones la confusión legal que impera en este tema, ha pedido al gobierno que revise la ley de la eutanasia para evitar la resolución de casos semejantes de forma tan diferente.
Por el contrario, según la asociación en contra de la eutanasia “Care Not Killing”, la ley vigente actúa como un poderoso disuasor en la protección de las personas más vulnerables.
Pese a la falta de claridad legal, más de 120 británicos acompañaron el pasado año a sus seres queridos a la clínica suiza Dignitas, en Zúrich, especializada en suicidios asistidos, práctica conocida ya aquí como “turismo de eutanasia”.

“Muerte y vida” de Gustav Klimt.
Foto: Archivo El Litoral