Edición del Domingo 16 de agosto de 2009

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Maravillosos cincuenta - Edición Impresa - Opinión Opinión

Al margen de la crónica

Maravillosos cincuenta

La vida de las mujeres no es sencilla. Temprano aprenden que no pueden jugar a la pelota porque “son nenas”; y con esas dos palabras que confirman una obviedad grande como el Everest, comienza la sucesión de pesadumbres que acompañarán su existencia. En parte la cuestión empieza a zanjarse, si pueden demostrar que son astutas e inteligentes -a veces, más que “ellos”-; pero para eso hará falta esfuerzo.

En esta parte del mundo, ella deberá depilarse (las yanquis y europeas lucen con indiferencia vigorosos pelos en axilas y piernas); tendrá, como todas, ésos días en lo que todo molesta, sufrirá los fastidios del embarazo, los dolores del parto, las visitas periódicas al ginecólogo (con incómodos exámenes incluidos), se ocupará de su trabajo a pesar de todo lo anterior y, por esas cosas de la vida, cobrará un sueldo menor al del masculino que ocupa el escritorio de al lado. Todo por ser mujer.

Reconociendo que, desde estudiar bordado a Facebook ha recorrido un largo camino, aún hoy, la vida de la mujer es complicada. Ni hablar de cuando se le “ocurre” pisar los cincuenta. Allí empieza la batalla más dura que se le habrá presentado hasta entonces. Ella se siente de veinte y su capacidad intelectual está a full. Se ve en el espejo y se reconoce hermana mayor de la chica de veinte (que fue), pero el mundo se obstina en que cambie de opinión: ¿dormiste mal?, tenés ojeras; ¿estás un poco más gorda o me parece?; ¿no te podés agachar?, ¡andá al médico! Por si fuese poco, las revistas presentan notas en las que “La vida empieza a los cincuenta” y allí están Sharon Stone, Madonna, Demi Moore, Cecilia Roth. Todas bellas y espléndidas con sus cincuenta a cuestas pero, en el otro rincón del cuadrilátero, una mayoría próxima al medio siglo, que tiene un rollo donde antes había una cintura, aprende a resignarse. El médico la consuela: “Calmáte; si no tenés algún problema cada día después de los cincuenta, es porque estás muerta”. Hay colesterol aunque la grasita de las costillas del asado sea un recuerdo, el maquillaje se corre en plena fiesta por esos indecibles calores, el llanto está a flor de piel y las dietas rigurosas que empieza, son un disparador de odio hacia el que se le acerca al mediodía con un sandwich de milanesa.

¿Resignación o pelea? Ahí está la cuestión. La batalla contra la vejez siempre se pierde. Y es mentira que los cincuenta sean fabulosos; como tampoco lo son los veinte, ni los treinta. Cada edad arrima ventajas y dolores y las mujeres pueden sentirse plenas haciendo abstracción de sus años en tanto y en cuanto, no pierdan el humor ni esa chispa optimista para enfrentar la vida que, disculpen los señores, sólo son patrimonio del género femenino.



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