De domingo a domingo
Sin diálogo y con más pobreza los Kirchner van por todo
Hugo E. Grimaldi
(DyN)
Es imposible hacer un análisis sobre la realidad política nacional sin tomar en cuenta primero que el iceberg tiene siempre por debajo una montaña de hielo que es mucho más voluminosa que aquello que se observa sobre la superficie. Mientras la realidad sobrevuela por el pedazo de hielo que flota en el mar a la vista de todos, Néstor y Cristina Kirchner se han dedicado allí abajo a elaborar el duelo de las elecciones perdidas el 28 de junio y desde esa oscuridad han construido una visión propia de las cosas que, a la vez que niega lo sucedido, los ha sacado de aquel letargo y les ha retemplado mágicamente el ánimo.
Estas nuevas ínfulas le han dado al gobierno en los últimos días suficiente aire para ejecutar un amplio viraje estratégico y para retomar nuevamente el centro del ring, mientras la oposición se distraía con el diálogo, los analistas económicos con el desquicio del Indec, las facturas de los servicios públicos y los cuellos de botella del Fisco y la opinión pública con los titulares referidos a la crisis del fútbol.
El cambio hacia posiciones más radicalizadas que se ha terminado de desplegar durante la última semana involucra una fuerte ofensiva contra la oposición y los medios, tal su elección a partir de esa realidad tan personal que se han sabido construir durante las últimas siete semanas.
Todas estas señales están marcando de algún modo cómo los habitantes de Olivos transmiten su pensamiento y señalan a quienes consideran leales y a quienes, traidores. Durante la última semana hubo varios casos al respecto, como por ejemplo el lugar elegido para la reaparición pública y sobre todo las presencias que acompañaron a Kirchner en su visita al barrio que están construyendo las Madres de Plaza de Mayo en la Villa 15.
La sorpresiva aparición del ex presidente fue toda una definición de toma de partido por Hebe de Bonafini como defensora de sus banderas, junto a la presencia del director técnico del Indec, Norberto Itzcovich, un “morenista” de ley que a regañadientes ha tenido que pasar a depender de Amado Boudou; el viceministro de Planificación, José López, en medio de una puja con Julio de Vido, y el jefe de la Side, Héctor Icazuriaga.
También hay que computar, como parte de una fuerte señal de la presidenta, la llamativa ausencia del gobernador Daniel Scioli en el acto de puesta en marcha del Plan de Ingreso Social con Trabajo que prevé la creación de 100.000 nuevos empleos a través de cooperativas sociales.
Un día antes, Scioli había reunido a los obispos bonaerenses y hablaron largo y tendido sobre la espina más dura que tiene clavada el gobierno, la pobreza. En este tema, los Kirchner se cocinaron en su propia salsa, ya que el problema fue subestimado de modo recurrente por las estadísticas truchas que elabora el Indec y ellos no podían actuar sin desmentirlas. Ahora, Itzcovich dice que van a cambiar el método de medición, para que los pobres no queden únicamente medidos por la variable del ingreso.
Pero además, se avanzó con este plan para contrarrestar la apropiación que otros han hecho de la cuestión (la Iglesia, la oposición por izquierda y la Sociedad Rural, nada menos) y, sobre todo, para cicatrizar algo el estigma que un gobierno, que se dice progresista, ha contribuido a cristalizar, quizás no tanto desde los números con relación a 2001/02, sino desde la situación estructural que ha desesperanzado aún más a los desesperanzados.
Quizás por eso, en el discurso de puesta en marcha de estos planes, Cristina la emprendió contra los ricos, cuando sugirió la confección de un padrón para conocer cuál es la brecha real entre los que más tienen y los que menos tienen, un modo de decir que podría ir a buscar allí los recursos que hoy no tiene para distribuir.
También señaló la presidenta que “todos quieren saber quiénes son los pobres, pero está prohibido saber quiénes son los ricos” y con esta frase parecería legítimo pensar que alude a su propio patrimonio, mostrado de modo recurrente en estos días por los diarios, mientras otros ricos se esconden y son escondidos.
De allí, la frase posterior del “fusilamiento mediático”, referida a Manuel Dorrego, un héroe de raigambre populista del siglo XIX reivindicado por el revisionismo, quien fue fusilado por la oligarquía de entonces. Sin embargo, esos dichos llevan inevitablemente a otra pista sobre el futuro que tendrá el avance del Gobierno sobre los medios, a partir de la discusión de la nueva Ley de Radiodifusión, frase que hay que emparentar con la arenga de Agustín Rossi en la Cámara de Diputados, la noche en que el Frente para la Victoria consiguió renovar por un año las Facultades Extraordinarias destinadas al Ejecutivo: “Espero que (cuando se trate la Ley de Contenidos Audiovisuales) todos los señores diputados tengamos la misma dignidad que los presidentes de los clubes argentinos que le dijeron no al monopolio”, dijo el titular de la bancada oficialista, bajando un mensaje de Olivos en relación al Grupo Clarín.
Es que el fútbol y la resolución de ese episodio que dejó fuera del juego a Torneos y Competencias con la complicidad de Julio Grondona y los dirigentes que fundieron a los clubes es lo que más ha enfervorizado a los Kirchner en el pasaje a la ofensiva, aun a costa de no saber qué se puede hacer y de qué manera, para cumplir con la palabra de la gratuidad tan promocionada.
En ese mismo acto de la Villa 15, Néstor volvió a hablar de fútbol gratis y esa misma noche, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández aseguró que lo que se busca es “un acuerdo en el que el Estado no tenga que poner un centavo para sostener el fútbol”. Bien al estilo argentino, las encuestas dicen que la mayoría quiere que el fútbol sea gratuito, pero que el Estado no se haga cargo de su costo. Y ésta es otra de las características del estilo tan personalista del matrimonio presidencial, propio de buscar siempre un rédito político, pero que sea otro el que se encargue de las soluciones.
Como envoltorio de toda esta realidad está la desvalida oposición, que gira como molino, siempre detrás de los acontecimientos y sin referentes que se destaquen, salvo el protagonismo que ha recuperado Elisa Carrió por su actitud tozuda de no querer, desde el minuto cero, participar del diálogo político. Luego, aparecieron otros que dijeron que no, como Fernando Solanas o Carlos Reutemann, pero Lilita fue la que le ganó a todos, inclusive a sus socios del radicalismo, quienes la semana pasada tiraron la toalla.
Fue el propio Kirchner quien los incitó cuando dijo que “dialogar no significa conceder”. Por más que el ministro Randazzo aseguró con la picardía de la lógica victimización en ciernes que ahora viene la parte técnica, el diálogo parece haber llegado a su fin.
Los opositores no supieron siquiera sacar partido en el Congreso de cierta unidad, al menos si se cuentan los magros 100 votos que consiguieron en la votación en Diputados, muchos menos que los 122 que lograron cuando se aprobó la Resolución 125.
Con la oposición a la espera de que en diciembre varíe la composición de las Cámaras, el matrimonio presidencial ha preferido ir por más y redoblar la apuesta con lo más radical de su repertorio. Todo parece indicar que han decidido morir con las botas puestas, aunque no puede descartarse tampoco que sea una táctica para forzar una salida si cambian los vientos.
Pero sobre la metodología, lo que resulta insólito es que los Kirchner no aprenden, sobre todo porque lo mismo les ha pasado sistemáticamente durante seis años y ese divorcio entre lo anunciado y lo ejecutado que siembra la desconfianza es una de las cosas que más les ha reprochado el electorado en junio. Generalmente, desde la oscuridad de las profundidades se hace muy difícil leer el verdadero mensaje de las urnas.
El cambio hacia posiciones más radicalizadas que se ha terminado de desplegar durante la última semana involucra una fuerte ofensiva contra la oposición y los medios.
Otra de las características del estilo personalista del matrimonio presidencial es buscar siempre un rédito político, pero que sea otro el que se encargue de las soluciones.