Edición del Martes 02 de junio de 2009

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Corea del Norte y la bomba atómica - Edición Impresa - Opinión Opinión

La vuelta al mundo

Corea del Norte y la bomba atómica

Rogelio Alaniz

Si Corea del Norte puede disponer de una bomba atómica, la misma pretensión podrían hacer efectiva países mucho más fuertes y ricos. Me refiero a Irán, Libia, Siria, por qué no Egipto. Alguien dirá que las naciones son iguales y, por lo tanto, tienen derecho a disponer de bombas atómicas y misiles de largo alcance. La frase es bonita, tal vez correcta, pero absolutamente irresponsable. Un razonamiento parecido hacían los seguidores de Hitler para justificar el rearme alemán. Los resultados de esa “ sana corrección” política están a la vista.

Para los que no están informados es bueno que sepan que Corea del Norte está gobernada por un déspota que llegó al poder por su condición de hijo de otro déspota y es muy probable que el futuro heredero sea el hijo del actual. Corea del Norte se reivindicó históricamente como un país comunista cuya ideología oficial es el marxismo leninismo magistralmente interpretado por Kim Il Sung, el “gran timonel”.

Creer o reventar. Lo que las monarquías más ambiciosas no logran desde hace casi dos siglos: el poder hereditario absoluto, lo logran los regímenes comunistas que sobreviven en el siglo XXI. Uno se llama Corea del Norte; el otro, Cuba. Claro que hay diferencias entre ellos, pero las diferencias son más culturales que políticas. En lo fundamental, en el modo de concebir el poder son iguales.

¿Exagero? No tanto. Kim Il Sung ha sido una guía para muchos revolucionarios latinoamericanos. Alguna vez conocí despachos de funcionarios cubanos y nicaragüenses. En la gran mayoría, las obras de Kim Il Sung integraban sus bibliotecas. ¿Qué podían aprender de un personaje exterminador y sádico?, ¿de un déspota sin el nivel intelectual de Lenín o Trotsky? Muy sencillo: cómo ejercer el poder absoluto y transmitirlo de padre a hijo o de hermano a hermano.

Corea del Norte ha avanzado en sus ensayos nucleares y, por más que Estados Unidos ladre, el hecho ya es casi irreversible. Por razones de estrategia regional, China hace la vista gorda y algo parecido, Japón y Rusia. Con un plumazo, los chinos podrían provocar el derrumbe de un régimen que depende de sus insumos, pero no lo van a hacer porque saben que, después, deberían darles de comer a los millones de coreanos que hoy aceptan con resignación y terror los rigores de la dictadura.

Se dice que en la famosa crisis del Caribe, cuando la URSS instaló o pretendió instalar bases atómicas en Cuba, Kennedy le mandó un telegrama a Kruschev diciéndole que, si sucediera algo desagradable, EE.UU. haría responsable en todos los casos a la URSS y lanzaría misiles atómicos hacia su territorio. Kruschev entendió el mensaje y procedió a desmantelar las bases. El único que protestó fue Fidel Castro, que ya se imaginaba el protagonista de una épica trágica.

De todos modos, mal no le fue a Cuba. Rusia se fue del Caribe, pero Estados Unidos se comprometió a no invadir la isla. Amplío la afirmación. Rusia retiró sus artefactos nucleares de Cuba, pero mantuvo intacto el subsidio a la economía. Y lo mantuvo durante treinta años, una ayuda solidaria equivalente a dos o tres planes Marshall. Ninguno de esos beneficios logró que Cuba pudiera salir del monocultivo.

Cuando Obama llegó al poder habló de tender la mano a todos los adversarios de Bush. La única condición que exigió es que abriesen el puño. El gesto del presidente de EE.UU. fue generoso, pero hay que preguntarse qué se hace cuando el destinatario, en vez de abrir el puño, lo cierra con más fuerza.

Una alternativa es invadir y aplastar a una de las dictaduras más execrables del planeta. No lo van a hacer. A esa bala de plata ya la gastaron en Irak. Hoy no hay condiciones externas o internas para dar ese paso. La otra salida es disuadir, siempre y cuando los jefes de Estado y los diplomáticos de la ONU se pongan de acuerdo respecto del significado de ese verbo.

La bomba atómica de Corea del Norte tendría un potencial semejante a la que arrojaron los yanquis en Nagasaki. Atendiendo al desarrollo de los armamentos nucleares, se trata de un petardo: de un petardo atómico, por supuesto. Una respuesta inteligente por parte de Obama sería la de enviar un telegrama un poco más duro y más efectivo que el que dirigiera en su momento Kennedy: “Camarada Kim Jong Il: no bien tengamos conocimiento de que usan la bomba atómica para molestar a nuestros amigos de Corea del Sur o para venderla a terroristas, procederemos a borrarlos del mapa. Cualquier novedad, comunicarse con nuestro portero”.

Kim Jong Il, que es un canalla pero no tiene un pelo de zonzo, va a entender la “indirecta” y se esforzará por portarse bien. Pero el problema, de aquí en adelante, no será Corea del Norte, sino aquellos otros países, con regímenes políticos parecidos, que intentarán hacer lo mismo. En este punto, la alarma de EE.UU. empieza a ser compartida por Rusia, China, Japón y los propios europeos. No es para menos ¿Qué destino le aguarda a la humanidad con dictaduras bananeras y petroleras dueñas de bombas atómicas?

Alguien dirá que las bombas atómicas son un peligro en todos los casos. Es verdad. Pero la existencia de un hecho irreversible no autoriza a extenderlo. En el mundo hay grandes movilizaciones para lograr poner fin al armamentismo y los ensayos nucleares. Estas movilizaciones alcanzan a Estados Unidos y a todas las grandes potencias. La ampliación del armamento nuclear a nuevos países y, en particular, a regímenes gobernados por déspotas imprevisibles significa una batalla perdida por los partidarios de la paz.

Convengamos, además, que, si bien las grandes potencias pueden tener ambiciones expansionistas o imperiales, son más o menos previsibles y más o menos controlables o autocontroladas. Obama, Putin o Sarkozy pueden tomar decisiones injustas o equivocadas, pero, por el tipo de sociedades que dirigen y la clase de contrapoderes que los limitan, están mucho más controlados que un déspota como King Jong Il.

Algunos analistas consideran que los coreanos hacen todo este ruido para llamar la atención y después negociar la bomba atómica por más asistencia internacional. No estoy tan seguro de que así sea. Los comunistas coreanos desde hace rato han decidido privilegiar la carrera militar a costa del hambre y la miseria de su pueblo. La paranoia alguna utilidad tiene. El sistema opresivo es una maquinaria perfecta que estrangula cualquier probabilidad de disidencia.

En Corea del Norte el pueblo no se opone a sus dictadores, no porque los ame, sino porque les teme. Corea del Norte es un país oprimido y humillado. En la década del noventa, una conjunción siniestra de crisis económica e intrigas palaciegas produjo la friolera de un millón de muertos. ¿Alguien dijo algo en el mundo? ¿Alguien se movilizó en las calles repudiando la dictadura? Yo no los vi, pero, si alguien vio algo parecido, que me escriba a mi correo y me ponga al tanto de la novedad.

Mientras los pobres coreanos mueren de hambre, la “Nomenklatura” comunista vive en mansiones y disfruta de beneficios y objetos de consumo que despertarían la envidia de un millonario texano. La mansión de King Jong Il recuerda a la de Xanadú, la mansión que Orson Welles le atribuyó al Ciudadano Kane. Como le gustaba decir a Marx a la hora de hablar del futuro reparto de la riqueza: “A cada uno de acuerdo con su necesidad, a cada uno de acuerdo con su capacidad”.

Corea del Norte y la bomba atómica

Amenaza. En un mundo cada vez más conflictivo, la reactivada carrera nuclear convoca los peores fantasmas. Cohetes Scud-B de Norcorea.

Foto: Agencia AFP



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