“Jardines de otoño”
No hay que tomarlo a la tremenda

El actor Michel Piccoli, en el rol de la madre del protagonista, que interpreta Séverin Blanchet, sentado a su lado, en una escena de la película “Jardines de otoño”, de Otar Iosseliani. Foto: Agencia Télam
Laura Osti
El cineasta de origen georgiano y radicado en París desde 1980, Otar Iosseliani, ostenta un lenguaje cinematográfico propio, lo que hace difícil, para quien tiene un primer contacto con alguna de sus producciones, captar el sentido de su propuesta y aún más difícil es tratar de explicárselo a otros.
En el caso de “Jardines de otoño”, la historia está narrada como una sucesión de viñetas; son secuencias que empiezan en cualquier momento y lugar y terminan del mismo modo. Hay un fundido... uno piensa “se terminó”, y no, se abre otra secuencia. El tono es siempre parejo, hay alegrías, tristezas, momentos de armonía y también peleas, pero todo transcurre como en un ambiente lavado de pasiones, ni muy muy, ni tan tan. No hay tensión dramática, no hay clímax... y aun así, hay una sucesión de hechos que van constituyendo una anécdota con principio, desarrollo y fin.
Los colores también son en general muy suaves, pasteles, nada sobresale demasiado en la pantalla, salvo los personajes y algún que otro animal exótico.
Se trata de una ficción, una completa ficción, una fantasía a la manera de una parábola. El personaje protagónico es un ministro de algún país europeo (podría ser Francia o cualquier otro) que es forzado a renunciar por protestas de la gente. Hay un personaje poderoso en las sombras que maneja los hilos del poder y nombra a su sucesor en el cargo, y de paso se queda con la amante del ministro saliente, una compradora compulsiva capaz de llevar a la bancarrota al magnate más adinerado, que abandona el barco apenas percibe que se hunde.
En un tono entre ingenuo y melancólico, se van sucediendo situaciones que tienen la marca del absurdo, tratado con una delicadeza tan extrema, que por momentos se torna aburrida. De hecho, más de un espectador ve desafiada su paciencia y los 115 minutos que dura el filme pueden llegar a tornarse interminables, lo que provoca algunas deserciones.
Una mirada crítica
Adoptando muchas de las características de las fábulas infantiles, en forma y en contenido, Iosseliani desliza una mirada crítica a casi todos los aspectos de la vida cotidiana en una ciudad cosmopolita, decididamente europea. Desde los problemas de pareja, hasta los conflictos sociales y políticos, y también la inmigración y las relaciones internacionales. Parece querer abarcar todo, con una gran nostalgia por la vida simple, dedicada al ocio creativo y al cultivo de la amistad y la solidaridad.
Se puede decir que pese a su origen soviético, Iosseliani sintoniza y expresa la melancolía crepuscular que invade a muchos creadores europeos, quienes manifiestan una crisis entre la sociedad de consumo, la avidez de poder y la añoranza de aquellos valores humanistas y comunitarios que hoy parecen perdidos. Un mensaje que plantea una suerte de huida de la gran urbe y un retorno a la pequeña aldea, donde cada persona es igual de importante, con sus vicios, sus virtudes, sus debilidades y sus grandezas.
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BUENA
Jardines en otoño
“Jardins en automne”, Francia-Italia-Rusia/2006. Dirección: Otar Iosseliani. Con Séverin Blanchet, Jacynthe Jacquet, Otar Iosseliani, Lily Lavina, Denis Lambert, Michel Piccoli. Fotografía: William Lubtchansky. Música: Nicholas Zourabichvili. Edición: Otar Iosseliani y Ewa Lenkiewicz. Diseño de Producción: Yves Brover y Emmanuel de Chauvigny. Distribuidora: IFA Cinema. Duración: 115 minutos. Apta para todo público.