VAMOS LAS BANDAS
UNA ESCUELA DE VIDA

CON UNA DÉCADA Y MEDIA DE VIDA, LA BANDA SANTAFESINA (REFERENTE NACIONAL DE LOS RITMOS JAMAIQUINOS) HA VIVIDO LAS EXPERIENCIAS MÁS DIVERSAS: DESDE EL ÉXITO ADOLESCENTE CON UN TEMA LEGENDARIO A GIRAR POR MÉXICO, PASANDO POR AÑOS DE CAMBIOS Y BÚSQUEDAS. EN ESTA NOTA, CRISTIAN “MUÑE” CARGNELLO (CANTANTE Y EX BAJISTA DEL GRUPO), UNO DE SUS MIEMBROS FUNDADORES, RELATA ALGUNOS DE ESTOS VIAJES FÍSICOS Y ESPIRITUALES.
—¿Cómo fue la creación del grupo?
—Butumbaba viene de la separación de la banda La Iguana, primera agrupación que armamos con Hernán, mi hermano (conocido por entonces como “Porteño” y hoy como Nerón, al frente de Las Uvas de ídem). Era una época en la cual escuchábamos enfermizamente todo el día a Bob Marley, Todos Tus Muertos (en sus comienzos) y Sumo, además de punk nacional y español; y había una sala de ensayo económica, equipada con todo y sin saber tocar nada, nos juntábamos a jugar, en vez de ir a los videojuegos, nos llamaba la atención eso y claro, intentando sacarle algún sonido de reggae.
No había formación fija ni nadie sabía qué tocar, ni pensábamos en cuánto duraría este entretenimiento. Nos turnábamos; “¡Pasame el bajo, la guitarra, la ‘percu’, la bata!”. Íbamos rotando, y lo más cómico... ¡grabando!, ya que era un estudio de grabación, nos íbamos del ensayo con un casete de cromo metal.
Se separó La Iguana, y con Hernán y Tincho renombramos a Butumbaba, recuerdo que una parte de La Iguana armó otra banda llamada Black Maní, que duró muy poco. Se sumó de entrada Adrián en batería, actualmente en bajo, yo ocupaba el bajo, ahora la voz; en guitarra entró Gaby Canale, hoy en día un supremo guitarrista de tango. Mandy venía siendo invitado desde La Iguana, y siguió invitado un tiempo más, hasta que se hizo parte. Hay personas que extrañamos mucho; Lucho, Huevo, Japo, fueron parte de todo el nacimiento y de viajes y de las primeras experiencias.
—¿Cómo llegaron a México para tocar y grabar?
—Todo empezó por una gente de Culiacán, en el Estado de Sinaloa, que nos quería para cerrar un festival; obviamente no nos cubrían todo, pero fue el puntapié para movernos y conseguir desde acá otros recitales. Nos fuimos con tres fechas cerradas, pero al llegar allá todo es de otro color y forma. Así que rompimos con gente que allá nos estaba manejando y quedamos por nuestra propia cuenta.
Cada día nos levantábamos a trabajar, a ir a reunirnos con organizadores, a conocer bandas. Yo me llevé una agenda de gente que tenía contactada de años, gracias a nuestro portal en Internet. Lo que eran 15 días, se hizo dos meses, y seguían saliendo fechas, pero teníamos que volver, acá teníamos obligaciones, novias, trabajos, y nos re bancaron dos meses afuera.
Contactamos con Pepe Lobo, alguien del cual nos había hablado Fidel (Nadal) acá, y muchos amigos de México. Se acercó esta gran persona, y nos invitó a grabar en la sala de los Panteón Rococó unos temas, sin ningún plan en mano. El fue el creador del “mexska”, algo que acá no se conoce, pero allá es todo un movimiento.
Al terminar cada sesión de grabación diaria nos íbamos a festejar a algún bar, a tomar unas “chelas” o “cahuamas” con amigos. Esos post-grabación eran únicos. ¡Imaginate lo bizarro de la situación! Venir de grabar con Cristian Aldana de El Otro Yo, o I Jah Bones, o el cantante de Café Tacuba, en México, y yendo a esos bares a festejar, se volvió algo muy mágico.
—Entre “Skacharpas” y “Majikakonvinazion” pasaron diez años. ¿Por qué semejante parate discográfico?
—Principalmente por cuestiones de cambios en la formación: músicos venían, músicos se iban; pasaron muchos por Butumbaba, algunos entendieron el concepto y quedaron, otros armaron su rancho aparte; otros pasaban un tiempo sólo a juntar currículum.
La cuestión es que al no tener la banda armada lo suficiente como para pulir las canciones, no nos animábamos a entrar a grabar, por ahí salía que grabábamos un tema para algún compilado y quedaba; esto pasó varias veces, cosa que en “Majikakonvinazion” se nota: varias formaciones, en “Rocksteady times” por ejemplo Adrián tocaba la batería y yo el bajo aún.
—En todo este tiempo Butumbaba no dejó de estar en actividad. ¿Cómo se hace para poder seguir funcionando después de tanto tiempo?
—El gran secreto es el grupo humano, los que quedan en este tren son los que tienen el mismo concepto de trabajo y la misma comunicación musical; donde predomina la apertura de cabeza, donde todos están invitados a participar, donde disfrutamos completamente todos de cada canción, y si no es así, la vamos deformando hasta estar todos contentos al tocarlas.
Hubo un gran trabajo de doma de egos, de largas charlas a nivel humano, buscando siempre la vuelta, y además de crecer como banda, aprender a crecer como personas. Siempre digo que Butumbaba es mi escuela de la vida, es un micromundo en el cual encontrás de todo, y aprendés de respeto, de motivación, de bancarnos en las malas, y disfrutar en las buenas. Pasamos momentos de crisis, y salimos a flote, y no fueron pocas, eso nos hizo más fuertes: lo que no te mata te fortalece.

Exceso de “cayaya”
—En la primera época de la banda tuvieron algo así como un éxito comercial.
—Todo fue inesperado: un DJ del boliche Plástico, y amigo de la banda, dijo “este tema es un hit”; nos lo robó, y lo empezó a pasar cinco veces por noche. La gente se iba del boliche cantando “¡Caipirinha!” (Muñe).
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Aquellos primeros años
Federico Genesio (alias Guillermo Hans)
Yo no conocí a La Iguana en My Space ni di con ellos en Facebook. En 1993 si no era por el boca a boca uno llegaba a la novedad a través de algún afiche en la vía pública. La masividad era un estado que llevaba un paso a paso mucho más lento que ahora. Y en el caso de La Iguana lo de “afiche” suena pretencioso porque era una hoja oficio impresa en un negro furioso y fuera de foco. Pero se dejó ver pegado en uno de los ventanales de la vieja pizzería “Cabildo” de 25 de Mayo y Junín y nos movió la estantería por lo inusual de la convocatoria. El reggae, entonces, no tenía tanto recorrido como ahora y si pintaba armar una banda, la primera referencia siempre iba a ser Divididos o el grounge de Seattle más que algún jamaiquino fumón. La promo decía: “La Iguana toca reggae” y la cita era para un sábado a la noche en algún barcito de Rincón.
Fuimos con Tincho Alvarez (luego saxofonista de la banda) y entre los 15 ó 20 que llenamos el bar le dimos baile a una muy primitiva versión de “Caipirinha”. Fue grandioso. Eramos pocos, sonaban horrible pero dejaban ver una raíz musical diferente: Yelloman y Black Uhuru por sobre todas las cosas.
El tiempo hizo que La Iguana mutara, establezca su identidad en Butumbaba, llegara gente nueva, los discos, las giras, el site de ritmos jamaiquinos más completo de sudamérica (www.butumbaba.com.ar) pero siempre manteniendo el mismo sentimiento festivo: aquél rub a dub style de la primera “Caipirinha”.
No busquen La Iguana en rapidshare, porque no lo van a encontrar.
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Secreto de los fundadores
—¿Cuál es el origen del nombre?
—Es un misterio para muchos: sólo lo sabemos un par en la banda, siempre fuimos engañando al resto (risas). No sé por qué, pero es parte de un misterio que nunca quisimos develar, corren muchas versiones inventadas en su momento. Sólo hay una clave para llegar al fondo de todo esto: hay que ir por Santa Clara del Mar.