Edición del Miércoles 04 de marzo de 2009

Edición completa del día

Asesinato de Quiroga y plenos poderes a Rosas - Edición Impresa - Opinión Opinión

Barranca Yaco (III)

Asesinato de Quiroga y plenos poderes a Rosas

Rogelio Alaniz

Nadie ha podido explicarse por qué Quiroga marchó indefenso a la cita con la muerte. Los que lo conocieron dijeron que, además de valiente, era desconfiado y astuto. Nunca rehuía el peligro, pero no era amigo de dar ventajas y mucho menos de regalarse. Sin embargo, marchó hacia Barranca Yaco sin tomar otra precaución que la de su propio coraje. Como diría Sarmiento en su libro, “nunca un crimen se preparó con tanto desenfado”.

Desde que salió de Buenos Aires se sabía que en Córdoba o en Santa Fe lo esperaba una emboscada. El azar, la velocidad de sus desplazamientos o el destino le permitieron llegar a Santiago del Estero desafiando las premoniciones de amigos y enemigos. Pero, si el rumor de la emboscada en el viaje de ida circulaba en voz baja y, si se quiere, de una manera imprecisa, al regreso, la emboscada de Barranca Yaco era pública y notoria. Todos sabían que en ese lugar lo esperaba la partida. Se sabía el número de hombres apostados y el nombre de quien los comandaba: Santos Pérez. Lo sabían los postillones, la escolta y los acompañantes. También lo sabía Facundo Quiroga.

“No ha nacido aún el hombre que se atreva a matar a Facundo”, dicen que dijo, para después agregar que la partida que lo esperaba a un grito suyo se iba a poner bajo sus órdenes y lo iba a escoltar hasta Córdoba. ¿Tanta confianza se tenía? ¿Tan seguro estaba del terror que inspiraba a amigos y enemigos? ¿Tanto subestimaba a sus enemigos? No hay manera de saber qué pasó por su cabeza en esas horas. Los hechos, de todas maneras, son elocuentes. El hombre decidido a matarlo había nacido hacía rato y la partida no se puso a sus órdenes, sino que cumplió las de su verdugo.

Los motivos que llevaron a Quiroga a marchar indefenso hacia la muerte son confusos, pero el desenlace fue simple, sencillo, previsible hasta la obviedad. Ocurrió lo que todos esperaban, lo que esperaba su secretario Santos Ortiz, lo que le habían anunciado los peones de las estancias vecinas, lo que le había dicho en voz baja el encargado de la posta Ojo de Agua. Digamos que pasó lo que tenía que pasar, lo que todos presintieron que iba a pasar, menos Quiroga, claro está.

El día anterior a la tragedia, un peón sale al cruce de la galera de Quiroga y les da todos los detalles del caso. Les dice quiénes son los hombres, qué armas llevan, dónde los están esperando. Es más, les ofrece refugiarse en su estancia, dejar pasar unos días, conseguir refuerzos y proseguir el viaje en otras condiciones. Santos Ortiz está decidido a quedarse, pero Quiroga le da a entender con sus habituales modales que mucho más peligro corre su vida abandonándolo que prosiguiendo a su lado.

Esa tarde llegan a Ojo de Agua. Se dice que a la hora de la cena estaban todos aterrorizados. Nadie dudaba de que estaban condenados a muerte. Esa noche ninguno pudo cerrar los ojos, ninguno salvo Quiroga, que durmió de un tirón hasta la madrugada. “Todos a dormir -les dijo a sus acompañantes-, que para eso se ha hecho la noche”. A primera hora de la mañana le ordena al encargado de la posta que prepare algunas armas por las dudas. Por supuesto que nadie las va a usar.

Lo demás ocurrió como estaba previsto y con los resultados que todos conocemos. La partida dirigida por Santos Pérez los esperaba en Barranca Yaco. No había fotógrafos, entonces, pero todos recordamos esa litografía de un Quiroga asomándose a la ventana de la galera en el momento en que Santos Pérez lo liquida con un tiro que le da en el ojo. El temible Tigre fue muerto sin pena ni gloria. No le dieron tiempo ni siquiera de maullar, porque hasta para eso es necesario no dar tantas ventajas.

Quiroga fue uno de los primeros en marchar al silencio. Después lo siguieron los demás. Las órdenes de Santos Pérez -las órdenes que Santos Pérez había prometido cumplir- eran las de matar a todos, que no quedara nadie con vida, ni siquiera el niño que viajaba con Quiroga. Según las crónicas, uno de los soldados de Santos Pérez dijo que conocía al chico y que respondía por él con su vida. Fueron sus últimas palabras. Santos Pérez le disparó al soldado y después degolló al chico. La leyenda cuenta que los gemidos de dolor del niño van a acompañar como una pesadilla al asesino.

La noticia del asesinato de Quiroga llega a Buenos Aires los primeros días de marzo. Las órdenes de Juan Manuel son las de perseguir a los culpables y darles un escarmiento ejemplar. No hace falta contratar a Sherlock Holmes para saber quiénes han sido los asesinos; tampoco es un misterio irresoluble la identidad de los autores intelectuales del crimen. Se sabe que, detrás de Santos Pérez, están los Reynafé y que, detrás de los Reynafé, es muy probable que esté López.

Por lo pronto, a Rosas le alcanza con ajustar cuentas con Santos Pérez y los Reynafé, después se verá lo que se hace o lo que se puede hacer con el caudillo de Santa Fe. Juan Manuel es por sobre todas las cosas un político, un hombre que toma las decisiones calculando sus beneficios y sus posibles perjuicios. El esclarecimiento del crimen no es una vendetta, no es la respuesta emocional de alguien decidido a vengar la muerte de un amigo. No sabemos si Rosas sintió o no la muerte de Facundo. Tampoco interesa demasiado saberlo. Lo seguro es que el infalible olfato político del Restaurador vio en ese crimen una excelente oportunidad política para asumir el gobierno con las facultades extraordinarias y la suma del poder público.

En pocas semanas, los Reynafé (Vicente y Guillermo), Santos Pérez y algunos de sus cómplices estaban entre rejas. El aparato militar y de inteligencia de Rosas era eficaz y temible cuando se lo proponía. Por su lado, Estanislao López abandonó a los Reynafé a su propia suerte y como gesto de subordinación a Rosas ordenó que su prisionero de lujo, el general Paz, fuera trasladado a Buenos Aires, un reclamo que Rosas venía haciendo desde que había caído prisionero en 1831.

Cumplida la operación policial, quedaba pendiente el operativo político. Para esas maniobras Rosas es un maestro. Detrás del asesinato de Quiroga no están los caudillos de Córdoba o Santa Fe como todo el mundo lo sabe, sino los salvajes unitarios. Son ellos, con sus intrigas odiosas, sus rancios resentimientos, su morbo por las discordias, los que han planificado este crimen. En poco tiempo, el aparato publicitario de la Santa Federación instala en el imaginario social la certeza de que el crimen de Barranca Yaco es obra de los pérfidos unitarios ¿Qué pruebas justifican esta afirmación? Ninguna. Rosas, además, no necesitaba esas formalidades para imponer su voluntad.

Juan Manuel no pierde el tiempo. El 13 de abril de 1835, dos meses después de Barranca Yaco, asume el poder con los atributos reales de una dictadura. Curioso destino el de Rosas. El fusilamiento de Dorrego en 1829 le permitió llegar por primera vez al gobierno como garante del orden. Seis años después, el asesinato de Facundo le posibilitó conquistar la suma del poder público, una facultad que hasta ese momento los propios federales se mostraban remisos en acordarle.

Los beneficios de Barranca Yaco son evidentes. Quiroga ha muerto y López ha perdido influencia. El poder se traslada al lugar que corresponde, es decir, a Buenos Aires, al Buenos Aires rosista, se entiende. Sarmiento lo expresa con su habitual lucidez: “Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, es reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires sin serlo él, por Rosas, falso corazón helado, espíritu calculador que hace el mal sin pasión y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo”.

El mismo 13 de abril, Rosas lanza su proclama de gobierno. Es todo un programa de acción que él se encargará de que se cumpla al pie de la letra: “...resolvámonos a combatir a estos malvados que han puesto en confusión a nuestra tierra, persigamos a muerte al impío, al ladrón, al homicida y, sobre todo, al pérfido y al traidor que tengan la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esa raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y espanto a los que puedan venir en adelante”.

Asesinato de Quiroga y  plenos poderes a Rosas

Guillermo y Vicente Reynafé, junto a Santos Pérez y algunos de sus cómplices, fueron ejecutados tras ser declarados culpables de la muerte de Facundo Quiroga. Litografía de Andrea Bacle.

Foto:Archivo El Litoral



Imprimir:
Imprimir
Necrológicas Anteriores