Anotaciones al margen
Acerca del Tedium Vitae
Estanislao Giménez Corte
I
Una mirada, una mirada vacía, laxa, anodina; unos ojos apagados, inconmovibles, horribles en su desazón de las cosas, de las voces y los alrededores; eso consigue, amén de que sus facciones faciales favorecen su papel (¿o es al revés?) el actor Philippe Harel, al interpretar al anémico protagonista de “Ampliación del campo de batalla”, film basado en la novela homónima del francés Michel Houellebecq. No lo he leído, pero con “Las partículas elementales”, ésta es la segunda producción fílmica que, por causalidad, me demora en la madrugada.
Se supone que la obra del best seller galo hunde la lente en la “problemática” del hombre contemporáneo. Problemática es un término que, como paradigma, dialéctica, modelo y sistema, es lavado de sentido por su condición de lugar común y el abuso. El protagonista tiene trabajo y salud, pero está solo como... (perdón, iba a recurrir a un lugar común), está solo y carece de fuerzas para hacer algo en contra de esa maldición de primer número impar. El problema, empero, no es tanto su soledad como su aburrimiento: una falta de energía y de arrojo para ensayar la más mínima reacción ante la abulia que lo aplasta; una desesperante incapacidad de hacer cosas. La película muestra, lentamente, cómo a medida que el protagonista “se aleja” de los otros -va a su trabajo pero no habla con nadie, se recluye en su pequeño departamento al regresar- “crece” en soliloquios y en divagaciones internas, que indefectiblemente profundizan su idea atroz acerca de la existencia y colocan su misma pervivencia en una incógnita.
II
El aburrimiento, la depresión y la sensación de absurdo frente al vivir parecen ser patologías posmodernas (posmoderno también es un término vaciado de sentido). La “enfermedad del humor” o Tedium Vitae ha poblado las literaturas y es hoy, merced a las obras sobre el Yo, parte de una materia esencial que tiende a describir ese estado cuasienfermizo. El problema es que, a veces, la narración apenas se yergue sobre las experiencias del protagonista y, a costa de marcar y subrayar lo que le pasa (es decir lo que no le pasa), la puesta languidece con él. Uno no tiene más remedio que pensar: ok, vemos la soledad terrible del hombre contemporáneo ¿y entonces?. La descripción del absurdo apela así a una representación insufrible de las características (insufribles) del sujeto, pero no hay desenlaces dramáticos o acciones desesperadas o la lucha de un pobre solitario contra fuerzas intangibles. Nada. En “Ampliación...” (insisto, en la película, supongo que la novela es muy superior) como en otras obras de similar tesitura, no pasa nada, porque su objeto es mostrar la nada; pero es lícito preguntarse si alcanza con ello para la elaboración de una obra.
El Tedium Vitae, entendido desde aquí, es peor que la locura, la enfermedad y la muerte, o es todo ello junto. Uno no puede menos que sentir una suerte de violenta piedad por el sujeto, y por casos que se multiplican en la vida real, derivando en una suerte de paradoja: así como muchísimos no encuentran fuerzas para hacer, otros no encuentran tiempo para hacer. Es lícito preguntarse, también, la descripción de la nada ¿es algo?