Al margen de la crónica
El pensamiento de Susana
A Susana Giménez se le puede perdonar que pregunte en cámara si un dinosaurio está vivo, o que sus productores le redacten la mayoría de las entrevistas que realiza en su programa. Sin embargo, a Susana -como a cualquier otro mortal- no se le puede permitir todo, aunque luego se muestre arrepentida.
Conmovida por el homicidio de su colaborador, Gustavo Lanzavecchia, la diva pidió la pena de muerte, desplegó una batería de prejuicios sobre los menores que delinquen y calificó de “estupideces” a los derechos humanos: “Terminen con los derechos humanos y esas estupideces. Basta con los menores; el que mata tiene que morir”, sentenció a los gritos al hablar con la prensa frente a su domicilio.
Pocas horas después, más tranquila, intentó reorientar su discurso. Dijo que no está de acuerdo con la pena de muerte porque es católica y se preguntó: “¿Dónde están los de derechos humanos que no se ocupan de que a nuestros chicos les venden droga y paco?”.
Giménez afirmó que lo que ocurre “es un crimen de lesa humanidad porque el paco enloquece a los chicos de las villas y hace que tengan esa maldad; están matando a una generación de adolescentes y ahí tendrían que ir los de los derechos humanos”.
La conductora debería saber que el lugar que ocupa implica una serie de responsabilidades entre las que se incluye el cuidado de sus palabras. Difícilmente, sus aclaraciones puedan evitar el efecto que sus dichos provocan en gran parte la sociedad. Pero si de responsabilidades se trata, no sólo hay que hablar de Susana.
De hecho, un sector de los “derechos humanos” se politizó a tal punto durante los últimos tiempos que se transformó en uno de los más férreos militantes del gobierno nacional, al que le perdona todo, incluso, sus fracasos en materia de seguridad y sus discursos vacíos relacionados con una ilusoria redistribución de las riquezas en el país.