EDITORIAL
De la torpeza política a la ofensa infantil
La ausencia de la Guardia de Honor de los Granaderos a Caballo en Yapeyú, en el acto recordatorio del nacimiento del general José de San Martín, rompió una histórica tradición e introdujo una nota desconcertante que, en circunstancias normales, resultaría inexplicable.
El hecho es que las razones no obedecen a circunstancias normales, ni son fáciles de explicar. Como todos los medios periodísticos se ocuparon de reflejar, la decisión del gobierno nacional estuvo motivada por el hecho de que el homenaje sería encabezado por el vicepresidente Julio Cobos, ferozmente enemistado con el matrimonio presidencial.
Los avatares de esa ruptura se convirtieron, en los últimos tiempos, en la comidilla del ambiente político. Desde el famoso “voto no positivo” -ya convertido en un clásico latiguillo- sobre las retenciones agropecuarias, a las presuntas intenciones de Cobos de convertirse en un líder opositor de recambio; pasando por la interrupción del contacto entre la primera mandataria y su segundo, y el intercambio de pullas más o menos directas en el que suelen intervenir diversos personajes del oficialismo, la malograda relación emergente de la fallida transversalidad se convirtió en un verdadero y patético culebrón.
Tanto las oscilaciones de Cobos, sean producto de convicciones relativas o de especulaciones absolutas, como la incapacidad de los Kirchner de tolerar posicionamientos que alteren aún en lo más mínimo el rígido alineamiento que exigen, rebasaron el nivel de antipatía que puede resultar tolerable para permitir una convivencia forzosa y arrasaron con los pruritos diplomáticos que suelen operar como barrera del escándalo. En el camino, los desbordes se llevaron por delante también el cuidado de las formas y el respeto de las instituciones republicanas, a tal punto que los operadores presidenciales llegaron a pensar en modificar el protocolo, para eludir el inevitable contacto propio del inicio del período ordinario de sesiones del Congreso.
Pero esta irritante secuencia de desplantes y vergonzosas exhibiciones adquirió una nueva dimensión con el episodio del miércoles pasado, al atentar contra el significado histórico de la fecha, el valor de la celebración, las tradiciones de un pueblo e incluso la memoria del prócer más importante del país. Ni la mezquindad que revela el temperamento adoptado, ni la indisimulable raigambre autoritaria de los Kirchner, alcanzan para comprender tamaño desatino. Lamentablemente, su matriz solamente puede ser buscada en patrones de conducta carentes de la debida racionalidad, o propios de un temperamento infantil. Y tanto el hecho en sí mismo, como sus antecedentes y los determinantes psicológicos en que parecen tener su origen, no pueden ser más contradictorios con las necesidades de la Nación en momentos de tanta incertidumbre como los actuales, ni con el discurso que las autoridades utilizan como marco conceptual de su gestión, y con el que intentan convencer a todos los argentinos.