Al margen de la crónica
La violencia, siempre la violencia
En esta Argentina violenta, la palabra democracia parece quedarnos grande. Cada argentino lleva adentro a su “enano fascista” (Oriana Fallaci dixit). El atropello y el autoritarismo se hacen presentes en cada acto de la vida ciudadana, con muy escasas excepciones. En la casa, en la calle, los actos violentos están en palabras y actitudes.
El ataque a los diputados Agustín y Alejandro Rossi es otro emergente de los muchos que se han sucedido en los últimos años. Éste es tan impactante, porque cualquiera que se imagine impregnado de excrementos de animales, no puede menos que sentir un rechazo profundo hacia quienes le profirieron el agravio.
Pero la violencia no está sólo en los símbolos de la violencia. Está mucho más arraigada de lo que muestra la huella.
Está en las palabras y en los silencios. En los actos y en las falta de presencia. Está en la ignorancia y en la verborragia vacía de contenido. Está en las chicanas oficialistas y en las respuestas opositoras. Está en las amenazas, está en la pobreza, está en la marginación, está en la falta de solidaridad, está en la ambición excesiva, en el manejo discrecional de lo que es de todos, está en el uso reiterado del pasado como ancla del futuro, está en las promesas incumplidas, en el “ninguneo” a los más débiles, en la revancha, en la provocación, en el analfabetismo, en el hambre, en la droga, en el aprovechamiento reiterado del otro, está en los cortes de rutas y calles, está en los escraches de cualquier signo, está en el ataque diario y persistente a los medios de comunicación independientes, está en la embestida reiterada al periodismo, está en culpar siempre al cartero por el contenido de la carta, está en los negociados, está en creer que la nación es una sociedad anónima cuyo objetivo es rendir ganancias a unos pocos accionistas. Está en la soberbia igual que en la impunidad, en cada semáforo donde haya “limpiavidrios” y en cada esquina donde una familia mendigue; está en cada chico cargado de mocos y de hambre.
La violencia está presente cuando manejamos el auto, cuando debemos esperar horas para pagar un impuesto, cuando algunos destruyen los bancos de una plaza, está en la soberbia, en la tilinguería, en la superficialidad, está cuando creemos que la verdad sólo es nuestra y está cuando mentimos.
Nos hemos vuelto intolerantes y rencorosos. La democracia no puede caminar de la mano de tanta irritación.
Ser democráticos significa tener la capacidad de elegir y de asumir que, si equivocamos la opción, la revancha viene con el tiempo y en las urnas. No hay caminos alternativos que conduzcan a buen destino. La provocación, cuando se replica, pone al sujeto en la vereda del otro; en el mismo lugar del que quiere impugnar. En una sociedad así, cuando se siembran vientos, seguro se cosechan tempestades.