DE RAÍCES Y ABUELOS

Bautista Rattalino con su esposa Celia Calderone y su hijo Orlando José Rattalino.
Detrás de todo, una gran historia
Victoria Sánchez, alumna del 4to. año del Colegio Covadonga, indagó sobre sus raíces a partir de la idea de su docente de Lengua y Literatura.Textos de Victoria Sánchez
He aquí la historia de mi bisabuelo y de mi bisabuela. Bautista Rattalino, hijo de Guillermo Rattalino y Juana Sossa, nació el 25 de julio de 1904 en Salmorir, provincia de Cúneo, Italia. Cursó estudios primarios, luego fue comerciante y se casó con Celia Calderone. El matrimonio tuvo dos hijos: Oscar Guillermo y Orlando José, mi abuelo materno.
Bautista llegó a la Argentina en 1908, junto a sus padres y dos de sus hermanos. La causa que motivó la emigración de la familia fue la escasez de trabajo y, como tantos otros italianos, vinieron a “hacer la América”. Para él nada fue fácil, ya que tuvo que trabajar mucho, como lo hicieron sus antecesores.
Se instaló en la provincia de Buenos Aires, después de un tiempo se trasladó a la localidad de Ingeniero Luiggi, provincia de La Pampa, y luego a Caleunfú en la misma provincia, donde residió hasta su muerte.
En 1948, Bautista compró una chacra, a 2 kilómetros del pueblo de Caleunfú, y abandonó su trabajo de comerciante para dedicarse totalmente al campo, con su esposa e hijos. En 1955 adquirió una casa que hasta la actualidad es propiedad familiar. Después de una larga enfermedad, murió el 22 de julio de 1962.
Apenas nací mis padres me llevaron de viaje a Caleunfú, ese pequeño pueblito de La Pampa donde nació mi mamá, Adriana Rattalino, viaje que se repetiría cada dos meses. Nos alojábamos en lo de mis abuelos, una vieja casa con una cocina comedor, un hogar a leña, dos dormitorios y un baño. Dentro del mismo terreno se encontraba, enfrente de la vivienda de mis abuelos, la casa de mi bisabuela Celia, aquella comprada en 1955 por su esposo Bautista, de techos altos y habitaciones muy grandes. También, separada por un enorme patio, estaba la casa de mis tíos.
De chica pasaba largas tardes haciendo casitas de madera en el patio trasero con mis primos, e imaginábamos que vivíamos en la selva, ya que había un cañaveral donde, según nuestros pensamientos, vivían monos salvajes. Mientras los adultos dormían, con mi primo Mariano nos escapábamos al patio a comer moras de un enorme árbol, y cuando ellos nos preguntaban dónde habíamos estado, nosotros con toda la boca teñida de morado y creyendo que podíamos engañarlos les decíamos que habíamos estado jugando en el patio.
MÁS RECUERDOS
A la mañana temprano mi bisabuela iba a recoger los huevos al gallinero. Nosotros nos colgábamos del árbol que se encontraba allí, arrancábamos granadas y las comíamos mientras veíamos a Celia, espantando a las gallinas para sacarle los huevos. Luego íbamos al frente de la casa donde había una planta de vid y recolectábamos las uvas.
Mi bisabuela nos retaba porque las comíamos sin madurar y nos decía que nos iban a hacer mal,. También juntábamos duraznos, damascos y mandarinas de los numerosos árboles frutales que había en ese gran patio de mi infancia.
En aquellos viajes cuando iba nuestra familia sola, sin mis primos, yo me pasaba algunas tardes jugando a las cartas con mi bisabuela y sus “jóvenes” amigas; y otras en la casa de mi tía Mabel, esposa de Oscar Guillermo Rattalino, hermano de mi abuelo, cosiendo ropita y bañando a mi tan querida muñeca Negrita.
Todos los días que íbamos a visitar a mi bisabuela Celia, entrábamos corriendo por la puerta principal haciendo mucho ruido por el piso flojo de madera, e íbamos directamente a la caramelera, ya que siempre descubríamos su escondite, y después nos tirábamos en el sillón del living y nos poníamos a ver televisión, mientras ella nos traía manjares caseros para comer, y si no probábamos algo se ofendía mucho.
LOS AÑOS PASARON
Una o dos veces a la semana, sus bisnietos, mis hermanos Nacho, Lucía y yo, íbamos a comer a su casa. Nos cocinaba siempre lo que le pedíamos: pollo al horno con papas y calabaza, tallarines o ñoquis amasados entre todos.
Cuando fuimos creciendo los viajes se fueron espaciando una o dos veces al año, y mis abuelos, Lalo y Nanita, se mudaron a otra casa a diez cuadras de la anterior. A pesar de la distancia, todas las mañanas yo me levantaba y en bicicleta iba a visitar a mi bisabuela. Esto se repitió hasta cuando mi bisabuela, con 89 años, falleció el 15 de junio de 2007.
Mis abuelos Lalo y Nanita se mudaron hace aproximadamente un año a Santa Fe, a un departamento cerca de mi casa. Todos mis primos pampeanos también se han venido a estudiar acá, por lo que en Caleunfú quedaron sólo los tíos que ahora vienen a visitarnos más de lo que nosotros a ellos.
El hecho de irse de viaje a un pueblo muy pequeño aún tiene su encanto, aunque últimamente lo hagamos únicamente para el año nuevo, momento en que volvemos a reunirnos en la vieja casa de mi bisabuela y resurgen los recuerdos y añoranzas. Escribir este relato me permitió darme cuenta de que detrás de toda historia de inmigrantes hay una larga lucha y una gran recompensa por el esfuerzo.
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