Edición del Martes 16 de diciembre de 2008

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El Frente Amplio y José Mujica - Edición Impresa - Opinión Opinión

La vuelta al mundo

El Frente Amplio y José Mujica

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En alpargatas. Así se lo suele ver a Pepe cuando no está en funciones. Disfruta del campo, es productor, y también le gusta cultivar una cierta provocación, resabio de sus rebeldías de antaño.

Foto: TÉLAM

Rogelio Alaniz

El Congreso del Frente Amplio decidió por amplia mayoría que José Mujica sea el candidato a presidente para las elecciones del 2009. El segundo lugar no lo obtuvo Danilo Astori, como lo anticipaban algunas encuestas, sino el intendente de Canelones, Marcos Carámbula. Daniel Martínez y Enrique Rubio ocuparon los puestos cuarto y quinto. Mujica obtuvo el 72 por ciento de los votos, contra el 25 por ciento de Astori, el candidato apoyado por Tabaré Vázquez. Sin embargo, la definitiva candidatura a presidente se decidirá en las elecciones internas previstas para junio en la que, según los observadores, la competencia se dará entre Mujica y Astori.

Lo que el Congreso del Frente Amplio dejó claro es que en esta coalición, el candidato más popular es Mujica y que el segundo no es Astori sino Carámbula. Mujica fue apoyado por el Partido Comunista y los Tupamaros, una alianza interna muy fuerte que -según se dice- se dio el lujo de maniobrar para colocar en un segundo plano al intendente de Canelones y reducir a Astori a un lejano tercer puesto.

De todos modos, habrá que ver hasta dónde la relación de fuerzas en el congreso del Frente Amplio se corresponde con el electorado que participa en las elecciones internas abiertas de junio. Puede pasar que en esa instancia Astori tenga más representatividad que Mujica, una sospecha que parecen confirmar las encuestas que le adjudican a estos dos candidatos porcentajes parecidos.

Más allá de lo que digan las encuestas parecería evidente que el candidato más popular, con más llegada a la gente es José Mujica, el popular Pepe como se lo conoce en Uruguay. Nacido en mayo de 1934 en las inmediaciones de Montevideo, inició su militancia política en el Partido Blanco. Para principios de los sesenta junto con Sendic, Ruiz Huidobro y Zavalza, entre otros, fundó el Movimiento de Liberación Tupamaros, una corriente política volcada a la lucha armada y que en cierto momento llegó a contar con un interesante nivel de adhesión popular entre trabajadores rurales e intelectuales.

Un estudio reciente sobre esta guerrilla da cuenta de algunas diferencias con los grupos armados argentinos, diferencias que explican la continuidad en un caso y la desaparición en el otro. Los dirigentes Tupamaros fueron por un lado más íntegros que sus similares de Montoneros y menos delirantes que sus pares del ERP. Coincidentes con sus similares argentinos en las críticas al capitalismo y en la salida socialista, siempre estuvieron más atentos a captar el humor de la sociedad y a no tomar decisiones políticas basadas en dogmas o en fanatismos ideológicos.

Cometieron errores, y algunos de ellos fueron trágicos, pero fueron los primeros en admitirlos y en plantearse otra práctica política. Tupamaros fue derrotado políticamente y sus principales dirigentes fueron asesinados o reducidos a prisión. Para 1974, la organización estaba liquidada y a título anecdótico habría que recordar la deserción del célebre Amodio Pérez, uno de sus líderes más destacados, quien cuando fue detenido procedió a delatar a todos sus compañeros. Los sobrevivientes cuentan que los militares lo paseaban en auto por las calles de Montevideo para que señalara a sus ex camaradas de armas.

A diferencia de la izquierda Argentina, los dirigentes Tupamaros realizaron una evaluación autocrítica de su accionar y cuando en 1983 sus dirigentes recuperaron la libertad le dijeron definitivamente adiós a las armas. Reciclados o integrados a la legalidad, los Tupamaros lograron desarrollar una amplia red de militancia. Con abnegación y paciencia, virtudes adquiridas en los largos años de presidio, lograron revalidar su legitimidad social. José Mujica es la expresión más genuina de esa realidad. El temible dirigente guerrillero devino político práctico cuya fuente de sabiduría es el sentido común y la astucia del hombre de campo que conoce la vida, sus rigores y sus pequeñas satisfacciones.

Después de trece años de cárcel, Mujica fue entrevistado por periodistas e hizo las siguientes declaraciones: “No tenemos línea, no podemos tenerla porque nuestros cerebros están ignorantes. El puñado de viejos dirigentes Tupamaros que ha quedado es apenas un palito para que la colmena se aglomere a su alrededor, pero lo esencial no es el palito, sino la colmena. La lucha armada es cosa del pasado. O hacemos política en serio o la otra alternativa es sentarnos en el cordón de la vereda a tirarles piedras a los que pasan”. Imposible imaginar una declaración parecida en labios de Firmenich o Gorriarán Merlo. Tampoco es imaginable que Altamira, Otto Vargas o Echegaray piensen en términos parecidos.

Sus reflexiones me recuerdan a Jauretche y su sentido del humor al Viejo Vizcacha o al Martín Fierro. No es cínico y mucho menos improvisado intelectualmente, pero su criterio de verdad es el sentido común. A Mujica, los libros no lo alejan de la realidad, lo acercan, pero ese acercamiento es el producto de un esfuerzo de observación, de un aprendizaje.

El Pepe es uno de los dirigentes que con más audacia ha revisado los paradigmas dogmáticos de la izquierda. “Estoy más cerca de Marx que de Lenín, porque no creo que una sociedad pobre pueda plantearse una sociedad superior”, les dice a quienes lo critican cuando afirma que es necesario crecer económicamente y después asumir el desafío de la distribución.

Considera que al pasado no se lo puede olvidar, pero como dirigente político está interesado en el futuro; entiende que hay que aprender a transformar pero también a conservar. Habla con sentencias y aforismos. Es campechano, pero respetuoso es alegre pero sobrio. Su pasión es la política, pero dice que es feliz cuando trabaja en su chacra o se toma un vino en el almacén de la vuelta con los amigos. Su humor no agrede, sus conclusiones siempre están abiertas; Mujica es un hombre curioso, abierto al conocimiento humano y al misterio del mundo. No reniega del marxismo pero tampoco lo transforma en un libro sagrado.

Una anécdota lo pinta de cuerpo entero. En 1994, el policía que cuidaba la playa de estacionamiento del Congreso se acercó al hombre de aspecto humilde que acababa de estacionar su destartalada motoneta Vespa al lado de los autos oficiales.

—¿Se va a quedar mucho tiempo? -le dijo respetuosamente el agente, como dándole a entender que estaba estacionando en el lugar equivocado.

Mujica lo miró y le dijo con ese tono que sólo se aprende en la universidad de la calle: —Y... si los milicos no me echan pienso quedarme unos cinco años.

Fue allí cuando el policía se enteró de que ese hombre mal entrazado era el flamante diputado José Mujica.

 



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