Las cabañeros que crían esta raza creen que va a volver a tener un rol clave en la ganadería nacional por la terneza de su carne y por su enorme potencial genético en las cruzas con otras razas.
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El Congreso Mundial Shorthorn, que se realizó la semana pasada en Mar del Plata, tuvo un objetivo bien preciso: demostrar que esta raza ganadera no sólo es un capítulo clave en la historia de la ganadería nacional, sino que tiene un enorme futuro y un mercado creciente.
La historia del Shorthorn es conocida y arranca con el famoso toro Tarquino. "Lo importaron en la década de 1820 y fue el primer reproductor de raza británica que trajeron a la Argentina", recordó -en su exposición- Luciano Miguens, presidente de la Sociedad Rural.
El Shorthorn se adaptó a la Pampa Húmeda y revolucionó la calidad genética del rodeo criollo. Más adelante, a partir de 1860, llegaron las otras razas británicas: Angus y Hereford, y así se conformó la hacienda nacional.
El Shorthorn tuvo un peso protagónico hasta la década de 1950, después perdió terreno frente a las otras razas, pero nunca desapareció. "Decayó por el cruzamiento con el Angus, que es más rústico y se adapta mejor a regiones menos templadas", explica Julio Germán Mouremble, de la Cabaña Mouremble, entrevistado por Campolitoral. "La raza se fue desperdigando porque las cruzas eran superiores por el vigor híbrido, y además los animales quedaban de color negro, como los Angus", amplía el cabañero.
"También influyó que era una raza doble propósito: carne y leche", agrega Jorge Dawney, de la Cabaña El Chajá. Al aparecer animales específicos para cada actividad (Angus y Hereford para carne, Holando y Jersey para leche), argumenta Dawney, el Shorthorn fue perdiendo espacio: "Porque no era ni una cosa ni la otra", opina.
Pero ahora, el Shorthorn está de vuelta y los criadores dicen que tiene todas las condiciones para reposicionarse en el competitivo mercado de las carnes argentinas.
Los ejes para crecer
Guillermo Alston, presidente de la Asociación Argentina de Criadores de Shorthorn, sostiene que la raza está "reverdeciendo" en la Argentina y en el mundo.
"Cada vez hay más demanda de toros Shorthorn y se venden a muy buen precio", confirma Dawney. "La raza se consolida y crece. Obviamente, están las cabañas tradicionales que siguen apostando, pero también muchas nuevas", destaca Mouruemble.
En este momento, en la Argentina existen 70 criadores de Shorthorn ubicados en Buenos Aires y La Pampa -fundamentalmente-, pero también en Entre Ríos, Corrientes y en la Patagonia. El país es uno de los principales productores de la raza, junto a Estados Unidos.
Los criadores sostienen que el Shorthorn es una herramienta de mucha calidad genética como raza pura, porque aporta a sus cruzas habilidad materna (las vacas producen más leche que las Angus o Hereford), mansedumbre y mayores tasas de crecimiento, afirman desde la Asociación Shorthorn.
Por eso, Mouremble cree que la genética Shorthorn puede hacer un aporte central para mejorar la calidad de los rodeos, incluso al cruzarlo con las razas que se utilizan en el norte del país (Brangus, Braford y Cebú).
En su disertación, Fernando Canosa, coordinador de Ganadería del Consorcio Regional de Experimentación Agrícola (CREA), destacó que en zonas donde hay una alta cantidad de sangre Bos Indicus, "la incorporación de sangre Shorthorn puede ayudar a mejorar las características que les faltan a esos animales, que se crían en zonas semiáridas o subtropicales".
Desde el INTA Castelar, Horacio Guitou -jefe de Genética Animal- explicó en su conferencia que esta raza posee marcadores genéticos "con una gran posibilidad de aportar elementos que mejoren la carne en programas de cruzamiento". Con toda la experiencia de su años como cabañero, Alston coincide: "Cuanto más cerca está una cruza del Shorthorn, mejor es la carne".