Por Néstor Fenoglio
María Laura se crió prácticamente sin padres: su papá se fue cuando ella tenía 6 años, volvió a verlo de pasada cuando tenía 15; su mamá siempre estuvo enferma. Así es que los hermanos mayores, especialmente Verónica, fuimos una suerte de padres difusos.
Sin embargo, ella siempre fue especial. Nunca conocí a nadie con una vocación tan definida y con la determinación suficiente para alcanzar su objetivo. Cuando las pibas de su edad andan genuinamente detrás de pilchas y salidas, ella desparramaba su amor por la naturaleza entre los scouts, un comienzo de carrera universitaria (biología) y el cuidado de animales abandonados.
Para hablar de su carácter, recuerdo que fue una de las pocas -si no la única- mujeres que completó la "Vuelta de la Setúbal", un exigente desafío. Llegó varias horas más tarde, empapada, muerta de frío y de hambre. Pero llegó. Y así fue siempre: ella no abandona.
Un día, muy joven -no tenía veinte años- nos juntó a los hermanos y, mochila lista, informó que se iba. El destino: el Palmar de Colón. Y se fue así nomás, con lo puesto y se abrió un camino allá, por pura determinación y presencia. Después, insistió hasta pasar el difícil y ultra selectivo examen de su carrera.
Sé que en Esquel, cerca de Los Alerces, su primer soñado destino, hay un revuelo bárbaro por la intención extranjera de explotar oro. Sin dudas, con María Laura se incrementa ese patrimonio, porque es, literalmente, una mina de oro. Y no importa que ella sea guardaparques y yo guardabosque. Al fin y al cabo, se trata de cuidar nuestros recursos naturales.