Matemática fue históricamente la materia odiada por los estudiantes. Docentes de la provincia, con colaboración de profesores de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL, buscan respuestas a una situación que cada día los desafía en el aula. ¿Qué se puede hacer con este "cuco"?
Manuel no entendía nada. Pero nada de nada. Signos y números se enfilaban interminablemente sobre esa pizarra, que había acumulado durante años historias, geografías, oraciones, sumas y restas; por lo que lucía gastada, borrosa, casi ilegible.
Era la clase de matemática. La tortuosa clase de matemática, un par de horas sin sentido para él. En doce años de vida, no recordaba una situación en que la matemática lo hubiera hecho feliz, o al menos, le posibilitara algún beneficio. Para colmo se acercaba el examen. Una nueva invitación a visitar la escuela durante febrero y marzo.
La vivencia de Manuel se multiplica en muchos chicos, que sostienen que el "cuco" de la matemática no tiene nada que ver con el mundo en el que viven. "Nos dolía escuchar que la matemática era un ogro, que era la única materia que se llevaba a rendir. Entonces, la idea era cambiar para que esta asignatura no fuera el cuco", cuentan Mirta Arias y Anabel Rodríguez, docentes de la escuela Santa Teresita del Niño Jesús, de la localidad de Hersilia.
Este establecimiento, junto con otros diez de Santo Tomé, Laguna Paiva, Rincón, San Cristóbal, Candioti y Santa Fe, forman parte del Programa Experiencias en Educación Matemática del Departamento de Matemática de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral. Está dirigido a instituciones públicas o privadas y docentes de EGB y polimodal.
Con la finalidad de hacer de algo tan importante como la matemática, una materia atractiva para los chicos, estos docentes cambiaron la metodología de trabajo y trasladaron la matemática, por ejemplo, a la poesía y a la fotografía. "A principios de año hice una encuesta donde le preguntaba a los alumnos de quinto año sobre la materia que le gustaba. Ninguno puso matemática. Al final del ciclo repetí la encuesta, y la mayoría puso matemática. Esa es nuestra satisfacción", sostienen.
Fuera cuco
Mirta y Anabel, como las otras docentes de Hersilia, viajan seis horas en colectivo para sumarse a la propuesta. Recorrer los 250 kilómetros que las separan de la capital de la provincia, significa estar más tiempo arriba del coche que dentro del aula. "Somos una escuela privada, pero con chicos carecientes. El pueblo tiene tres mil habitantes, y sufrió inundaciones que trajeron aparejadas pérdidas de lugares de trabajo y emigraciones. Esta situación produjo una crisis moral y económica, que hace que se dejen de lado ciertos valores fundamentales, como el de la familia, el esfuerzo, la responsabilidad, el respeto. Pero uno siempre va tratando de sostenerlos desde la escuela", comenta Arias.
En este contexto de crisis, las expectativas de los alumnos respecto del futuro disminuyen. Prácticamente lo echan a la suerte. "Ellos cuestionan, reprochan, dudan. Pero todo depende del convencimiento que tengamos nosotros, los mayores. Si nos preguntamos el para qué y dudamos, les estamos inculcando lo mismo. Hay que animarlos a pesar de todo -reflexiona Rodríguez-. La matemática no está separada del resto de la vida institucional. Los valores son transversales a todas las áreas del saber. Es cierto que la matemática ayuda a pensar y a reflexionar, pero sola no haría nada".
La pregunta sería de qué forma, en este contexto de desesperanza, se puede interesar a estos alumnos en matemática. La respuesta de los docentes es contundente: "Hacerles ver que desde un ama de casa hasta un médico necesitan de la matemática. Bajarles a la realidad ese contenido que están aprendiendo. Intentar que el chico entienda que, a pensar y a reflexionar, se aprende pensando y reflexionando. Si queremos ciudadanos reflexivos, vamos a tener que ver bien cómo hacemos pensar a los chicos desde muy chiquitos".
La matemática como excusa
"Trabajamos con chicos que tienen características propias de un ámbito rural más que de uno urbano. Los estímulos que reciben no son los mismos que los de la ciudad y las posibilidades que tenemos son distintas: ni mejores ni peores. Los grupos no son numerosos, compuestos por chicos que no están afectados por problemas sociales, como lo podés ver en cualquier barrio de las ciudades", diagnostican Marta Godio y Silvana Alzugaray, docentes de la escuela N° 46 de la localidad de Candioti.
"En este contexto, planificamos contenidos de acuerdo con sus trabajos, a la formación cultural de sus padres. De esta manera no pueden tenerle miedo a la matemática, ya que se transforma en una situación cotidiana".
El principal obstáculo con el que se encuentran estas docentes, es la migración. "Todo el impacto de lo que sufrimos durante 15 años está en la escuela. Hay muchas familias emigrantes. Antes trabajaban en las quintas, y como ahora quedan pocas, se fueron a zonas de tambos. Y esto ocasiona que el chico se vaya, se pierda el seguimiento, e impide llegar a mejores niveles de aprendizaje", lamentan.
A pesar de la partida de algunos y la llegada de otros, hay características propias de Candioti que no varían: la idea de comunidad y solidaridad. Las maestras intentan trasladar estos conceptos al ámbito de la matemática. "La planteamos desde la resolución de problemas en grupo, donde tenemos que compartir lo que sabemos, donde necesitamos la ayuda, donde solos no podemos y si podemos tal vez otro puede más -comentan-. Se busca erradicar el muy bien 10, excelente o el equivocado para dar fin a la competencia, y de esta manera perder el miedo al error. Se trata de volver a insertar la cultura del esfuerzo mediante la incentivación, pero sin premios ni castigos".
El orden de los factores
Irma DïAmore y Silvina Alexenicer son docentes de matemática de la escuela N° 1205 J.L. Bialik, un establecimiento de la ciudad de Santa Fe que pertenece a la comunidad judía. En dicha institución, desde hace algunos años se aplica el Proyecto Cero, que desarrolla toda la Red de Escuelas Judías del país y es monitoreado por la Universidad de Harvard, mediante el cual se capacita a los docentes con especialistas del ámbito nacional e internacional.
Su contexto de enseñanza es diferente. Cuentan con el apoyo de especialistas, materiales apropiados en las aulas y alumnos con una realidad socioeconómica diferente a los de Hersilia o Candioti. Pero su preocupación por la enseñanza de los contenidos matemáticos es mucha.
"Por ahí es un tanto cuestionado el sistema de enseñanza, porque no responde a los formatos tradicionales. Pero se pueden observar muy buenos resultados -explican-. No basta con aprender los mecanismos de la suma, la resta, la multiplicación y la división, y ahí murió. Tenés que saber en qué situación aplicarlos, para qué los voy a usar, cuándo. Yo no les puedo plantear: "Tengo diez pajaritos, se me volaron cinco, ¿cuántos me quedan?'. Eso no es un problema. Eso no les genera conflicto".
Los lugares son distintos; las realidades diversas, pero la preocupación es común. "Se observó que los docentes tienen una fuerte convicción por cuestionarse sus propias prácticas, para mejorar sus acciones ante el desafío de una educación matemática eficaz -sostienen las profesoras Ana María Mántica y Stella Ricotti, dos de las coordinadoras del Programa-. Muchos demostraron el carácter casi heroico de su trabajo, al no bajar los brazos ante las dificultades. En algunos casos, los fracasos escolares fueron el incentivo para la búsqueda y puesta en práctica de nuevas estrategias".
Estos docentes seguirán trabajando cada uno en su proyecto, dando marcha atrás ante algún error, celebrando cada acierto, buscando nuevas estrategias para enseñar mejor, borrando y volviendo a escribir. Es el esfuerzo que exige esta difícil operación de enseñar y aprender, un mecanismo mucho más complejo que poner una nota o hacer sacar una hoja.
Leandro Regalini