En ocasión de la presentación de su obra "Pedir demasiado" en el Argentino de Teatro, la novelista y dramaturga Griselda Gambaro visitó nuestra ciudad. Fue declarada "Huésped de honor" por la Universidad Nacional del Litoral y rescató en su memoria los recuerdos de su infancia, su pasión por las letras, su exilio y una vida en continuo movimiento.
"Es muy difícil que los olvide", confiesa Griselda Gambaro rescatando un atado de 20 de su bolso, tras unos minutos de revolver quién sabe qué misterios, de esos que encierran las carteras de cualquier mujer. Y es que la memoria de una escritora muchas veces está ocupada creando otros mundos, uniendo las piezas de un rompecabezas literario y tejiendo escenas e historias con letras.
El humo comienza a cruzarse con las primeras palabras y con una memoria proverbial, Griselda rescata los primeros recuerdos de su infancia, con la misma curiosidad con que el viento remueve la hojarasca.
El mar que la trajo
Casi siempre, desnudando una obra se encuentra al autor. Por eso, cuando Griselda Gambaro quiere transmitir los recuerdos de su infancia, remite a "El mar que nos trajo", donde la escritora viaja a sus antepasados italianos y cuenta la historia de su familia que llega a Buenos Aires a buscar las riquezas que prometía esta tierra."Mi familia era común, hijos de inmigrantes, que pensaban que la Argentina podía dar a sus hijos una buena educación y un porvenir mejor que el de ellos. Los problemas esenciales en ese momento eran la subsistencia, el trabajo y la crianza de los hijos. Mi madre era ama de casa, mi padre tuvo distintos oficios y acabó como empleado de correos", recuerda Gambaro.
Desde muy chica Griselda iba a bibliotecas populares, pedía libros prestados y así fueron llegando a su vida muchos referentes. "Leyendo de esa manera, se lee con mucho desorden. Una compañera del colegio me prestó dos enormes tomos con las obras completas de Julio Verne ilustradas con grabados, que eran del padre. Así que me leí todo Julio Verne. También me gustaba mucho Jack London. Leí lo que me caía en las manos. A Kafka lo leí felizmente cuando tenía más edad".
Su vocación por la escritura llegó espontáneamente a su vida. "Cuando empecé a conocer las letras y supe que las letras formaban palabras y las palabras formaban frases, supe que quería escribir".
Decir no
Uno de los gajes del oficio de todo artista es hacer frente a las críticas. O ignorarlas. Para muchos críticos, "Real envido" y "La Malasangre" instauran el ingreso de la dramaturga en el realismo crítico. La escritora se justifica: "Yo dejo a los críticos que digan su verdad o su mentira. No es mi caso valorizar lo que dicen. Las características de esa etapa son una mayor atención a los personajes femeninos, por un lado, y por el otro la derrota que sigue instaurada, pero hay una reacción distinta frente a ella por parte de los personajes: esa derrota sirve para aprender, para moverse de otra manera. Hay una mirada más misericordiosa hacia esos personajes".
También marca una distancia cuando se la relaciona con la generación Di Tella o se la encapsula en una categoría teatral: "Yo he sido siempre una solitaria y lo sigo siendo. Yo no estaba dentro del Di Tella, a pesar de conocer un poco de su gente. Pero no formaba parte del Instituto. La influencia de Discépolo y lo grotesco está en algunas piezas donde se pasa del drama al humor sin ninguna transición. En ese momento interesaba menos a los críticos que estaban obnubilados con las influencias europeas".
Gambaro ha respondido siempre con ofuscación las críticas que vinculan su obra con el extranjerismo y la pornografía en los años 60, cuando "Las paredes" y "El desatino", respectivamente, rompían con el costumbrismo y el realismo del teatro de la época. "No es tan importante la filiación extranjera, menos la europea, como se acostumbraba en aquel entonces. Para `El desatino', uno de los críticos usó no sé cuántos adjetivos peyorativos como pornográfica, de mal gusto, desagradable... hoy leyéndola uno no sabe dónde está la pornografía".
Difícil imaginarlo
"¿Cómo hubiera sido el país sin la dictadura? Difícil imaginarlo, como es difícil imaginar la historia de Alemania sin el abismo de Hitler. Más allá de nuestro olvido o nuestra memoria, el pasado tiene su propia autonomía", decía Griselda Gambaro en un artículo del 24 de marzo de 2001 en el diario La Nación.
Este texto fue escrito con motivo del 25 aniversario del golpe de Estado de 1976. También resulta difícil imaginar la historia de su obra y de su vida sin la presencia de aquel crudo período de nuestra historia.
Las obras de Gambaro de los '70 reflejan sus preocupaciones sobre la dictadura. Escribió una obra experimental, "Información para extranjeros", sobre el terrorismo y la tortura. Durante el proceso, un decreto del general Jorge Rafael Videla prohibió su novela "Ganarse la muerte", por encontrarla contraria a la institución familiar y al orden social. "Eso cortó los canales de comunicación con el público, con la gente. Por otra parte, yo tenía muchos amigos desaparecidos. Todo eso decidió mi exilio. No fue una amenaza concreta, pero no hacía falta en ese momento. Yo no iba a poder trabajar en la Argentina y por ende decidí trabajar en otro país".
Griselda relata con dolor los primeros meses de su exilio y ese esbozo de costumbre que trajeron los años. "Un exilio siempre es doloroso, tiene un costo muy alto que yo pagué durante los primeros 6 meses. Elegí Barcelona porque tenía amigos muy cercanos exiliados ahí. Ellos me hicieron todos los trámites necesarios, y todos esos trámites que uno tiene que hacer cuando se desplaza. Barcelona es una ciudad muy vivible. Hice algunos amigos, como la propietaria de la Editora Lumen, que me editó `Dios no nos quiere contentos', pero no hice demasiados amigos catalanes".
Mientras vivía en Europa, Griselda incorporó nuevos tópicos en sus obras y adquiere en ellas un rol fundamental el feminismo. En "Antígona furiosa", el tema de la dictadura y la mujer se abrazan en un texto que trascendió por su simbolismo y significado. Antígona desobedeció la orden del rey Creonte y arrojó un puñado de tierra sobre el cadáver de su hermano, suficiente como para cumplir con la tradición de dar sepultura a sus muertos. "Antígona es cada una de las Madres de la Plaza de Mayo que han pagado con su vida la desobediencia", explicó alguna vez Gambaro.
La publicación de su novela "Dios no nos quiere contentos" -escrita en Barcelona durante su exilio-, representa una victoria más contra la censura de sus libros y la representación de sus obras de teatro durante varios años.
Nuevas voces
A su regreso al país, la historia del teatro argentino vivía un momento crucial: Teatro Abierto, que significó la unión de directores y actores en un encuentro social y político sin precedentes. "Fue un evento que nos movió a todos. Luego de la atomización de la cultura que pretendía la dictadura, demostramos que no estábamos vencidos, podíamos hablar y la gente respondía. Lo maravilloso fue la respuesta del público, que fue muy entusiasta. Se armó esa corriente emisor-receptor que hacía rato no se producía. Teatro Abierto no fue importante por el teatro en sí, no trajo formas nuevas ni nada de eso. Fue importante como acto político a través del teatro", recuerda Gambaro.
Y concluye el tema con un cierre que hace eco en nuestros pensamientos: "Quien escribe es una persona que cambia a lo largo del tiempo y una obra siempre toma la voz de una persona de acuerdo a los cambios que sufre".
Faltan muchos actos
Shakespeare, Chejov, Discépolo, Kafka, Arlt. Grandes figuras que trazaron caminos por los que transitarían en un futuro los nuevos creadores. Griselda Gambaro heredó de ellos y sus letras un talento incomparable, que nos representa con orgullo en distintas partes del mundo y la han hecho merecedora de numerosos premios.
En Santa Fe cosechó con aplausos su siembra, en el primer día del Argentino de Teatro dejó huellas que seguramente volverá a transitar. Ahora regresa a Buenos Aires, donde la esperan papeles en blanco para llenar con nuevas historias.
Griselda Gambaro apaga el último cigarrillo. En el espectro del humo y el eco de sus palabras, quedaron más de 70 años de vida, que dejan en claro una idea: faltan muchos actos antes de la palabra "telón".
La grandeza de los clásicos
Otro de los aportes que hizo Gambaro a la dramaturgia argentina fue la adaptación de las obras de Sófocles y Shakespeare, en "Antígona furiosa" y "La señora Macbeth", respectivamente.
"Los trabajé apartándome de ellos. Son obras maestras que no se pueden tocar. Son perfectas en lo que proponen. Lo que hice simplemente fue entresacar algunas situaciones y el personaje central, pero decir otra cosa. Cuando una trabaja a través de esos textos, lo que queda es la grandeza de esos autores, que te empujan en una dirección", explica Gambaro.
Esto implica una especie de "inviolabilidad" de esos textos, en los cuales permanece la fuerza de lo que dijeron sus autores hace tanto tiempo.
Hipótesis para el escenario
Griselda Gambaro defiende por igual sus roles como escritora de narrativa y dramaturga. "Creo que el teatro demoró en gran parte la apreciación a mi obra narrativa. Confío en que la obra narrativa sólo necesita una mirada más atenta. Si el teatro tiene alguna importancia, mi obra narrativa tiene igual o mayor. Desde que empecé a publicar con regularidad mi obra narrativa, hay otra consideración hacia ella. Lo teatral tiene respuesta inmediata y por otra parte yo descuidé un poco la publicación de mi obra narrativa".
En palabras de la artista queda claro que la narrativa y la dramaturgia son dos caminos distintos, recorridos por distintos viajeros, con distintos obstáculos y, por supuesto, con distintos destinos. "En la novela, no hay interferencias entre yo misma y el lector. Mientras que en el teatro sé que cuando escribo un texto y pongo la palabra `telón', ahí se acaba mi omnipotencia. En narrativa yo soy los personajes, la escenografía, incluso los cambios de tiempo de clima, la música. Pero cuando se pone la palabra telón uno sabe que eso va a pasar a otras manos, va a ser otra versión. El texto dramático es una hipótesis para el escenario".
Es por este motivo que Gambaro conserva un especial respeto hacia quienes se hacen dueños de su obra y no cree en las jerarquías teatrales. "La misma corporeidad, el movimiento facial del actor o la actriz, crea otras reglas de juego que no son las mías. Lo interesante es cuando el director o la directora descubre otro sentido, otros significados a la obra, siempre y cuando no sean opuestos sino paralelos a los míos".
Entrevista: Luciano LazzariniTextos: Virginia Gutiérrez