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Por Ignacio Martín 05 -02-2022
Una lectura de "Los soņantes", de Augusto Munaro



Por Ignacio Martín

 

 

Augusto Munaro, autor de "Los soñantes"Foto: Gentileza

 

 

 

No hay punto (y aparte) no hay aire. Un bloque macizo. No se puede parar: tren vertiginoso que machaca. Una escena atrás de otra, sin respiro. Va una y antes de que: otra. Hay que seguirle el ritmo a Munaro que no para de tirar imágenes (valga:) de una imaginación ilimitada. Un viaje. No tiene bordes. Va. Entraría dentro de las novelas que Néstor Sánchez dice que se pueden contar por teléfono porque es de anécdota. Toda una gran anécdota (o mejor, bocha de anécdotas). Pero es imposible contarla. Te preguntan de qué la va la novela de Munaro. Respondés: leéla. ¡Pasan tantas cosas! Y encima lo que pasa no interesa en sí, interesa en bloque (en ese mazazo impenetrable). Si te distraés, fuiste. ¡Tuc! O no. No sé. O sea, no te vas a perder porque el relato es frenético y no necesita del argumento. Es forma. Velocidad. Sí (seguro) te vas a perder una situación disparate: una creatividad desbordante (¡y qué pena!). No da. Está tan neutro y parejo todo que una excepción así mejor tenerla cerca. Una droga sintética que no se apaga, eso es. No baja. Así. Podés irte en cualquiera mientras leés, pero no te conviene. No te podés detener. "Los soñantes" es un río al palo que moja todo. Todo. ¡Y con un humor! Se caga de risa el tipo. Un delirio, una fiebre. También, ojo: opinión/crítica del curso de las cosas (la Historia) con maquillaje. Burocracia, relaciones humanas… Y te deja con ese acelere nomás. Te lo pasa. De acá para allá te lleva. Querés más: ¡con la lengua afuera y querés más! Dame. ¿Qué tiene? ¿Qué le puso este tipo a esto? Arriesgo: la escribió de un tirón: no despegó el culo de la silla hasta que no la terminó. Después durmió tres días seguidos. O por ahí no, estuvo veinte años escribiéndola y la fue dosificando paciente para no volverse loco. No sé. Lo desopilante fantástico entra (y atrás vos como un caballo; uno que se cae de trompa en un pantano, hasta el cuello). No cuestionás nada. No podés. No te deja. Quedás turulato por el chorro de sucesos, boqueando. Cagado a palos quedás (¡nocaut!) y pidiendo más. Y por favor, basta. Y dame más.  

 

 



 




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