
Para la selección nacional, todo terminó dos semanas antes y con el fracaso a cuestas, no sólo de los jugadores adentro de la cancha, sino de un entrenador desorientado y de una dirigencia que tomó un rumbo equivocado en estos cuatro años y que ahora debe elaborar un proyecto, tomar decisiones y elegir bien. Pueden venirse tiempos duros si esto no se hace con energía, valentía, sin medias tintas ni virajes ante el primer obstáculo.
Enrique Cruz (h) (Enviado Especial a Moscú, Rusia) Ya sé que es hora de volver a casa. El Mundial terminó el domingo aunque, para nosotros, aquella tardecita calurosa de Kazán fue el previsible final de una historia colmada de hechos desagradables, de incapacidades, de inacción, de imprevisión y con el fracaso como irremediable resultado. Se terminó como debía terminarse. Mal. Sin gloria y con mucha pena. Con esas imágenes de Messi que contrastan con las del “Súper héroe” de las películas, dispuesto a llevarse el mundo por delante. La palma de sus manos tapándose la cara en la ejecución del himno antes de Croacia y la seriedad con la que jugó todo el partido con los franceses, entendiendo muy poco –o nada- de lo que estaba pasando. Messi era –fue- el primero en darse cuenta de que no había chances, que Argentina no tenía nada sobre lo que se pudiera construir un cimiento sólido de expectativa y que, fiel a un estilo que nos define negativamente, siempre estamos esperando que llegue alguna solución mágica que nos salve, pero nunca que esa solución surja como consecuencia de tirar todos del mismo carro y hacia adelante, codo a codo, solidarios, como equipo, complementándonos y cumpliendo cada uno su rol ayudando al de al lado y no empujándolo para que se caiga. Queda esa melancolía, la de irnos después de habernos esperanzado tanto con lo que podría haber sido y cayendo en la triste y frustrante realidad del ya no ser. Porque este Mundial ha dejado esa herida que el fútbol argentino tiene que empezar a curar ya mismo: la de una urgente reconstrucción en todos los ámbitos para que el proceso interno y externo, a nivel fútbol local y selección, empiece a caminar por aquellos senderos que se saltearon o se desviaron. El futuro es hoy, es presente. Hay que entenderlo de una buena vez y darse cuenta de que los logros no salen de un repollo, sino de un trabajo y de una planificación. Así lo hicieron Alemania en su momento, Bélgica recogiendo frutos ahora, Francia con un proceso de juveniles que lleva tiempo y hasta la misma Croacia, más allá de que se haya encontrado con un cambio de entrenador sorpresivo y a nueve meses del Mundial. Nada podría haber salido bien con una dirigencia que sigue sin estar a la altura de lo que alguna vez fue el fútbol argentino en el concierto mundial y que no sabe hacia dónde va. Porque no se puede esconder la mugre debajo de la alfombra. La limpieza tiene que ser desde la misma raíz. Limpieza en cuanto a despojarse de todo lo que está mal y apostar a un proyecto que permita el crecimiento de todos. Alemania forjó su destino futbolístico desde los mismos clubes y su federación fue la primera en suministrar fondos para que se trabaje en serio en la formación de los futbolistas. Argentina va en contramano de eso. El éxito lo queremos ya. Y no nos damos cuenta de que es imposible que esto pase con una dirigencia que, en muchos casos, improvisa; con clubes que siguen haciendo las cosas al revés y no consiguen sostener sus economías porque continúan dependiendo de la venta de un jugador para equilibrarlas y no invierten en sus inferiores porque la gente exige, es impaciente y eso, al dirigente, lo compromete y lo lleva gastar cualquier cosa con tal de salvar el pellejo; con estadios sin seguridad; sin público visitante porque no hay forma de evitar los incidentes; etcétera, etcétera. Darse cuenta es lo primero. Se podrá cuestionar el estilo de juego (contragolpeador y despreocupado por la tenencia de la pelota) de Francia, pero fue un justo campeón con un libreto muy bien interpretado por grandes jugadores. Se podrá decir que de nada le sirvió a Croacia o a Bélgica, haberle manejado más la pelota y que, hoy, el fútbol mundial tiene una cierta tendencia hacia ese estilo de juego, pero es un estilo al fin, es “jugar a algo y en equipo”, y hacerlo bien. El resultado es una consecuencia del que mejor expone o más practicidad o eficacia tiene a la hora de hacer valer su estilo, pero tienen eso, un estilo, una identidad. Pregunto: ¿a qué jugó Argentina?, a nada. A esperar que la genialidad de Messi nos salve. Y él era el primero en saberlo, sin que le cause mucha gracia la apuesta. El día que tuve la posibilidad de charlar con Míchel Salgado, aquél marcador de punta que brilló en el mejor Real Madrid de todos los tiempos, con jugadores notables como Zidane, Raúl y Ronaldo, entre otros, dijo una gran verdad: “Messi hace todo lo que sólo él sabe y puede hacer, en los últimos 20 metros de la cancha cuando juega en Barcelona; pero en Argentina lo tiene que hacer en 50 metros”. Clarito como el agua. ¿Y Modric?, dirán algunos, ¿o acaso no va a buscar la pelota al lado de los zagueros o de los volantes de marca y de ahí arranca? Y es cierto. Pero Modric nunca va a tener la capacidad de gol y de desequilibrio que tiene Messi. En síntesis y para ser contundente en el concepto: Modric sería el socio ideal para Messi. Le llegaría la pelota bien jugada y “redonda”, como se dice en la jerga futbolera. ¿Quién podía hacerlo en esta selección?, por lo visto, nadie, salvo Banega ante Nigeria. Muy poco para tanta pretensión. Es hora de volver a casa y de seguir hablando sobre la discusión futbolera que se plantea, del VAR y sus beneficios o críticas, de la impecable organización de los rusos, de un cambio de paradigma en el fútbol mundial ante el fracaso de las grandes potencias, que se volvieron demasiado prematuramente y de todo eso que siempre deja un Mundial. Es hora de volver a casa y esperar, también, si alguna mente se ilumina. Como dijo el gran Enrique Macaya Márquez, “Dios ha dejado de ser argentino”. Algún terrenal deberá empezar a hacer las cosas bien de una buena vez.
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