El escándalo de corrupción obliga a replantear mayores esquemas de control institucional. El hecho debería contribuir a otro “nunca más” que unifique un poco más al país.
Federico Aguer
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Unitarios o federales, conservadores o radicales, radicales o peronistas, peronistas o antiperonistas, menemistas o antimenemistas, kirchneristas o antikirchneristas. De derecha o de izquierda. Del campo o ecologistas. De Messi o de Maradona. De River o de Boca. La lista es larga, se podría retrotraer incluso más atrás en nuestra historia o adornar con más ejemplos cotidianos. Lo cierto es que los argentinos parecemos nacer con un poderoso ADN que inexorablemente nos obliga a tomar partido por alguna facción que desconoce cualquier tipo de verdad en el otro; ignora la autocrítica; traslada las culpas de todos los males nacionales a los demás; y que inclusive llegó a propiciar la eliminación misma de quienes estaban en la vereda de enfrente. En cada grupo social surgen así, diferencias irreconciliables. De esta forma, el país involucionó del séptimo PBI mundial a nuestra actual realidad, pasando de un extremo al otro y cambiando de rumbo de forma continua. Somos excluyentes y binarios.
Esta histórica y autodestructiva modalidad, que trabajosamente se fue apaciguando con el regreso de la democracia, retornó con una virulencia inusitada durante la gestión anterior, y bajo el nombre de “la grieta”, forzó a todo un país a manifestarse por uno u otro lado.
El “Nunca más” que se impuso con el advenimiento de la democracia no se hizo solo. Requirió de coraje cívico y de la fuerza de la ley. El escándalo de la corrupción sin igual desatado en los últimos meses debería significar también una bisagra histórica a esa metodología vergonzante que mucho contribuyó a la actual crisis.
Los países que avanzan han sabido dejar terribles diferencias detrás de un objetivo común. Porque entendieron que un pueblo dividido, sin autoestima y con más diferencias que puntos en común es sumiso, dócil, y no tiene futuro. La crisis es económica, pero su sustrato es más profundo. El espejo muestra un país frustrado, acostumbrado a perder, desbordado de urgencias, y que se putea en cada esquina. Toda moneda tiene dos caras, pero sigue siendo una sola.