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ENTREVISTA CON ALEJANDRA “PIPI” BOSCH

“Además de lo literario, hay una parte performática que uno cultiva”

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Bosch publicó los poemarios “Niño Pez” (Del Aire, 2015), “Malcriada de Acuario” (Objeto Editorial, 2017) y “Un avión, su piloto y un pájaro” (Editorial Caleta Olivia, 2017). Foto: MANUEL FABATÍA

Por Estanislao Giménez Corte

@EstanislaoGC

“Creo que uno puede decir que es escritor cuando recibe el reconocimiento de los pares y de los que te leen. Cuando decís ‘bueno, me está pasando esto’. No te podés autodefinir como escritor; no podés decir un día: ‘soy escritor’. Algo parecido sucede con los poetas. Por ahí vas a un evento como el Festival Internacional de Poesía de Rosario y te das cuenta lo que es ser un poeta (1). Este año estuvo toda la generación del noventa. Poetas que tienen cuarenta años de profesión. Son escritores profesionales que se toman en serio el trabajo de la escritura”. Alejandra “Pipi” Bosch reflexiona sobre el oficio propio y el de sus admirados con voz pausada y segura. Cada tanto otea hacia abajo y allí, en la mesa, descansan sus tres libros “Niño Pez” (Del Aire, 2015), “Malcriada de Acuario” (Objeto Editorial, 2017) y “Un avión, su piloto y un pájaro” (Editorial Caleta Olivia, 2017). Este último funcionó como la excusa necesaria para una conversación sin prisa sobre gustos, pareceres, métodos y estrategias del acto de escribir y sus derivas. Bosch nació en la ciudad de Santa Fe en 1967. Vivió en Brasil. Estudió Letras en la UNL y Artes Visuales en la Escuela Provincial Prof. Juan Mantovani. Se define como “multifacética”: es diseñadora de indumentaria, artesana tejedora, docente, editora y poeta, en cualquier orden. Organiza el Festival de Poesía de la Costa y edita el Diario de Poesía “Línea C, colectivo poético”. Aquí, una síntesis de la grabación.

—Tenés tres libros publicados, consecutivamente, en un período de tiempo muy acotado ¿por qué y cómo se dio ese proceso?

—Mi primer libro, “Niño Pez” es de 2015 y yo ya tenía 47 años. Nunca tuve la necesidad de publicar. Y por otro lado, yo viví quince años en Brasil. En San Pablo, Río y Santos. Me fui a los 19 y volví a los 32. Me fui en plan de conocer, de viajar y de vivir la juventud. Mi mamá no me daba demasiadas alternativas: tenía que ir a la facultad. Ella quería que yo estudiara. Yo me había anotado en Letras en Rosario, pero no concluí. Y no me podía quedar en casa a ver qué hacía. Ella era profesora y tenía todo un concepto instalado de lo que era la universidad. Yo dije: me voy porque esto no se sostiene. Me fui a la casa de unos amigos y empezaron a aparecerme oportunidades de trabajo, por ejemplo hacer traducciones para turistas. Hice mi primera muestra de arte textil y me fui quedando, me fui quedando y me quedé. Entonces la universidad empezó para mí a los 39 años, cuando volví. Me volví a instalar. Fue terrible: volver y ver que tus amigos no te registran. O no tener amigos. Fue toda una construcción. Por eso “Niño...” llega a esa edad.

—Al margen de ese derrotero, ¿en qué momento se presenta la posibilidad de publicar?

—Por una casualidad. Después de una conversación entre amigos, empecé a publicar poemas y textos en las redes sociales. Y hablando con Alicia Barbieris ella me dice “por qué no juntás tus poemas y se los mostrás a Graciela Prieto Rey” (...). Entonces le mandé mi primer grupo de poemas, que son la mitad de Brasil y la mitad de Argentina y ese (material) me llevó a éste y ése a éste (señala sus libros en orden de aparición). Yo, como te dije, fui artesana de ferias, en este momento tengo una editorial, reciclo plástico. Trato de mostrar un amplio espectro. No me pongo en el lugar de “la poeta”, porque estudié letras en la UNL. Soy multifacética...

—Infiero, de todas maneras, que la escritura es algo que está en vos desde siempre ¿no?

—Sí, escribo desde siempre. Empecé a los quince años. Fui lectora compulsiva, curiosa. De todos los géneros. He leído más narrativa que poesía, si vamos al caso. No me había planteado publicar. Son cosas que se fueron sucediendo. Y me encantó. Me parece que se publica mucho. A veces mal... no se debe publicar todo lo que uno escribe. Quizás sea bueno publicar tarde. Aunque Lamborghini dijo que había que publicar un libro y después seguir escribiendo. Después hay otra discusión: que son las editoriales que funcionan como una industria, es decir, si pagás publicás...

—“Malcriada de Acuario”, tu segundo libro, ¿fue presentado en una convocatoria en Buenos Aires?

—Objeto Editorial hace la convocatoria. Trabajé todo un verano yendo a Santo Tomé cuando Fernando Callero abrió su casa para hacer un taller de verano. Todos estos poemas fueron trabajados en esa instancia. La consigna era que todas las semanas tuviéramos material escrito, nuevo. Y que se lo enviáramos. Entonces trabajábamos horas sobre ese texto.

Este libro tiene un trabajo intensivo. Hay un salto de calidad entre el primero y el segundo que es impresionante. Fernando me dijo “esto es una barbaridad”.

—Allí hay una cosa interesante, que es someter tu trabajo a la mirada de los otros. Algunas personas rechazan o niegan esas instancias...

—Sí también hay otra cosa y es que los escritores somos como una gran familia disfuncional. Los poetas somos una familia que no funciona bien. Hay gente que no está preparada para ser criticada. No saben lo que se pierden. Hay pánico a que otro opine sobre tu obra, y es un lector, a veces muy calificado.

CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA

—¿Qué características tiene tu nuevo trabajo, “Un avión, su piloto y un pájaro” (Editorial Caleta Olivia, 2017)?

—Este libro, para mí como escritora del interior, es como la consagración de la primavera. Mi nombre va a estar en un gran catálogo. Lo voy a presentar en noviembre en Buenos Aires. En cuanto a la difusión de mi trabajo, creo que las redes sociales ayudan mucho. Además de lo literario, hay una parte performática que uno cultiva. Uno se expone. Quiero agradecer a Beatriz Vignoli y a Mariana Travacio. Es también un poco de suerte (se refiere a las publicaciones). Uno tiene que saber elegir la editorial, el momento y dejarse corregir. Porque si hacés un bodrio eso queda...

—¿En qué proyectos se encuentra trabajando editorial Arroyo?

—Bueno, tenemos un criterio de publicar de la generación del noventa para acá. Es un criterio bien selectivo sobre a qué poetas publicamos. Publicamos a Venturini, Giordanino, Bitar, José Villa, Rodolfo Edwards. Queremos armar un buen catálogo, con los mejores de la escena poética actual. Además hacemos un festival anual que entró en la cadena de festivales nacionales, en junio. Lo hacemos en Arroyo Leyes, en el Sindicato Argentino de TV. La mutual “Maestra” nos cede el hotel. Y después producimos un ciclo cada dos meses, con tertulias literarias, en las que mezclamos narrativa con poesía.

—¿Cómo sos como lectora?

—Leo todo y de todo. Mucha literatura argentina. Todo lo que se publica. Leo poetas y escritores. Compro y me interesa mucho saber qué se escribe en la actualidad. Trato de manejarme intergeneracionalmente. De no quedarme. Me formé leyendo narrativa. Soy de una generación para la que los libros, los clásicos, el cine, eran todo. También leo literatura brasileña. Tengo un proyecto con Jimena Morais para la traducción de “Niño Pez” al portugués. Y hay propuestas para llevarlo a cabo.

—¿Cómo definirías, si es posible hacerlo, el tipo de poesía que trabajás?

—Estoy muy influenciada y he seguido la línea de los escritores norteamericanos. El imagismo (2), por ejemplo. Podría decirse que me gusta la parte realista, limpia. Un lenguaje más directo. La mía, creo, es una poesía tirada hacia el poema narrativo. Por momentos bien despojado. Si tengo que decir a quién copio, y todos copiamos a alguien (risas), tendría que nombrar a Ezra Pound, a William Carlos Williams; de aquí, Fabián Casas, Elena Anníbali, Santiago Venturini, Francisco Bitar. Creo en un lenguaje más despojado y directo. Fernando Callero dio una definición que me gusta. Él dijo: “Sencilla y grande, Alejandra Bosch”. Creo que quiere decir, sencillo pero no por lo simplón. Busco la palabra justa, el corte de verso, busco que el texto tenga ritmo. Y nada de ornamentación.

—¿Hay, en tu trabajo, un sistema, un método, una rutina?

—Tengo un sistema y una rutina. Sí o sí escribo dos poemas diarios. Uno a la mañana y otro a la tarde. Y los guardo. Hay dos momentos del día en que estoy sola en casa. Creo que busco que haya una sistematización de producción. Que yo pueda decir esto sirve, esto no. Y después leo. Siempre estoy leyendo, de lo más variado. También estoy escribiendo una novela que nunca voy a publicar. Más allá de que escribir y leer sean dos pasiones...

(1) Alejandra enfatiza esta frase.

(2) El imagismo fue una corriente estética literaria de la poesía angloamericana de comienzos del Siglo XX que favorecía la precisión de la imagen y un lenguaje claro y preciso.



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