En el ancho y largo, pero homogéneo, mundo de las fundas, pareciera que nada hay por decir. Pero no se confunda (cuec): todo está por decirse. Nos referimos aquí a las fundas de almohadas, porque yo no abandono la cama hasta que no esté oficialmente declarada en el termómetro la temporada estival. He dicho.
TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. ([email protected]).
DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).
La generalización de la funda, atado su destino inevitablemente a la almohada, ha generado que se venda en conjunto con las sábanas. Y si hay una línea de fabricación y comercialización, pues, hay masividad, presente y futuro para la funda. Siempre que hablamos de ella, aun hoy, nos referimos a la funda para almohada. Porque la electrónica ha logrado en un puñado pequeño de años posicionar a la funda para celular, tablets o notebook como “la funda”. Pero para mí, y espero que para vos, la funda funda, la funda fundante y fundacional, es la funda para almohada. Es un concepto duro para algo tan blando.
Antes, la funda era realmente un contenedor: las almohadas venían de estopa, algodón, plumas y la funda mantenía todo eso apretado y en su sitio. Y se sacaban al sol para secarse o ventilarse. Por eso venían fundas con botones o cierres. Ahora los tienen pero más por una cuestión decorativa. Igual, las fundas tienen lo suyo y postulan inquietantes posturas sobre el mundo, el descanso, la pareja, la salud y cuanto sustantivo se me cruce adjetivamente...
Tenés la funda larga para camas matrimoniales, que pugnan por unir dos almohadas individuales (o una larga, aunque ahora ya casi no se venden así) y dos vidas con intención de durabilidad. Antes los matrimonios duraban; tipos y tipas estaban juntos como las almohadas con las fundas y entonces no parecía ni raro, ni antinatural tener una sola funda, incluso para quienes cuyas cabezas itineran por esas camas de dios. Luego, la volatilidad del vínculo generó fundas y almohadas individuales y cada cual se acomoda como quiere o puede.
Muchas de esas fundas son literalmente una bolsa: tres lados cosidos y la boca abierta para colocar allí la almohada. Hay fundas apretadas o almohadas robustas y entonces el ejercicio de enfundar es trabajoso: uno entra a pulsear, carajo, con aquellos elementos que luego nos jurarán un buen descanso. Difícil reconciliarse con quien te estuviste peleando un rato antes. De ahí viene la expresión de “conciliar el sueño”, según fue consagrado también por el Concilio Vaticano. Segundo.
Esas fundas son útiles para poner otras cosas y hasta para jugar a la carrera de embolsado, hermoso deporte que termina con la chancleta de tu vieja o un chichón en el piso por tropezón abrupto y destituyente.
Después tenés las más fallutas fundas de doble boca. Porque son más fáciles de colocar (amigos del doble sentido, abstenerse) pero también se salen con la misma ligera facilidad (abstenerse, abstenerse...) y por ahí asoma o se escapa la punta (mah: hagan lo que quieran, si no quieren abstenerse) de la huidiza almohada de porquería. Que además acepta sin chistar la acción de todos los babosos. Y no diré más.
Las fundas son importantes para la guerra de almohadas. Una funda un poco más larga que la almohada permite empuñarla correctamente (otra que ergonómica...) y zamparle al ladino de tu hermano un buen mazazo en la sien. Para expertos, la arrojadiza: tener del extremo cerrado funda y almohada al mismo tiempo, girar y liberar la almohada pero no la funda. Alto proyectil, hermano. Ojalá no tumbes el velador, la compu o el espejo.
La funda se ha ido adaptando también a las a veces pretenciosas o pretensiosas formas de las almohadas. Porque ahora vienen triangulares, cervicales, con ondas, con relieves, con postulaciones filosóficas, captadores de ozono, atrapasueños, o promotoras de basculaciones isotérmicas (total, para inventar nombres, los especialistas no son menos bolaceros, ¿verdad?) y hacia esas formas van las fieles y sumisas fundas. Y nos vamos yendo, a los bostezos y listos para seguir torrando. Estoy fundido.